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Pablo Pineda

La semilla del odio

Los episodios acontecidos en El Campillo a raíz de las elecciones municipales del pasado 27 de mayo, el violento y viciado ambiente que se respira en sus calles, incapaces ya de asirse al sosiego y la solidaridad que han marcado el devenir de su historia, connotan la apertura de una peligrosa brecha social. Y ello, en una localidad que ya había dejado atrás los convulsos tiempos de las legítimas y siempre pacíficas revueltas mineras (la violencia provenía de la patronal), que brotaban marcadas por una unidad que parece brillar por su ausencia en el presente inmediato del pueblo campillero.

 

La denuncia de los trabajadores del Ayuntamiento por presuntas amenazas a quienes, posiblemente, ostenten el poder municipal durante, al menos, los próximos cuatro años ha despertado un enrarecimiento del clima en la localidad, cuya reacción, con dos posturas antitéticas entre la ciudadanía, hace presagiar una acusada división que, de no remitir, puede desembocar en una verdadera batalla campal, en una continua confrontación no ya política, sino civil. De momento, esta incertidumbre se manifiesta en la vulneración de una paz social que emerge como actor imprescindible para la viabilidad del avance de El Campillo (y la Cuenca Minera) en su camino hacia una diversificación social y económica que materialice los anhelos de bienestar y progreso.

 

Bajo este complejo contexto sociopolítico que se abre ante los ojos de los campilleros, con unos trabajadores que no están dispuestos a consentir injerencias en sus derechos laborales y un PA que no ha movido ficha para solventar la que es considerada ya su primera crisis, antes, incluso, de tomar el timón del Consistorio, sólo cabe una salida factible: la restauración de la calma. Una solución para cuya concreción en la práctica es preciso romper con el juego subrepticio emprendido por unos inspiradores que, desde la sombra, han movido ciertos hilos y que, sin ningún tipo de escrúpulo, intentarán vincular al PSOE con una supuesta trama para desgastarlos.

 

La crispación, el odio, la radical conciencia anti-socialista y la desproporcionada crítica de acoso y derribo, carente de argumentos que escapen a las redes de la destrucción, constituyen el origen de la fractura actual. Una estrategia alejada de la esencia de la democracia, cuya riqueza reside en la posibilidad de proceder, de un modo libre, a la defensa de unos ideales, de un proyecto que, desde el interior del espíritu, se erige como una forma de ser, de vivir y, en consecuencia, de afrontar el futuro y las adversidades. En cambio, la búsqueda del exterminio del oponente no es más que la semilla de las tesis fascistas de una ultraderecha que tanta sangre inocente derramó en el pasado.

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