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Pablo Pineda

¡De los 40 ‘pa arriba’... no te mojes la barriga!

¡De los 40 ‘pa arriba’... no te mojes la barriga!

Los campilleros nacidos en 1967, que este año pasan a ser ‘cuarentones’, fueron objeto de un homenaje en el Teatro Municipal Atalaya

EL CAMPILLO. La nostalgia, el recuerdo emotivo de los años de la niñez, de esa adolescencia ya perdida, arrebatada por el imparable transcurso del tiempo, la añoranza de la magia del siempre anhelado primer beso o de las travesuras callejeras de una generación que creció ajena a las nuevas tecnologías, a los videojuegos y a la ‘telebasura’. Éstos son algunos de los sentimientos que embargan al ser humano en esos instantes en los que toma conciencia de la culminación de una etapa de su vida, la que siempre es considerada como ‘los mejores años de su existencia’. Un sentido de pesadumbre, de pesimismo e, incluso, de cierto nihilismo que se hace aún más patente cuando se cruza una frontera concreta, la que marca, de un modo definitivo, el fin de la juventud, la misma época que todos intentan alargar tras cumplir los treinta y que es dejada atrás, de un modo irremediable, a los cuarenta.

Por este trance pasa un grupo de unos ochenta campilleros, aquellos que nacieron en 1967. Y lo hacen desde el optimismo, la ilusión y la esperanza, alimentados por el calor del reencuentro, de la inmersión en los instantes vividos con unos compañeros de correrías separados después por circunstancias particulares. Cada uno siguió su curso, aunque un paréntesis, efímero y enriquecedor, ha vuelto a unir sus caminos. La excusa, un solemne homenaje organizado en el Teatro Atalaya por el ‘cuarentón’ Francisco Javier Domínguez con la colaboración del Ayuntamiento y la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer (AFA) de El Campillo.

Varios fueron los campilleros nacidos en 1967 que intervinieron, con los nervios a flor de piel, para dibujar una panorámica de lo que fue su infancia en las calles de su pueblo, unas rúas insertadas entonces en el mismo entramado rectilíneo, pero con una fisonomía entrañable, muy distinta. También el carácter opuesto de las generaciones actuales, “teledirigidas” por la actual sociedad del conocimiento, por una cultura de la imagen que profana el espíritu crítico característico de quienes aparecieron el mismo año que fallecía el Che Guevara (con quienes se identifican), en los albores de la democracia, para enterrar la dictadura que había oprimido las libertades, se erigió en uno de los ejes de la velada. Una noche en la que tampoco podían faltar, además de sus familiares, sus maestros y los sacerdotes con los que recibieron los sacramentos del bautismo y la primera comunión.

Los de su generación son de los últimos que jugaron en la calle a la peonza, a las chapas o al rescate. Su televisión era en blanco y negro. Con ella, vieron Mazinger Z, rieron con Espinete y Don Pimpón y lloraron con Chanquete, Heidi y Marco. Y sobrevivieron a las cotidianas pedradas en la cabeza, los columpios de metal y los ataques de otro niño sin la mediación de un mayor, al que nunca chivaban quién le había hecho los moratones que adornaban sus cuerpos. Iban solos a la escuela y no les pasó nunca nada. El 127 era un coche familiar en el que 5 ó 6 se marchaban de vacaciones al campo con la baca a rebosar y sin cinturones en la parte trasera. Bajo ese clima de riesgo se construyó su personalidad, sin el exceso de protección que hoy ellos mismos brindan a sus hijos.

Han tenido todo aquello que no tuvieron sus padres ni sus abuelos, que lucharon en la mina para otorgarles el bienestar del que hoy disfrutan, para darles el futuro asociado a quien posee una titulación universitaria. Comenzaron sus estudios en ‘parvulito’, no en educación infantil. Veían cómo sus madres iban a por agua al ‘Socavón’ y jugaban en parajes como ‘La Pisá del Caballo’, ‘La Cuesta de El Torito’, ‘El Llano de los Chinos’ o ‘La Mimbrera’, unos enclaves naturales hoy desconocidos por los niños campilleros. Todo ha cambiado, aunque los años nunca borrarán la huella dejada sobre El Campillo por los avatares de aquellos niños inocentes y revolucionarios que ya hoy celebran 40 primaveras.

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