El Campillo vuelve a ser romero en torno a la Santa Cruz
El pueblo lució sus mejores galas en el 30 aniversario de la Hermandad y quedó prácticamente desierto durante las dos peregrinaciones a Rocalero
EL CAMPILLO. Se cumplía el 30 aniversario de la fundación de la Hermandad de la Santa Cruz y El Campillo, una vez más, quedaba prácticamente desierto en el primer fin de semana de mayo. El pueblo, con su medalla en el pecho, volvía a ser romero. De sus vecinos emanaban, como en cada edición, unos enraizados sentimientos de devoción que les llevaba a salir en masa a la calle para partir, en el mediodía del sábado, bajo un clima de fraternidad y solidaridad inundado por aires de sevillanas y litros de rebujito, rumbo a la finca municipal El Cura, más conocida como Rocalero. Allí esperaban ingentes cantidades de romero que los peregrinos se repartirían para entregárselo, en señal de ofrenda, a la Santa Cruz al retornar al casco urbano esa misma noche.
Era sólo el primer episodio de la fiesta con mayor arraigo entre los vecinos del núcleo minero, ya que, al día siguiente, tras la misa oficiada en la Ermita por el párroco Mateo Pozo Castellanos, la extensa comitiva formada por cientos de caballos, decenas de carretas y más de tres mil personas, según las cifras barajadas por el presidente de la Hermandad, José María Monterrubio, volvía a adentrase en la senda, ya en compañía del simpecado, tras atravesar Cuatro Vientos. El camino era largo, ya pesaban los kilómetros recorridos en la jornada anterior. Las gargantas empezaban a estar roncas. Sin embargo, nada paraba a los campilleros. Paso a paso, avanzaban sin dejar de cantar, como tampoco cesaban sus frecuentes gritos, pese a sus voces rotas, de “¡Viva la Cruz!, ¡Vivan los mayordomos! y ¡Viva El Campillo!”.
Con la llegada a Rocalero, después de que los bueyes se arrodillaran ante el estandarte del simpecado, arrancaban los momentos de convivencia. La gente se mezclaba bajo las sombras de las encinas y los alcornoques. Los grupos de peregrinos se sentaban juntos para proseguir con la celebración, para alimentar su fervor por la Santa Cruz. No había lugar para el descanso, todo estaba cubierto de un esplendor especial, para sorpresa de los romeros noveles, que, tras ser bautizados de manera previa con vino al cruzar la ribera de Cachán, no dudaban en mostrar su deseo de volver. Pero todo termina y los cohetes marcaron la hora del retorno en el crepúsculo del domingo. Y ya en las primeras horas de la madrugada del lunes, la Santa Cruz descansaba de nuevo en su Ermita.
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