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Pablo Pineda

Didier Macho pone el bordón de su toque al Candil Minero

Didier Macho pone el bordón de su toque al Candil Minero

El joven gaditano pilota con su guitarra el espectáculo flamenco con el que El Campillo se adentra en el Circuito Ocho Provincias · El ‘Pati de la Isla’ puso el cante y María Fernández, el baile

EL CAMPILLO. Didier Macho ha puesto el bordón de oro de su toque al Candil Minero de El Campillo. Su guitarra, prolongación de unos dedos que apenas alcanzan los dieciséis años, pilotó el reciente espectáculo con el que la renacida Peña Flamenca de la antigua Salvochea aterrizaba en el prestigioso Circuito Ocho Provincias, el programa promovido de manera conjunta por la Consejería de Educación, Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía y la Confederación Andaluza de Peñas Flamencas. El cantaor Antonio Pavón, Pati de la Isla, y la bailaora María Fernández, testigos de excepción sobre las tablas del Teatro Municipal Atalaya.

Pronto daba muestras del porqué de su laureado inicio, certificado por logros de la talla del primer premio en el Concurso de Guitarra Flamenca Desencaja 2013 (Cádiz) o su condición de semifinalista del Bordón Minero en el Festival de Cante de Las Minas de La Unión (Región de Murcia). Bastaba el sonido de los primeros acordes. La maestría emanaba con el primer palo que ponía en escena. Como buen hijo pródigo de la localidad gaditana de Paterna de la Rivera, no podía ser otro que la petenera. En ella, en su melancolía, en su tristeza, en su encanto, sumergió al público que se daba cita en el patio de butacas del Teatro campillero.

Tras el toque solitario, apareció el cante. El Pati de la Isla ponía letra, versos, a la poesía que surgía de la guitarra de Didier Macho. Lo hacía con la granaína y la malagueña. Un nuevo plato de lujo, de flamenco puro. Pero sólo el preludio de lo que acontecería a continuación: la taranta, ese grito de la desesperación, del dolor, de la pasión minera, la voz desgarrada que brota desde las gargantas rotas, desde las entrañas de la tierra. Con esperanza, la que aportaban las sutiles pinceladas de la danza de María Fernández. Aplausos. Y tras ellos, retornó el silencio. Se hizo de nuevo en la sala, para dar la bienvenida a la vibración de las cuerdas con las que la perla de Cádiz construía una seguirilla por bulerías.

La velada continuaba luego su travesía por los palos flamencos con la soleá, con el taranto y, cómo no, con ese embajador de Huelva, con la esencia de su cante, con esa cuna del arte onubense que es el fandango. Un recorrido en el que, otra vez, Didier Macho contaba con la compañía de Antonio Pavón. Eran más destellos de luz, de calor, en medio de una noche oscura y fría que culminaría con las alegrías, con un fin de fiesta en el que el movimiento de María Fernández se fundía en el aire con los sonidos de una guitarra temprana pero con solera. Ambos, baile y toque, eran solo uno. El flamenco se reivindicaba. El Candil Minero se elevaba. El público, encandilado, quería más.

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