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Pablo Pineda

Zambullido de diversión en Campofrío

Zambullido de diversión en Campofrío

Los niños que han aprendido a nadar este verano en las 6 piscinas de la Cuenca despiden la campaña con un derroche de risas en la fiesta de la natación

CAMPOFRÍO. Con un zambullido de diversión. De esta forma despidieron los más pequeños de la Cuenca Minera la presente campaña de natación promovida por el Servicio Deportivo Agrupado (SDA) de la Zona Centro, en la que han participado a lo largo de todo el verano alrededor de 240 niños con edades comprendidas entre los 6 y los 12 años. El escenario de la fiesta, la recién estrenada piscina de Campofrío, unas instalaciones transformadas el pasado jueves en una fuente de risas, juegos, convivencia y amistad sin límites. Era el colofón a los dos meses de aprendizaje, o perfeccionamiento, de los diferentes estilos que permiten avanzar o competir en el agua por parte de los menores de toda la comarca. Una jornada, eminentemente acuática, que aportaba todos los ingredientes necesarios para que los benjamines se lo pasaran en grande. Y así fue.

Un gran corro infantil abrió el encuentro. En él se mezclaron todos los niños, con independencia de su pueblo de procedencia, como si se conocieran desde siempre. La complicidad era máxima. De ahí, salieron luego siete grupos que, una a una, pasarían por las pruebas lúdicas que les depararía la mañana. El césped de la piscina campofrieña fue durante unas horas un improvisado campo de fútbol y de béisbol donde los menores chutaron y batearon con toda la fuerza de su ilusión. Era el deporte convertido, más que nunca, en juego, en diversión. También hubo espacio para el polifacético paracaídas, bajo el que se sumergieron, corretearon y brincaron los pequeños sin descanso. Pero esto sólo era el aperitivo. Aún quedaba lo mejor: los chapuzones.

Si bien el voleibol propició el primer contacto con la piscina, las estrellas de la fiesta eran los hinchables. Los benjamines se subieron en el churro, y se resbalaron, en innumerables ocasiones, sin saciar en ningún instante sus ganas de arrojarse al agua. Les encantaba. Eran felices. Sus sonrisas los delataban. Aun a regañadientes, se marchaban al siguiente juego, que luego, no obstante, resultaba más atractivo, si cabe, para ellos. Tras someter a examen a su equilibrio, los pequeños comenzaron a escalar La Roca con el fin de coronar la cima, lo que les otorgaría el premio más deseado: lanzarse por la rampa de una de sus laderas. Era el penúltimo remojón, pues aún quedaría tiempo para más. Como si de una laguna se tratara, los menores navegaron por el cubo de Campofrío en piragua. Lo hicieron con tal ímpetu que a nadie extrañó el vuelco frecuente de las embarcaciones, para mayor regocijo no sólo de los espectadores, sino de los propios tripulantes. Todo un broche de oro para la campaña estival, pues no hay nada más valioso que la sonrisa de un niño.

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