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Pablo Pineda

Cuando Traslasierra se convierte en protagonista

Cuando Traslasierra se convierte en protagonista

EL CAMPILLO. Ya falta poco para que las cámaras y los focos del séptimo arte, con sus inseparables gritos de “¡acción!”, ocupen el coqueto entramado de Traslasierra, una población que apura las horas que le separan de convertirse en escenario de la película ‘Guerrilla’, con la que el director de cine Steven Soderbergh narrará la última etapa de la vida del mítico Che Guevara. Sin embargo, la única pedanía de El Campillo ha saboreado a lo largo de la celebración de su feria unos momentos extra de ese protagonismo que escapa al papel secundario al que, por su propia idiosincrasia de núcleo reducido, se suelen ver relegadas las aldeas de cualquier punto del globo terráqueo.

 

Un certamen de pintura al aire libre abría una jornada en la que la convivencia y la diversión alcanzarían cotas máximas para expandirse por cada uno de los recovecos de las escasas y entrañables calles de Traslasierra. Y cientos de globos de agua volaban en busca de cualquier persona que se cruzara en su camino para empaparla, sin distinción alguna por sexo o clase social, en los instantes posteriores a la degustación de una exquisita caldereta en la plaza de la aldea. Ni siquiera los concejales quedaban exentos de la amistosa embestida de unas inofensivas bombas que les dejaban en remojo.

 

La tarde avanzaba y el asfixiante calor hacía mella en vecinos y visitantes hasta que una piscina portátil apareció como un oasis real en medio del desierto. Los más pequeños se bañaban entre alborozos mientras los mayores, desde los aledaños, veían cómo una manguera asida por algún benjamín les enfocaba para sumirlos en un refrescante chapuzón. Luego llegaría la hora de afinar la puntería, para mostrar las habilidades con la escopeta ante una diana de diminutas dimensiones que emergió como testigo directo del desatino de la mayoría de los participantes, quienes no fueron rivales para los ya iniciados en la práctica del tiro. También los jinetes pudieron alardear, con más o menos éxito, de sus aptitudes a lomos del caballo en la carrera de cintas organizada por la asociación ‘La Guindaleta’. 

 

Y el colofón, los juegos populares. Los intentos de jóvenes y mayores por avanzar con medio cuerpo metido en un saco despertaban majestuosas dosis de jovialidad tanto en los sonrientes corredores infatigables como en los múltiples espectadores, que animaban mientras esperaban las risas propias de una caída imprevista. Más atractivo para el público, no tanto para la víctima, fue el juego del huevo, en el que el azar se erigía como el encargado de dirimir quién era objeto de premio y quién tenía que marcharse a casa con el pelo nutrido y embadurnado con la yema del fresco producto de una gallina. Sólo los elegidos que, en un corro, recibieran el golpe de uno de los pocos huevos duros introducidos en un cubo mantendrían reluciente su cabello ante el ataque proveniente del más inmediato compañero, de aquel que segundos antes ya había recibido su veredicto.

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