Los hombres también pueden llevar la casa
Un taller intergeneracional de la Asociación para el Desarrollo Rural de la Cuenca enseñó a jóvenes a realizar las tareas domésticas en busca de una igualdad plena
ZALAMEA LA REAL. Hombres planchaban la ropa, cocinaban, cosían... y mujeres arreglaban enchufes. Cualquiera diría, sin miedo a ser tachado de loco, que era el mundo al revés. Hasta habría quien se atrevería a tildar la situación como fabulesca, a relacionarla con una escena de teatro propia del surrealismo. Pero no, quienes lo contemplaron pudieron pellizcarse y comprobar que ocurría de verdad. No era un sueño. La utopía traspasaba los límites de lo lejano, de lo imposible, para emerger en la superficie de lo cotidiano, de lo lógico. Allí, en las instalaciones del Colegio de Educación Infantil y Primaria (CEIP) San Vicente Mártir de Zalamea la Real, estaba, como promotor de un cambio anhelado por las féminas desde tiempos inmemoriales, la Asociación para el Desarrollo Rural (ADR) de la Cuenca Minera de Río Tinto. Con unos talleres intergeneracionales, esta entidad descubrió a un grupo de jóvenes, en el marco de actividades de equipo junto a mujeres de toda la comarca, el secreto de las tareas domésticas. El reto, la igualdad plena.
Aunque no definitivo, era un primer paso. Algunos transmitían la sensación, fundada, de que no habían visto una plancha o una aguja en la vida. Desde luego, nunca las habían usado. Miraban esos utensilios como si de extraños se tratara, como si fueran objetos no identificados. Sin embargo, mostraron una importante capacidad de aprendizaje, una predisposición a solidarizarse con el sexo femenino, a enterrar la injusta exclusividad que durante años ha reservado a la mujer, trabajadora o no, las pesadas labores de la casa, las mismas que ellos, si quieren, también pueden acometer. Sobra con soltar el mando de la televisión y levantarse del sofá. Voluntad, ése es el único requisito para que el milagro sea posible. Los más jóvenes lo saben. Apenas faltaba un empujón para que su concienciación se materializara en acciones prácticas en forma de reparto de las obligaciones propias del hogar. Y ese necesario impulso llegó en el marco de una carrera de grupos en la que chicos de Zalamea la Real, El Campillo, Minas de Riotinto y Nerva tuvieron como maestras a un nutrido plantel de madres de los pueblos mineros.
También se dio el efecto opuesto. El intercambio de roles fue completo. Del mismo modo que los jóvenes se familiarizaban con el arte de la elaboración de platos, con el diseño de disfraces y con la colada, las féminas experimentaron, y con desparpajo, un primer contacto con el mundo de la electricidad. Todos están posibilitados, por tanto, para hacer de todo, el género no determina sobre quién recae la satisfacción de las obligaciones domésticas. En ese contexto llegó la hora del broche final, el roll-playing. Tras un desfile de modelos con los disfraces creados, cada conjunto formado para superar las distintas pruebas protagonizó una improvisada obra teatral en la que los mayores hacían de hijos en papeles tan diversos como el de empollón, el de ‘freaky’ o el de vago y pésimo estudiante, sin olvidar al que fuma marihuana o al que aprovecha una ausencia de sus progenitores para montar una fiesta. Enfrente, los jóvenes interpretaban a unos padres cansados de las jugarretas y los suspensos de sus descendientes en unas farsas que evidenciaron la facilidad con la que unos pueden situarse en el lugar de los otros, un fruto directo de la convivencia diaria. Ya sólo falta que entre lo mucho que comparten se incluyan los quehaceres de la casa.
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