La Peña Femenina acuna al Candil Minero
El XIII Circuito de Cante de la Federación Onubense El Fandango, que en esta edición homenajea a Antonio Toscano, apaga las velas en el segundo cumpleaños del renacimiento de la Peña Flamenca de El Campillo
EL CAMPILLO. La Peña Flamenca Femenina de Huelva acunó el pasado sábado al Candil Minero con su arte veterano, con su solera, con su mimo, con esa ternura que sólo emana del amor de una madre. El pretexto, el XIII Circuito de Cante de la Federación Onubense El Fandango, que, en su homenaje a Antonio Toscano Toscano, aterrizaba en El Campillo para apagar las velas en el segundo cumpleaños del renacimiento de su peña flamenca, en la conmemoración del segundo aniversario de aquel 21 de octubre de 2011 grabado con letras de oro en el que ocho personas se reunían en la sede de la sociedad de cazadores Salvochea para retomar la entidad tras dos décadas de silencio. Entre ellas, el desaparecido José Gómez Carrasco, Chele, que siempre permanecerá vivo en la memoria de los aficionados mineros.
Desde entonces los pasos han sido constantes. Aun sin local (ya está cerca la cesión de la antigua Factoría-Almacén del Ferrocarril Minero de la Río Tinto Company Limited por parte del Ayuntamiento), la Peña Candil Minero no ha cesado en su empeño, con galas, cenas y potajes flamencos. Un elenco de actividades que la ha convertido ya en una de las más importantes de la provincia con alrededor de 180 socios, testigos directos del cenit de uno de sus integrantes, José Luis Diéguez Conde, a punto de presentar su primer disco, Aires de Huelva, resultado de su coronación en el Festival Internacional de Cante Flamenco de Lo Ferro con el Melón de Oro 2013. Una trayectoria que mecía el sábado la dulzura de las voces de la Peña Femenina de Huelva en el Teatro Atalaya, para que prosiga, para que crezca.
Vidalitas, malagueñas, granaínas, tangos y, cómo no, fandangos... Con este carrusel de palos deleitaron Carmen, Pepi, Loli y Mari Ángeles a un público fiel, entregado a su cante, como también al toque lúcido del guitarrista Antonio Sousa. El silencio se apoderaba de la sala, de un patio de butacas en el que se daban cita, expectantes, decenas de personas. Se respiraba flamenco, por cada recoveco. No había ruido, nada alteraba la perfecta armonía, la complicidad, esa fusión perfecta entre música y oyentes que se materializaba en cada aplauso. El recorrido fue amplio, como la tierra de Huelva, por sus minas, por su sierra y por su mar, como lo son los matices de sus voces, como lo es la apertura de las puertas de su peña femenina al arte, a todo el arte, sin veto, ni para el hombre ni para la mujer. El final, ese templo del fandango: Alosno, a boca llena.
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Fernando Rodriguez Viguera -