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Pablo Pineda

Cuando el deporte se convierte en aventura

Cuando el deporte se convierte en aventura

Un centenar de niños de Campofrío, Berrocal y El Campillo comprobó en la Plaza del Ayuntamiento salvocheana que el fútbol no lo es todo

EL CAMPILLO. El fútbol no lo es todo. Éste es el mensaje transmitido por La Alternativa, el programa estival que cada año pone en marcha el Servicio Deportivo Agrupado de la Zona Centro (SDA) en la Cuenca Minera para promocionar entre los más pequeños aquellas disciplinas consideradas minoritarias, a cerca de un centenar de niños de El Campillo, Campofrío y Berrocal en la Plaza del Ayuntamiento de la localidad salvocheana. Los benjamines lo asimilaron, lo absorbieron hasta hacerlo propio, hasta tomar conciencia de que el deporte va mucho más allá del omnipresente, del todopoderoso, balompié. Y lo hicieron gustosos, porque los ingredientes puestos sobre el tapete despertaban, más que nunca, su ya de por sí inmanente apetito de diversión. El plato era inmejorable, cargado de las dosis de aventura que hacen, si cabe, más atractivo, más emocionante, la práctica de ejercicio físico, por cierto, tan necesaria en un mundo en progresiva evolución hacia el sedentarismo y la consecuente obesidad que lo envuelve.

La carta era suculenta y, además, cuantiosa. Y los pequeños la digirieron completa, sin perder bocado alguno. Un banquete de deporte y, por consiguiente, salud digno de recordar. Todos quedaron satisfechos. El aperitivo fue la cerbatana y el tiro con arco, un mundo por descubrir para la inmensa mayoría de los menores que participaron en la iniciativa diseñada por la entidad adscrita a las mancomunidades de la Cuenca Minera, el Andévalo y Beturia. Enfocaron el punto de mira y atacaron a la diana, con más o menos acierto, pero sin contemplaciones. El recorrido seguía después su curso con la imprescindible piscina y los refrescantes juegos de espuma y globos de agua. Sin peligro alguno, en versión adaptada, los niños tomaban contacto con la natación para, a continuación, dejarse envolver por el insustituible paracaídas y su inagotable polivalencia. Las risas y los brincos emanaban a raudales para dejar en la memoria de los transeúntes que pasaban por la zona el regalo más acertado, la sonrisa de un ‘peque’.

La fiesta proseguía y los saltos se erigían en los grandes protagonistas en el castillo flotante, donde los escurridizos benjamines corrían, se abrazaban, se caían y se levantaban junto a sus nuevos amigos, sus compañeros de aventura. Pero aún quedaba más, el postre, endulzado por el azúcar, por la salsa, del riesgo. Los menores se sumergían en el apasionante y encandilador ámbito del montañismo. Sólo era la iniciación, unos primeros pasos que, quién sabe, algún día les podrían conducir a coronar alguna cima mítica como el colosal e indomable Everest. De momento, ya han experimentado lo que es colocarse los arnés, siempre, el mejor aliado de un escalador. Y se podía repetir, ésta vez, bajo los sones del automovilismo. Empezaron a rugir los motores en el interior de los niños, que sacaron a la luz el piloto de Fórmula 1 que todos llevan dentro al volante de un kart. Al final del día, la cara de felicidad delataba a los menores, quienes, ya lo saben, tienen alternativa, porque hay vida al traspasar la frontera de la Liga de las Estrellas.

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