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Pablo Pineda

Carranza, un campillero de pura cepa

Carranza, un campillero de pura cepa

El guardián del Parque Los Cipreses, la mano que daba de comer a sus animales y constructor de las ilusiones de los más pequeños como voluntario de la cabalgata de Reyes Magos... Sobran las palabras para definir a este minero de 87 años, un referente para su pueblo

EL CAMPILLO. Juan Manuel CARRANZA Durán. El nombre habla por sí solo. Sobran las presentaciones, las palabras, puesto que ninguna acierta a expresar la esencia de un hombre humilde, sencillo, cercano, solidario, humano... como pocos, de una persona excepcional, grande, volcada con su pueblo, entregado a sus calles, a su gente, a las ilusiones de sus niños y, por encima de todo, rendido a su paisaje, a su entorno natural, a su Parque, a sus Cipreses. Porque es CAMPILLERO, de pura cepa, con mayúsculas, con letras capitulares escritas con sangre salvocheana, roja como ninguna otra, con tinta de cobre, de ese metal que él mismo arrancó tantas veces, durante tantos años, de las entrañas, del corazón de su amada tierra, de la Cuenca Minera de Riotinto.

Son 87 años de lucha desinteresada tallada en su morena piel y forjada por su alma cristalina. Una existencia entera de dádiva, de regalo, de generosidad incesante proyectada hacia cuantos le han rodeado, a quienes han tenido la fortuna de conocerle, ya que, para todos ellos, se ha convertido en un espejo en el que mirarse, en un verdadero referente, por su bondad, por su comprensión, por su cariño, por su amor a El Campillo, a la libertad de la vieja Salvochea, de cuyo nacimiento, aunque todavía desde la distancia, también fue testigo, allá por 1931, cuando aún era un niño de seis años. A la inmensa mayoría de cuantos se han cruzado en su día a día, con el aliento de su brazo amigo, le ha allanado el camino cuando éste se hacía cuesta arriba, a veces, soporífero. Allí estaba siempre, sobre todo, al lado de los más débiles.

Pronto empezó su travesía, su dedicación plena a los demás. Cuando apenas levantaba un palmo del suelo sus manos ya comenzaban a encallar. Un sacrificio prematuro que tuvo como destinatario a su familia, necesitada de su ayuda, de su colaboración, de su responsabilidad para que no le faltara una pieza de pan que llevarse a la boca a ninguno de sus ocho hermanos. Eran unos tiempos difíciles, convulsos y revueltos. Tocaba, por tanto, arrimar el hombro; y así lo hizo Carranza, que, entre los seis y los dieciséis años, transitó de tajo en tajo hasta que en 1941 se asentó en las labores agrícolas en Cartaya. Allí, con su sudor, con su esfuerzo, con su espíritu incansable, abonó unos campos de cultivo que, incluso hoy, emanan como una tierra de prosperidad.

Un obrero de los pies a la cabeza, compañero, socialista en unos días de oscuridad en los que la sensatez invitaba a permanecer callado, envuelto en el silencio impuesto por la sinrazón. Bajo este contexto, en 1946, arribó a su casa, a su pequeña patria, el hijo pródigo del barrio campillero de Los Tendederos. Desde entonces su figura ya nunca dejó de ser estampa habitual en los relevos de la Río Tinto Company Limited, en los vagones del ferrocarril que cada día partía hacia contramina, hacia Pozo Alfredo, donde, pico en mano, se dejó la piel, los pulmones, la salud, con una silicosis jamás reconocida por la compañía. Eran días de escasez, de penurias, hasta de avidez, pero ni siquiera ante esas adversidades cedió un ápice en su magnanimidad. No faltaban las ocasiones en las que algún camarada, apretado por el hambre, lo dejaba sin bocadillo en un descuido. Nunca hubo un mal gesto por su parte, ni el más mínimo reproche. “¡Qué le iba a decir, si el pobre tenía hambre!”, indulta cada vez que ese recuerdo regresa a su memoria.

Ni cuando su aparato respiratorio le condujo a parar, a pensionarse con un diagnóstico médico disfrazado con una falsa lesión de espalda, aminoró su velocidad. Aún le restaba en su interior, en ese fondo inagotable de bellas intenciones que acaudala, mucha ternura que dar. La vertió, con la inestimable complicidad de su consuegro, Antonio Matos Cayero, sobre su rincón más querido, el Parque Municipal Los Cipreses, y su área zoológica. Lo hizo de tal manera, con tanto amor, que hoy se puede afirmar, sin temor a caer en una equivocación, que hasta sus árboles y los animales que lo moraban respiraban mejor cuando él los cuidaba. Porque él, con la merma de sus pulmones deteriorados, regaló a su pueblo todo el oxígeno. Hasta esas cotas llega su altruismo, su solidaridad desbordante, hasta el punto de conceder a los demás hasta los bienes que a él le faltan.

Su legado, no obstante, no acaba ahí. Ya jubilado ingresó en la Escuela de Adultos, donde dio rienda suelta a su carácter emprendedor, a su inconformismo, a su afán de mejora, a su anhelo de beber de la cultura, la fuente de la libertad que tanto aprecia, el pilar de la igualdad de oportunidades y la justicia social por la que tanto ha bregado a lo largo de su vida. Impulsó una de las comparsas más entrañables que han pasado por el carnaval campillero, la agrupación de mayores, en la que brilló como compositor de letrillas para luego atreverse, incluso, con la poesía y la creación de sevillanas. También dio el salto a la escena como actor de la obra Como los chorros del oro, que llegó a representarse en el Gran Teatro de Huelva.

Como todo socialista sincero, el actual presidente de honor del PSOE de El Campillo-Traslasierra ha sembrado las ideas que ha defendido, la filosofía que le ha guiado por la senda de honestidad de la que nunca se ha desviado, que lo ha dirigido hacia lo que hoy es, a lo que siempre ha sido, un hombre noble y bueno, su semilla, por cada esquina, por cada recoveco de la antigua Salvochea. Ha construido las ilusiones de los más pequeños como voluntario de la Cabalgata de Reyes Magos y, poco a poco, casi sin darse cuenta de ello, se ha hecho un hueco en el corazón de todos sus paisanos, casi tan grande como el que tiene en su amada Petra, su inseparable compañera, la misma a la que cantaba, pegado a su ventana, dulces serenatas en las noches de su juventud, la misma que le dio su tesoro más preciado, su hija Paqui, y, en cierto modo, sus tres nietos y sus dos recientes bisnietas. Hoy, quizás no se acuerde de nosotros, tal vez no nos reconozca, pero nosotros siempre sabremos quién es él.

2 comentarios

angel falcon del aguila -

sin lugar a dudas un gran señor y mejor persona e.p.d.

PSOE El Campillo-Traslasierra -

Por todo ello, y mucho más, por todo el amor que nos ha dado, desde el Grupo Municipal Socialista consideramos que ha llegado la hora de reconocer la labor, la dedicación y la entrega de JUAN MANUEL CARRANZA DURÁN, la bondad hacia nuestro pueblo de una de las personas que, sin saberlo, nos ha enseñado lo que significa ser campillero. Entendemos que es el momento de agradecerle, de devolverle aunque sólo sea una pequeña porción del cariño que nos ha brindado a lo largo de toda su vida a través de la siguiente medida:

1. Declarar al campillero Juan Manuel Carranza Durán Hijo Predilecto de la Villa de El Campillo.

2. Inscribir su nombre en la denominación del Parque Municipal Los Cipreses, que pasaría a llamarse, en consecuencia, Parque Municipal Los Cipreses Juan Manuel Carranza Durán.