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Pablo Pineda

El Campillo, espejo de lindas... flamencas

El Campillo, espejo de lindas... flamencas

Una veintena de modelos locales luce sobre la pasarela hasta 55 trajes distintos de gitana en el desfile de moda de la Mercería Isabel Valiño

EL CAMPILLO. El Campillo, espejo de lindas… flamencas. Lo rezan las letras del pasodoble de la localidad minera compuesto en su día por el ya desaparecido e Hijo Predilecto de la Villa José Antonio Trabajo Cumplido, más conocido como Arturo. No son meras palabras bonitas, versos construidos desde la irracionalidad del amor a la tierra propia, embriagados por su paisaje y su paisanaje, por su gente y a sus calles, sino estrofas cargadas de la realidad más objetiva, de verdad. Así lo certifica la representación de veinte modelos que, deslumbrantes, rebosantes de belleza, y con una destreza innata sobre la pasarela, lució la no menos imponente colección de 55 trajes elegidos de manera cuidadosa para la nueva edición del desfile de moda promovido por la Mercería Isabel Valiño.

La Romería de la Santa Cruz, el tan esperado primer fin de semana de mayo, con el máximo anhelo, se acerca, se aproxima, se otea ya en un horizonte inminente. Se respira y se desea. Una recta final en la que la mujer campillera hace números para sortear las dificultades, las penumbras de la crisis, para, como siempre, volver a conquistar miradas, confundirse entre los aromas del campo, para destacar entre ellos, entre los colores del brezo que acompañan a la peregrinación a Rocalero por la senda que parte desde Cuatro Vientos. Poco necesitan ante una hermosura que le es inherente. Si bien, es en el detalle donde está la diferenciación, en el tono, vivo o suave, en los lunares, en los volantes, en los encajes, en la elección de un vestido corto, largo, canastero o de amazona, para ir a galope por el sendero.

Esa pincelada, ese complemento, esa guinda, ese último broche, es, precisamente, la aportación de una revista de moda que, con su alfombra roja, puso en liza, en el marco de una nave municipal llena de público, las múltiples alternativas, el sinfín de opciones, que tienen las flamencas campilleras para hallar la perfección, el modelo que mejor se amolda a su estilo, a su personalidad, a su figura, a su alma, a sus sueños. No falta el rosa, el rojo, el verde o el celeste, colores que impregnaron el ambiente entre revuelos de volantes, entre bailes improvisados en medio de la expectación. Pero tampoco se ausentan los matices pálidos, ocres o beiges e, incluso, la sobriedad del marrón o el negro, este último, con frecuencia, combinado con su antítesis, con su polo opuesto, con el blanco.

La exquisitez era total. Los 55 trajes de gitana se alejaban del anonimato inerte de las perchas, cobraban vida en sí mismos, porque se la otorgaban la simpatía, el semblante y el arte de las salvocheanas que los portaban, las mismas cualidades que atesoran las asistentes que, atentas, escudriñaban hasta el más mínimo detalle, cada paso, cada movimiento, cada puntada, cada remate. Todo era intachable, inmaculado, resplandeciente, excelso, embelesador. La elección era complicada, difícil. El acierto, en cambio, estaba asegurado, tanto como la sugestión de los romeros, de ellos, que, una vez más, avanzarán por el camino absortos, encandilados, por tanta belleza, porque, de vuelta al pasodoble del maestro Arturo Trabajo, El Campillo es espejo de lindas mujeres, de su salero y de su gracia. El unísono aplauso final dictó sentencia.

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