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Pablo Pineda

El Campillo rebosa devoción por la Santa Cruz

El Campillo rebosa devoción por la Santa Cruz

El pueblo entero se adentró en la senda hacia Rocalero en las dos peregrinaciones; la primera, en busca del romero; y la segunda, junto al simpecado

EL CAMPILLO. El Campillo volvió a rebosar devoción por la Santa Cruz este fin de semana. Sus calles quedaron totalmente desiertas desde que, al alba, los cohetes y tamboriles comenzaron a marcar la hora más esperada, la del inicio de las peregrinaciones hacia Rocalero: el sábado, en busca de ingentes cantidades de romero para agasajar, al retornar al casco urbano, a la Cruz en su ermita;  y el domingo, ya junto al simpecado, sin dejar que el cansancio hiciera mella en las piernas ni en unas gargantas que, rotas, no cesaban de cantar y de alzar la voz con gritos sinceros de “¡Viva la Cruz!”.

No faltaba la medalla en el pecho de los romeros, el símbolo que representa los enraizados sentimientos de los campilleros, la fe en su romería, la misma que ensalza, más que nunca, la solidaridad y fraternidad que definen a este pueblo minero. Unos valores que envuelven a todos sus habitantes con cada llegada del primer fin de semana de mayo. Las emociones, a flor de piel. Risas y abrazos, aderezados por los sones de las sevillanas y el compás de las palmas, se sucedían a cada instante. Son más de 30 años de camino. Y siguen intactas las ilusiones, como en el primer día.

La Hermandad de la Santa Cruz, con su presidente, Enrique Diéguez, a la cabeza, arropaba a los mayordomos, Mari Flores Nazario Fernández y Francisco Romero Marmesá, quienes, el domingo, no dudaron en visitar, acompañados por un grupo de tamborileros, a las decenas de reuniones que se repartían bajo las sombras de las encinas y alcornoques del campo de la romería. Querían beber la esencia de la fiesta, vivirla en su máxima expresión, entregarse de forma plena a la Santa Cruz.

Antes, al arribar la comitiva a Rocalero, con sus más de 2.500 peregrinos, centenares de caballos y decenas de carretas, los bueyes se arrodillaron ante el estandarte del simpecado en señal de ofrenda. Un emotivo tributo en medio del fervor campillero. Así comenzaron esas últimas horas de convivencia, esos ratos con los amigos, en especial, con aquellos que pronto tendrían que marcharse a los puntos lejanos a los que, en su día, se vieron obligados a emigrar. Con la caída del crepúsculo, los cohetes señalaron ese momento que todos querían alargar, el de la salida hacia El Campillo, donde ya, cuando el domingo se acercaba a su fin, descansaba la Santa Cruz de nuevo en su ermita.

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