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Pablo Pineda

Segunda Transición Política

Por Fernando Pineda Luna, en DiariodeHuelva.es

Los procesos electorales municipales, autonómicos y generales pendientes se han convertido, de hecho, en los principales instrumentos de un cambio de ciclo en la política española, que puede determinar los sistemas de vida y de convivencia de varias generaciones futuras. Ante tal situación, estamos más obligados que nunca a analizar en extensión y en profundidad nuestra realidad, a reflexionar seriamente sobre sus conclusiones y a decidir en consecuencia.

Debemos sentirnos orgullosos de la primera transición política porque, partiendo de esperpénticos encuentros entre los históricos aparatos represores y sus víctimas más representativas en un escenario aún embarrado por los vómitos de innumerables militares, políticos, jueces y eclesiásticos empachados de fascismo, tuvo el mejor resultado de los posibles. Cambiamos la clandestinidad, las persecuciones, las comisarías y las cárceles por el diálogo con nuestros perseguidores y verdugos en un ejercicio de extrema responsabilidad para aprovechar la muerte del dictador en beneficio de la restauración de la democracia, sin más dolor, sin más sangre, sin más muerte.

Conseguimos la Constitución Española de 1978 (por cierto, no refrendada por Alianza Popular, partido originario del gobernante Partido Popular), con la que la izquierda más representativa gobernó el Estado 22 años, llegando a consolidarla frente a movimientos golpistas, que durante una década protagonizaron nostálgicos sectores de los poderes fácticos. Esta labor de guardián de la democracia se simultaneó con la creación del Estado del Bienestar, con la inclusión en Europa y con la lucha contra el terrorismo.

Frente a este bagaje positivo de gestión política de esta izquierda, se han producido errores importantes, como no prevenir y no eliminar drásticamente la corrupción o haber aceptado políticas antisocialistas, llegando a modificar el artículo 135 de la Constitución Española, junto al PP. Pero el error básico, a mi entender, fue no haber impulsado a tiempo la segunda transición política, que posiblemente hubiera evitado los errores anteriores.

Llegado hasta aquí, no obstante, no considero justo, aunque sí legítimo, que este balance resultante entre éxitos y errores haya conducido a tan creciente pérdida de confianza de la sociedad en el PSOE, partido más representativo de la izquierda. Ello sólo se comprende porque son ya varias las generaciones que carecen de las agitadas vivencias de la primera transición, que no padecieron las brutales desigualdades que llevaron a sus padres y abuelos a la necesidad ética de elegir entre los principios de la izquierda y los objetivos de la derecha como norma de vida y que, además, están sufriendo con mayor desgarro la grave crisis económica y la indecente corrupción política.

Esta desconfianza, está, como siempre, en su origen, promovida y alentada por los poderes fácticos para liquidar a la izquierda, su enemigo natural permanente, utilizando su capacidad económica para dividirla y su capacidad de corrupción para desprestigiarla.

Por lo tanto, la izquierda española, en lugar de seguir creando nuevos partidos y provocando absurdos enfrentamientos entre sí, que sólo mueven la hilaridad de la derecha, tiene la urgente responsabilidad histórica de unirse para iniciar el proceso de la segunda transición política, que contemple, entre otros, los asuntos relacionados con el sistema federal como organización territorial del Estado, el referéndum sobre República o Monarquía, la recuperación de la Memoria Histórica y el blindaje del Estado del Bienestar y de los servicios públicos esenciales, todo ello mediante la reforma necesaria de la Constitución Española.

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