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Pablo Pineda

El pueblo marcha junto a la Santa Cruz bajo el manto de un espíritu solidario

El pueblo marcha junto a la Santa Cruz bajo el manto de un espíritu solidario

EL CAMPILLO. Los rayos del sol emergían al alba, tras una madrugada de incertidumbre ante la amenaza de la lluvia, para alimentar, aún más, el fervor romero del pueblo campillero. Más de dos millares de personas que, no obstante, aunque las inclemencias meteorológicas trataran de minar su devoción, no dudarían, como tampoco lo hicieron en múltiples ocasiones anteriores, a la hora de emprender su camino junto a la Santa Cruz hacia la finca municipal ‘El Cura’. Las puertas y ventanas de cada una de las casas mineras se abrían al ritmo de sevillanas y sus moradores, embriagados por el esplendor, salían en masa a la calle, ataviados con la medalla de su hermandad.

 

La misa de romeros, oficiada por el párroco Mateo Pozo Castellanos, inauguraba un domingo especial, de un esplendor inusitado, la principal jornada de cultos a la Santa Cruz, el día grande de la romería campillera. Los gritos de “¡Viva la Cruz!” se expandían por cada recoveco del municipio. Y las carretas, aderezadas con farolillos, adelfas y cortinas de lunares, ya estaban listas, los jinetes montaban a sus caballos y los peregrinos portaban sus bastones y botellas de manzanilla.

 

Sones de cohetes y tamboriles marcaban, pasadas las 10 de la mañana, el instante de la partida, del éxodo de una población que, durante unas horas, convertiría al entramado urbano de El Campillo en un verdadero paisaje desértico, que lo sumiría en un vacío casi absoluto para dibujar sobre él la imagen de un pueblo fantasma. Miles de peregrinos, con cientos de campilleros emigrantes que, como cada año, volvían a la tierra que les vio nacer, unas sesenta carretas, medio centenar de carros guiados por mulos, y cientos de caballos se adentraban en Cuatro Vientos mientras se despedían de la rutina.

 

Entre brezo y jara acompañaba la multitud a un simpecado engalanado con ingentes cantidades de romero ofrendado por sus fieles a la Santa Cruz apenas un día antes, tras el primer camino celebrado el sábado y la posterior entrega en las puertas de la ermita. El camino es largo, aunque redentor. El cansancio acumulado hace mella entre los peregrinos, aunque queda oculto bajo sinceras sonrisas, los sonidos de las palmas y las sevillanas que brotan desde sus ya roncas gargantas.

 

La marcha, la evasión hacia la felicidad, prosigue bajo un espíritu solidario, entre máximos niveles de armonía, fraternidad y convivencia. Así, llega la hora de atravesar la ribera de Cachán, donde los noveles romeros reciben de sus compañeros de travesía el bautizo que les unirá de forma perpetua a la romería campillera. Unas gotas de ‘rebujito’ sobre sus cabellos, mientras posan sus rodillas en el suelo, dejan la perenne huella de su primer encuentro con la Santa Cruz de El Campillo.

  

El pueblo entero arriba a la finca ‘El Cura’, un lugar emblemático, el símbolo de la hermandad romera, con unas encinas y alcornoques que emergen un año más como testigos del tejido de lazos de amistad entre la totalidad de los campilleros. Cantes, sones de tamboriles, abrazos y bailes por sevillanas se erigen como las constantes a lo largo de toda la estancia en un campo puro, vacío de construcciones.

 

Pero las agujas del reloj no se detienen y, tras unas horas, marcan el instante del regreso, de la vuelta a casa. Con la tristeza propia de la despedida, aunque con la ilusión y la esperanza de la pronta llegada de un nuevo primer fin de semana de mayo, los peregrinos, caballos y carretas retornaban al casco urbano para, con una reverencia ante su Cruz y un último saludo a sus mayordomos, Francisco Javier Domínguez y Lourdes Sánchez, emprender el camino hacia lo cotidiano, hacia las tareas de cada día.

1 comentario

Mari Lux -

Pablo lo peor de esta foto es k yo no salgo eh!!!!