La semilla del socialismo
Esmeralda Pérez Mariano, de El Campillo, de Salvochea. Hija, esposa, madre de socialistas. Socialista ella, mujer, militante, de pura cepa, desde la infancia, por convicción, por sufrimiento, por lucha, por inconformismo, por su indignación y su rebeldía, por su impotencia ante la injusticia, porque cree en esas ideas y porque sufrió el azote de la represión fascista por ello, por acunarlas, por defender esos nobles principios, por convivir con el terror, por caminar con el miedo, con esas tribulaciones, con esos profundos pesares que no son más que la más fehaciente prueba de su valentía, porque nunca se rindió. Porque, a muy temprana edad, perdió a su padre, se lo arrebataron, se lo arrancaron de cuajo. Por el simple hecho de ser lo que ella es, socialista, por ser concejal en el arranque, en el comienzo, en los albores de la Corporación Municipal de Salvochea, por inaugurar la autonomía local abierta tras la constitución del Ayuntamiento de Salvochea aquel 22 de agosto de 1931, una vez independizado de Zalamea la Real al calor de los vientos revolucionarios, de libertad, esa en la que siempre creyó ella, instaurados en nuestro país por la añorada Segunda República.
Narciso Pérez Rodríguez se fue. Primero sería encarcelado, el 10 de octubre de 1934, para permanecer preso casi dos meses, hasta el 3 de diciembre de 1934. Su delito, su culpa, su participación en la Revolución de Octubre. Luego sería edil socialista de Salvochea, entre el 22 de febrero y el 26 de agosto de 1936. Su compromiso social, su conciencia obrera, lo colocaba en las listas negras, entre los elegidos de la sinrazón. Estaba condenado ya. Sólo quedaba esperar el tiro de gracia, el vacío, el olvido, de una fosa común. Lo fusilaban vilmente, a sangre fría, el 1 de septiembre de 1936. Murió. Dejaba huérfanos a cinco hijos (otros dos murieron) y viuda a su mujer, Sebastiana (quien también sobrevivió a un disparo en la pierna en su exilio en la aldea de El Membrillo). Pereció, pero en ella, especialmente en ella, en Esmeralda, quedó su semilla. Una semilla que germinaría, que nunca se marchitaría, que crecería pese al silencio impuesto, pese a la espesura de la eterna niebla sembrada por el franquismo, pese al horror, pese a la represión tenaz y constante de quienes los dejaron, como a tantos otros, en la miseria, sin pensión alguna y hasta, si hubieran podido, porque lo intentaron, sin casa, sin su casa.
La semilla jamás se detendría, como tampoco lo hace la primavera, primero sola, para salir adelante junto a los suyos, con esfuerzo, sudor y lágrimas, con tesón, con sacrificio, con esa fortaleza que sólo las mujeres son capaces de sacar de la flaqueza, pese a la adversidad, con un trabajo y otro, de lo que fuera, donde fuera, porque eran tiempos de eso, de penurias, de un servilismo impune, de sometimiento, de ausencia del más mínimo de los derechos, de abandono a la suerte o, más bien, al infortunio, de todo lo que oliera a rojo, a amor a la libertad. Avanzó, sin que ese miedo se borrara de su mirada triste, jamás, pero sin pararse, sin vencerse, porque tenía que seguir, como fuera, sin descansar, en una senda en la que encontró al que pronto sería su marido, con el que contribuiría, con el que pondría su grano de arena, a la conquista de la democracia. Su compañero, su alma, su otra mitad era (y es) Carlos Pernil Nieves, también socialista, también concejal de Salvochea (ya El Campillo tras el cambio de denominación por decretado por el régimen ilegal del caudillo), como lo fuera su progenitor, en el mandato 1983-1987.
Juntos, Esmeralda y Carlos, ella con su sentimiento, con su profunda creencia en el socialismo, en ese proyecto de vida que mamó, el mismo que fundó Pablo Iglesias y en cuyas palabras el poeta Antonio Machado detectaba el timbre inconfundible de la verdad humana, y él con su acción, con su combatividad, con su pasión, con esa vehemencia necesaria, tomarían parte en esos inicios también difíciles, en los que cualquier movimiento en falso podía devolver los tiempos oscuros de un pasado aún cercano, en los que aún imperaba el miedo, ése que a ella nunca ha abandonado, que nunca se ha despegado de su ser, que persiste en lo más hondo de su interior, que todavía hoy aflora y la atormenta. Pese a ello, nunca desistieron. Juntos consiguieron mucho y juntos se apartarían cuando ya sintieron que se afianzaba lo que ellos tanto soñaron, o que, al menos, tocaba a los que venían por detrás culminar el tránsito a la libertad. Tocaba dejar paso a savia nueva, a la que ellos mismos, con su amor, habían engendrado, a los frutos de su semilla, rosas rojas provenientes de sus entrañas, porque Esmeralda es la madre de la primera alcaldesa de la historia de El Campillo, Irene Pernil Pérez (1989-1991), y de Juan Carlos Pernil Pérez, minero y también edil bajo las siglas del puño y la rosa en varias etapas (1987-1995 y 1999 y 2003).
Hoy Esmeralda se aproxima a los 90 años y el PSOE, el socialismo, le reconoce su valía, su aportación, le brinda, a su salud, el merecido homenaje, por su abnegación, por su entrega a las ideas por las que siempre luchó, por las que tanto le quitaron, por las que tanto nos ha dado, porque su briega incansable, callada, invisible, porque su corazón, sin duda, como el de tantas otras mujeres como ella, ha construido un mundo mejor que el que ella conoció, para nosotros, para sus hijos, para sus nietos, porque ella, como su padre, sabía que lo que se lograra no iba a ser para ella, sino para los demás. Y eso, lo que ella ha portado sobre sus espaldas ya cansadas, ya decaídas, ya envejecidas por los tantos fríos inviernos a los que se ha enfrentado, es socialismo. Ésa es la grandeza, la generosidad, la solidaridad, que emana del puño y la rosa. Y Esmeralda es una más, imprescindible como todas, de esas mujeres que, en silencio, en el anonimato, desde ese amor puro y sincero a la libertad, a la igualdad y a la justicia social que inyecta fuerza a los demás para seguir, para no desfallecer, lo han dado todo sin pedir nunca nada a cambio. Esmeralda es, hoy más que nunca, semilla del socialismo.
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