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Pablo Pineda

Una partida de ajedrez

Una partida de ajedrez

La I Liga JSA-El Campillo devuelve al pueblo minero un deporte que, para la mayoría de sus adeptos, había pasado a formar parte del baúl del olvido

EL CAMPILLO. La recuperación de las pasiones dormidas, el rescate de una memoria condenada al olvido, la evasión de unos valores perdidos, su retorno desde el ostracismo al que se habían visto abocados por la imposición de la cultura audiovisual, por la irrupción en el marco de lo global de los lúdicos y poco racionales homo ludens y homo videns frente al ya en decadencia homo sapiens sapiens; todo ello se respiraba en la Casa del Pueblo de El Campillo durante el arranque de la I Liga de Ajedrez JSA-El Campillo. El deporte intelectual por excelencia, los tableros de cuadrículas negras y blancas, cada uno con sus 32 piezas, y las reflexiones estratégicas de los oponentes, volvían a cobrar protagonismo en un pueblo en el que habían sucumbido al letargo del abandono. Los peones avanzaban de nuevo con su paso lento, pero firme, por la línea que le marcaba su rey, mientras la reina y las torres defendían al monarca de las embestidas ideadas por el rival a la espera de un contraataque definitivo comandado por los alfiles y los caballos. Todas las figuras estaban, por fin, fuera de unas cajas carcomidas por el polvo de los años.

Y todo ello, gracias a la voluntad de 24 campilleros que, invitados por la agrupación local de Juventudes Socialistas, se han sumergido, tras un largo periodo de inactividad, en el frenesí racional propio del mundo del ajedrez. Lejos de las connotaciones de pesadez, aburrimiento o hastío con las que algunos asocian a este juego –fruto de la impaciencia propia de unos días contemporáneos en los que el estrés y la celeridad se erigen en guías de una asfixiante rutina–, los primeros movimientos fueron suficientes para encender la mecha de la ilusión en cada uno de los participantes. Entre ellos, desde niños de apenas 11 años hasta adultos que rozan la etapa sexagenaria.

Pero todos, sin distinción de edad, parten desde condiciones igualitarias a la hora de afrontar la batalla del conocimiento. Su capacidad de pensamiento es la que decide quién tomará ventaja en la partida. La suerte, el azar, la teoría de la probabilidad, carecen de espacio. Las piezas están sobre el tablero y sólo los jugadores decidirán cuál es su devenir. Ninguno espera el abrigo de alguna ingerencia externa que medie en su favor, porque saben que lo harían en vano. La esperanza en una acción divina o aleatoria que determine su victoria emerge como un craso error, pues ese aliento nunca llegará. Son dos, uno frente al otro, los únicos que desempeñarán un papel. Sólo de ellos, de su concentración, de su experiencia, de su mente, dependerá el resultado final.

Sin embargo, se detecta una ausencia, la mujer. Ninguna fémina se haya inscrita. Nadie puede explicar la razón, ni los organizadores ni los aficionados. La menor disposición de tiempo libre como consecuencia de la suma de responsabilidades de un colectivo que, aunque se ha incorporado de forma plena al mundo laboral, político, cultural y social, no se ve liberado de la pesada carga de las tareas del hogar, quizás, constituya una hipótesis demostrable.

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