Convencer
“He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”. Lo dijo José Saramago. Quizás tuviera razón. Quizás sea mejor optar por el silencio, abandonar la insistente retórica, aun cuando se piensa -se está seguro- que se está en posesión de la verdad, porque tal vez no se sea el propietario de la misma, o, al menos, del cien por cien de su capital. Quizás sea mejor no hacerlo, desistir, callar, renunciar a la memoria -esa misma que quieren borrar- y, con ello, por ende, a la dignidad, andar perdido, para que sea cada individuo, o cada colectivo, el dueño de su error -o de su acierto-, para que no sean otros los que teledirijan o vivan por uno mismo.
Sí, quizás sea mejor el silencio, aunque ello nos lleve, nos aboque, al destierro de la incomprensión, a la impotencia de la derrota, a que nuestras alas, agrandadas por los más nobles sueños cumplidos, mas rotas por la desesperanza, nos impidan hasta caminar, al hastío, a la soledad. Sí, tal vez sea mejor no hacerlo en unos tiempos en los que los argumentos, los datos, la palabra dada, los hechos, no importan, en los que la mentira, y también el odio -si es que la una no implica, necesariamente, lo otro-, se extiende como la pólvora, como un manto negro que anula la conciencia, que convierte, he ahí su poder, a la víctima, santa inocente, en el más fiel seguidor de su verdugo.
Nada sirve, nada puede servir, ante tal apatía, ante tal sobrada fuerza bruta que alimenta los más bajos instintos de una sociedad, de una parte de ella, que, en su vulnerabilidad, cabreada, agoniza, muere -porque vivir es otra cosa-, en una guerra permanente con el mundo, y quién sabe si hasta consigo misma, que está condenada a perder. Nada sirve, nada puede servir, ante quienes, como apuntaba Unamuno, tienen la capacidad de vencer sin convencer, sin persuadir, ante una derecha -y una extrema derecha- embustera que, sin el más mínimo pudor, y de manera impune, igual hoy como ayer, no duda en engañar al pueblo para ganar su voto -o su abstención- y luego olvidarlo o, si me apuras, arrodillarlo.
Nada sirve, nada, cuando todo vale. Nada puede servir cuando al PP de Feijóo -como a los otros- le basta con sacar a pasear, de un modo miserable, en cualquier contexto, el nombre de la banda terrorista ETA como si ésta fuera un estigma para el PSOE, como si ningún socialista hubiera muerto asesinado, como si no fuera hace doce años cuando desapareció, acorralada, bajo el Gobierno, sí, de Zapatero, como si no fuera el expresidente Aznar quien la rebautizó como Movimiento Vasco de Liberación a la vez que acercaba al País Vasco a más presos que nadie. Sí, le basta con asociar a Pedro Sánchez con Bildu, obviando que la asunción de las urnas por parte de la izquierda abertzale como vía única hacia sus fines sólo puede ser interpretada como una victoria, otra más -qué orgulloso estaría hoy Ernest Lluch-, de la democracia -que la extrema derecha crezca a través de ellas, en cambio, evoca la figura del caballo de Troya-.
Sí, con tan poco tapan los verdaderos intereses a los que representan, por no citar a aquellos con quienes se embarcan. Sí, con tan poco ocultan que no tienen otro proyecto para España, por mucho que manoseen la bandera y se la apropien, nos la roben, para pisotear su diversidad -y la convivencia- y alardear de un patriotismo falaz y soez, que derogar -ese verbo que tanto promulgan, cuando la belleza reposa en el construir- nuestras mayores conquistas como sociedad, nuestro patrimonio, nuestra patria, los derechos que hoy disfrutamos -y no protegemos lo suficiente-, los avances hacia la igualdad, esos que nunca quisieron, los de ahora y los de antes, para restablecer privilegios, los suyos.
Sí, con tan poco contrarrestan cada medida, cada mano tendida a la ciudadanía, en medio de una pandemia, primero, que paró -y confinó- el mundo y una guerra a las puertas de Europa, después, que a la tragedia humana suman las consecuencias económicas. Sí, con tan poco neutralizan, como si se disiparan, el salvavidas de los ERTE en aquellos momentos tan duros, la reforma laboral que ha disparado la contratación indefinida, la estabilidad, frente a la precariedad y el despido libre, las subidas, sin precedentes, de las pensiones y del salario mínimo interprofesional, la decencia del mínimo vital, el éxito de la excepción ibérica para abaratar el coste de la luz, la histórica ampliación de las becas y la reducción de las tasas universitarias, la bonificación del transporte público, la valentía y la justicia de los impuestos temporales a la banca, las energéticas y las grandes fortunas, la rebaja del IVA de los alimentos básicos o los descuentos en el combustible para aliviar los efectos de la inflación...
Y la lista sigue, interminable, y toda, al completo, aunque lo nieguen, se ha desarrollado con el voto en contra del PP, con su ruido irresponsable, inmoral, y para demostrar -y desmontar tópicos- que la economía puede recuperarse, crecer, sin austericidios, sin dejar a nadie atrás. Pero, al parecer, nada se puede hacer, tan sólo convencer, persuadir, sin descanso, por tierra, mar y aire, hasta el domingo. Sí, porque no podemos aprender a no intentarlo, no, nosotros, los que queremos un mundo mejor, más igualitario, los que creemos en ello, no, porque quizás seamos su última esperanza. Y porque si bien no tenemos su fuerza bruta sí nos asiste la razón.
Pablo Pineda Ortega
Secretario de Memoria Democrática
PSOE de Huelva