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Pablo Pineda

Sembrando las raíces de la sostenibilidad

Sembrando las raíces de la sostenibilidad

Medio Ambiente organizó en El Campillo talleres de reciclaje de papel y bolsas aromáticas y plantaciones de árboles con los niños como protagonistas del cambio

CANTO AL MUNDO FORESTAL. Los más pequeños sembraron compromiso en forma de cipreses, encinas y alcornoques en el Parque Municipal Los Cipreses con las generaciones venideras como destinatarios.

EL CAMPILLO. No hay mejor semilla para la sostenibilidad que la conciencia de un niño. De esta premisa incuestionable partieron los talleres lúdicos puestos en marcha en el Parque Municipal Los Cipreses de El Campillo por la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía para sensibilizar a los más pequeños, los herederos directos del futuro, sobre la importancia que tiene la protección del entorno natural no sólo para su bienestar, sino también para la calidad de vida de las generaciones venideras. Era un canto en defensa del mundo forestal y no había mejor forma de entonarlo que con el colectivo infantil y su más preciado compañero de viaje, el juego, como voces principales.

Gymkhanas, plantaciones de árboles autóctonos como el ciprés, el pino, el alcornoque o el acebuche, reciclaje artesanal de papel o elaboración de bolsas aromáticas con lavanda y romero bastaron para persuadir a una audiencia ya de por sí convencida, abierta a todo mensaje que abogue por la protección de los más bellos (y, muchas veces, los menos valorados) tesoros de La Tierra: el aire puro, el oxígeno, la frondosidad de los bosques, la biodiversidad de los ecosistemas..., la vida. Unos elementos, unos excelsos paisajes verdes con los que el ser humano convive a diario en su frenético deambular cotidiano sin ni siquiera pararse a apreciarlo, a gozarlo, a recrearse en su magia y su encanto. Y ello, pese a que es sabedor de que sin ellos sería una utopía su subsistencia.

El reto era sembrar compromiso para que éste brotara con la máxima fuerza hasta envolver con sus justas redes al conjunto de la sociedad. Y no se podía hallar una tierra más fértil, la de la inocencia y la ilusión de un menor que, al llegar a casa, no dudaría en trasladar esos conocimientos, esa sensibilidad especial, única, a sus padres, abuelos o hermanos para que, con gestos sencillos como cerrar un grifo, apagar la luz al abandonar una habitación y separar el papel, los plásticos y los vidrios de la basura orgánica, ayuden a preservar para los habitantes del mañana el patrimonio caduco que hoy ellos disfrutan.

El canal era también el más apropiado, el más atractivo. El medio centenar de benjamines que se acercó a Los Cipreses se divertía a la vez que bebía ecologismo. Mientras elaboraban papel reciclado con sus propias manos, aprendían que una tonelada de ese producto sostenible sólo conlleva el consumo de 200 litros de agua. El mismo volumen del nuevo, en cambio, requiere el derroche de 2.400 kilos de madera, de 10 a 17 árboles y en torno a 200.000 litros de agua. Los datos, abrumadores, no daban alternativa a la réplica. Luego descubrieron cómo las esencias proporcionadas por la tierra eran tan embelesadoras como los aromas fabricados con el alcohol como aditivo. No era todo. Aún quedaba la  siembra de árboles, que vino acompañada por la irrupción de la lluvia. La naturaleza se sumaba así a la celebración convocada en su honor.

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