Los rostros de una final
Sufrimiento, tensión, pasión, alegría y tristeza se entremezclaron en las peñas madridista y barcelonista de El Campillo en una Copa del Rey de infarto
EL CAMPILLO. Los tambores de guerra sonaban en la víspera del gran choque, de la soñada final de Copa Barcelona-Madrid, del segundo episodio de una saga de cuatro capítulos que culminará con la vuelta de las semifinales de la Champions League en el Camp Nou el próximo martes 3 de mayo. Las peñas de uno y otro equipo en El Campillo, por poner un ejemplo que se podía extrapolar a cualquier otro punto de la provincia o, incluso, del país, se vestían de gala en los minutos previos a la cita. Pero sólo podía ganar uno. Y los cohetes, en esta ocasión, tras un cúmulo de decepciones en las últimas temporadas, pregonaron la victoria blanca. El segundo asalto, el que valía un título, se decantaba para el bando merengue.
Hasta llegar a ese instante, al momento en el que Casillas levantaba la Copa, la decimoctava del Madrid (25 tiene en sus vitrinas el Barcelona), se vivió de todo. Fueron 120 minutos vibrantes, de nervios, tensión, alegrías, decepciones, miedo. Un haz de sensaciones contrapuestas que se reflejaban con transparencia en los rostros de unos espectadores que no se movían de sus asientos, que casi ni respiraban para no desviar ni un ápice la atención de la pantalla. Todo, desencadenado por un envite palpitante. Y es que había algo más que un partido y que un título en juego. Era una cuestión de orgullo. Sobre el tapete estaba la supremacía del deporte rey, la que hasta el 20-A era del Barça. Hoy, la línea es algo más difusa.
Las dos peñas anhelaban la celebración, la llegada de un gol de los suyos que acallara las bocas del oponente. Algunos se inquietaban ante la fase de tanteo inicial. Los culés, preocupados por la solidez del esquema táctico planteado por Mourinho, infranqueable para los Messi, Iniesta, Xavi y compañía. Éstos dominaban, pero las ocasiones eran de Cristiano Ronaldo y Pepe, que, sobre todo, con el remate al palo del defensa, hacían presagiar en ‘Camp Barça’, tras sendos suspiros de alivio, que el camino hacia la gloria iba a ser más encrespado de lo esperado. La primera mitad daba esperanzas a los blancos y sembraba la preocupación en los azulgrana. Eso sí, las espadas seguían en todo lo alto y nadie se atrevía a aventurar un pronóstico desde la razón.
El segundo periodo fue opuesto. La escuadra de Guardiola conseguía, ahora sí, hallar huecos. La incertidumbre de los peñistas barcelonistas se tornaba en confianza en una victoria que empezaban a acariciar. Y los de la Peña Madridista ‘Los Cipreses’ lamentaban la oportunidad perdida en los primeros 45 minutos, aunque tampoco se rendían. Fue entonces cuando Messi sorteaba el muro defensivo blanco y servía a Pedro para que, de tiro cruzado, superara a Casillas. Los azulgrana daban un salto y festejaban un tanto que podía significar un nuevo triunfo sobre el eterno rival. Fue un espejismo. El asistente levantó el banderín y los merengues recuperaban el aliento. Luego, compungidos, con el alma en vilo, veían cómo el meta del Madrid sacaba dos manos salvadoras.
Era un duelo de infarto. Ya todo podía pasar. El Barcelona dejaba vivo al Madrid y éste podía llevarse el gato al agua en cualquiera de sus embestidas, como en la que culminaba Di María, ya sobre la bocina, con un disparo al que respondió Pinto con una mano providencial. Así, el colegiado marcaba el tránsito a la prórroga. Las dos aficiones respiraban, pero con dificultad. Y llegó la sentencia, Cristiano Ronaldo cabeceaba a la red un centro de Di María que desataba la euforia en ‘Los Cipreses’ y hundía a los peñistas de ‘Camp Barça’. No hubo reacción. Y los primeros salieron a la calle y los segundos se marcharon a sus casas, cabizbajos, a la espera de días mejores, con la mente puesta en la inminente revancha: las semifinales de la Champions.
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