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Pablo Pineda

¿Tiene arreglo el PSOE?

Por Carlos M. NAVARRETE MERINO, ex secretario general del PSOE de Huelva

I. LA TENDENCIA AUTODESTRUCTIVA EN CURSO OBLIGA A UNA INMEDIATA REFORMULACIÓN DE LOS OBJETIVOS ACTUALES DEL SOCIALISMO DEMOCRÁTICO

Los resultados obtenidos por el Partido Socialista Obrero Español en las últimas elecciones generales, con la pérdida de unos quince puntos y de unos cuatro millones de votos sobre los anteriores comicios del mismo signo, no hacen sino confirmar dramáticamente la tendencia que ya apuntó en las pasadas elecciones autonómicas y locales: una gran parte de su electorado, la que le ha dado en otras ocasiones la mayoría, absoluta o simple, huye espantada de la obra del gobierno socialista a partir del cambio que se produce en mayo de 2010, cuando Rodríguez Zapatero, en una supuesta actitud suprapartidaria y patriótica, da un giro copernicano a su política convirtiéndose en el aventajado alumno de la derechizada y errónea política anticrisis de la Unión Europea. Digamos que una transformación tan sorpresiva y vehemente requería por lo menos que se diese a los españoles una cumplida explicación que, todavía hoy, se encuentra pendiente.

Este cambio no es suprapartidario, sino contrapartidario; y no es patriótico, sino antipatriótico, porque contradice a las razones objetivas que fundamentan la existencia de este partido, la lucha contra las desigualdades sociales que las políticas anticrisis europeas no han hecho sino exacerbar, en perjuicio de los sectores más modestos de la sociedad, que constituyen el electorado natural del PSOE, al tiempo que han dañado muy gravemente a la totalidad de la población, si excluimos a las elites económicas que tanto han prosperado en estos tiempos revueltos.

Cabía una explicación: En esta Europa en estado constituyente que participa de la globalización económica, estamos obligados a pertenecer a esta Unión y a acatar los mandatos de unas instituciones gobernadas hegemónicamente por la derecha; pero, no tenemos por qué, asumiendo las opiniones mayoritarias, cejar en la defensa de las que además de ser las propias no incrementan el desempleo, no ponen en peligro la protección social y los elementos esenciales del Estado de Bienestar y no amenazan con llevarse en el viento huracanado de las medidas propuestas, reiteradamente fracasadas, el porvenir de muchos europeos durante las próximas décadas, la moneda de Europa, la arquitectura europea y la credibilidad de unos políticos que cada día prometen nuevas soluciones-milagro para remediar los males que nos afligen y que no producen sino el efecto de agravarlos.

Las medidas que deberían haber complementado a las acordadas por la U.E., básicamente, podrían haber consistido en equilibrar los gastos con una política redistributiva financiada con ingresos públicos, obtenidos por medio de impuestos directos de carácter progresivo, lo que es perfectamente compatible con una gradual reducción del déficit presupuestario.

Lejos de ello, ya puesto en convertirse en “el primero de la clase”, Rodríguez Zapatero se embarca sin mayores aclaraciones en una prematura reforma exprés de la Constitución, en una participación destacada dentro de lo que ha ido quedando de “la guerra de las galaxias” -las instalaciones antimisiles de Rota-, indulta a un banquero estafador y confía a la familia de Franco y a la Iglesia Católica el poder dirimir el destino final de los restos del Dictador. Todo ello pone de manifiesto el desmoronamiento ideológico que aqueja a Rodríguez Zapatero desde la primavera de 2010 incluyendo en ese desastre no haber entendido en absoluto el mensaje de las urnas.

Le queda ahora a su partido la dura tarea de iniciar, desde la oposición en que se encuentra dentro de la mayoría de las instituciones en que obtuvo representación, un nuevo camino que corrija los grandes defectos que le aquejan y que no son solo los que la derrota electoral y la gestión de la crisis han hecho más visibles. En paralelo, el partido debe contribuir a alumbrar una alternativa distinta a la conservadora para resolver los gravísimos problemas que esta crisis está generando.

Uno de los obstáculos con que el socialismo se va a encontrar, en el caso de que los futuros dirigentes se dispusieran a cambiar de ruta, es recobrar la credibilidad perdida y, con ella, que arraigue en la sociedad española la cultura política de que, salvo fuerza mayor, los partidos deben cumplir los compromisos electorales en las instituciones que gobiernen.

 

II. RECUPERAR AL PSOE PARA PODER REALIZAR UNA POLÍTICA SOCIALISTA

El PSOE tiene en la actualidad, al igual que la mayoría de los partidos, una estructura leninista, es decir, jerarquizada desde la cúpula hasta la base, sin que en el conjunto de ella exista una verdadera división de poderes. De este modo puede afirmarse que los partidos, en nuestro país, cumplen de una manera bastante exigua el artículo 6 de nuestra Constitución.

Los órganos deliberantes son manifiestamente mejorables. Es cierto que se respeta la libertad de expresión, pero el afiliado que se pronuncia críticamente, a diferencia del que lo hace adulando a los que mandan, muy posiblemente será objeto de acoso y represalias. Se manipulan los censos a voluntad de la cúpula, se anulan Asambleas y Congresos, cuando se cuestiona a los “jefes”, se envían comisarios políticos para representar el doble papel de juez y parte en las sesiones de asambleas y congresos conflictivas, se nombran gestoras cuando la voluntad mayoritaria no gusta a la cúpula, se ofrecen ventajas a los que se alinean con el oficialismo y, en general, los secretarios de Organización a todos los niveles son los encargados de materializar esta sucia intendencia aplicando las resoluciones, Estatutos y Reglamentos a la medida de lo que conviene a la línea oficial.

Las Comisiones de Conflictos, que con ese u otro nombre constituyen el órgano judicial de los Partidos, aunque ocasionalmente puedan ser elegidas en los Congresos, están siempre en la onda del órgano de dirección siendo un alter ego del mismo y, por tanto, representa una cómica parodia de lo que debiera ser una justicia independiente que garantizase los derechos y obligaciones de los militantes.

Por fin, la dirección efectiva y la política real no la marcan los órganos deliberantes, sino lo que en el PSOE se llama la Comisión Ejecutiva, que desde hace años viene aumentando el número de sus miembros para convertirse, no en el órgano ejecutor de las decisiones adoptadas en los órganos deliberantes, sino en el órgano que dirige la red clientelar interna, adoptándose las más importantes decisiones por la llamada “camilla”, un colectivo informal y reducido, a menudo convertido en mera pared de frontón para que el Gran Jefe no se equivoque demasiado, de modo que, parafraseando a Fernando Claudín –“La Dictadura del Proletariado en los países comunistas se convirtió en la Dictadura del Secretariado”–, puede decirse que en los partidos supuestamente democráticos, la voluntad de la mayoría está suplantada por la voluntad de la Secretaría General o cargo equivalente.

Esta asfixia de la democracia es lo primero que hay que restaurar dentro del partido para que fluya la savia por el tronco y para que el propio partido pueda contribuir a depurar las corruptelas existentes en la división de poderes a escala estatal.

Un segundo ámbito a recuperar es el de la actividad política que no tiene por qué limitarse a la que se desarrolla dentro del partido. Importa que los ciudadanos entiendan que la dimensión colectiva que tiene nuestra existencia obliga a plantearse ésta no solo como una larga marcha hacia la realización individual, sino también como la tarea que a todos incumbe de organizar del mejor modo la convivencia social. La ejemplaridad cívica en nuestros ámbitos vitales es exigible a todos y muy especialmente a quienes hemos optado por afiliarnos al PSOE. A menudo se habla de la “legítima ambición política”. A mi esta ambición, corrientemente confundida con la concupiscencia de los cargos y poderes, siempre me ha parecido ilegítima y perversa. La verdadera actividad legítima no es de poder, sino de servicio y, así entendida, debería de ser el elemento decisivo para la proposición de candidatos tanto a cargos públicos como orgánicos.

Por lo demás, este activismo puede desarrollarse tanto dentro como fuera del partido, trabajando en grupos que analicen y formen opinión y criterio sobre todos aquellos problemas que nos rebasan como personas singulares.

Las Casas del Pueblo deben tender a ser lo que su nombre indica, locales a disposición de los ciudadanos que converjan con los intereses que el partido defiende y desde los que se imparta una educación en valores constitucionales y éticos y, dentro de ambos, una formación específica en los de la solidaridad y el socialismo.

Sin perjuicio del inevitable trabajo orgánico y burocrático se deben planificar programas que hagan atractiva la participación política. En ellos deben incluirse conferencias de personas con conocimientos significativos de la realidad social, incluyendo en condiciones de reciprocidad a personas de otras organizaciones políticas, en la perspectiva del apoyo común a una Constitución que a todos nos concierne y redimiendo el debate político del carácter barriobajero en que con tanta frecuencia incurre.

Las Comisiones de Listas están esencialmente pensadas para atenuar el componente democrático con la intervención de los órganos superiores en la confirmación o modificación de las candidaturas. Deben dejar de realizar tan funesta función. Sus integrantes han de ser personas de acreditada moralidad y su función ha de reconducirse a evaluar la actividad política de los elegibles, procurando que dentro de ellas estén representados los sectores que se consideran prioritarios para el partido, siendo una pieza más en la estrategia de la lucha contra la corrupción.

La presencia de esta última en las actividades humanas, especialmente –aunque no solo en ellas– en las que tienen que ver con el ejercicio del poder y el manejo de caudales públicos es tan inevitable como la del delito, con el que a menudo se confunde. Por eso el estado, la sociedad en su conjunto y los partidos están obligados a prevenirla en lo posible y reprimirla con rapidez y ejemplaridad. Una parte importante de la actividad partidaria debe orientarse en esa dirección utilizando medios técnicos adecuados, como la exigencia de transparencia y auditorías externas decididas de modo aleatorio.

El PSOE debe de tomar la iniciativa de proponer a las demás fuerzas políticas un pacto contra la corrupción y en el que, con independencia de las responsabilidades exigibles judicialmente, se establezca la responsabilidad política por culpa “in vigilando” o “in eligendo”.

Las fronteras entre las grandes empresas, las asociaciones religiosas y otros grupos de intereses y el espacio del partido deben de blindarse mediante un sistema de incompatibilidades, siendo una de las más urgentes la que debería existir entre el estatus de Expresidente del Gobierno y la prestación de servicios retribuidos a las empresas privadas.

 

III. UN PARTIDO EN LA ESCALA DE LOS PROBLEMAS A RESOLVER

La globalización requiere de actuaciones políticas también globales.

Antes incluso de que la economía global se convirtiese en un término comúnmente aceptado, se venía observando que fenómenos como el cambio climático, la existencia de determinadas enfermedades infecciosas, el aumento de la delincuencia organizada y del terrorismo internacional, la falsificación de moneda, la trata de blancas, los atentados contra los derechos humanos y otras muchas actividades de escala supraestatal exigían de los partidos que su actuación rebasara el marco nacional.

La izquierda lo entendió antes que otros y su evolución discurre paralela a la de las sucesivas internacionales, quedando actualmente en pie la Internacional Socialista una vez desaparecidas las Internacionales anarquistas (A.I.T.) y comunistas (III y IV).

El PSOE debe asumir la responsabilidad de actualizar su obsoleto funcionamiento, creando ponencias para el tratamiento de los problemas sociales de mayor interés, y promoviendo acuerdos, al menos de mínimos, adoptados mediante procedimientos democráticos.

Desde nuestra Internacional debe contribuirse a hacer de las Naciones Unidas una organización más eficaz y representativa.

Hay que reconocer el esfuerzo realizado en España para adaptar la estructura del partido a la del Estado de las Autonomías. Resta que se siga el mismo criterio en lo que concierne a la Unión Europea. Por supuesto que estamos a favor de la existencia del Grupo Socialista del Parlamentario Europeo, pero no basta con eso. Los partidos socialistas europeos que voluntariamente lo decidan deben hacer una cesión parcial de sus atribuciones estatales a favor de una nueva estructura federal socialista europea.

Queremos más Europa pero no creemos en una Europa que se está inclinando alarmantemente del lado de los poderosos y de los fanatismos insolidarios y populistas. Si no se altera pronto el actual centro de gravedad, la xenofobia y el racismo prepararán el advenimiento de dictaduras fascistas.

La luz de la cooperación y colaboración tiene que alumbrar al menos con la misma fuerza que la de la competencia. Las fronteras nacionales y aún las de la misma Unión Europea no pueden servir de excusa para dejar de entender que ante la enfermedad, el hambre, la privación de las libertades esenciales, de los servicios públicos indispensables y en definitiva, ante las más catastróficas formas del dolor humano, todas las personas somos iguales, cualquiera que sea nuestra pertenencia continental, nacional o étnica.

Los estados miembros de la U.E. no pueden ser el moderno Zeus que rapte de nuevo a Europa. En estos días estamos contemplando como determinados gobiernos, muy destacadamente el alemán y el francés, tratan de imponer en la Unión su directorio y hegemonía, así como aquellas políticas que más podrían beneficiar a sus expectativas electorales aunque supongan una devaluación del espíritu comunitario.

Las autoridades estatales deben estar subordinadas en el marco de la Unión a las autoridades europeas si no queremos que Europa sea una simple confederación dirigida de un modo meramente simbólico por autoridades supraestatales sometidas, en la práctica, a las de los estados más poderosos de la U.E. o a los arrebatos hipernacionalistas que a veces hacen un uso abusivo del poder de ratificación de sus parlamentos estatales, de las reglas de la unanimidad o del veto de los tribunales constitucionales propios de cada país.

En este sentido nos parece penoso que los esfuerzos del gobierno del PP se dirijan no a avanzar en el supranacionalismo sino a pedir servilmente un lugar en el directorio “Merkozy”.

Son esas nuestras condiciones para liderar un proceso de integración y armonización de las instituciones europeas y de sus programas de actuación. A la Europa que deseamos no le debe quedar otra opción que la del desarrollo del europeísmo hacia dentro y hacia fuera, combinando inteligentemente sus capacidades de acogida con la ayuda exterior a los pueblos más depauperados, entendidas no sólo en la dimensión económica sino también en la cultural y democratizadora.

La deconstrucción del Estado de Bienestar europeo que tan cuidadosamente están llevando a cabo los llamados mercados, en estrecha complicidad con sus aliados políticos, con los sumideros tributarios de los paraísos fiscales –algunos de los cuales se encuentran dentro de la propia Unión y del Espacio Económico Europeo– y con las prácticas bursátiles especulativas, exigen de los partidos socialistas una actuación condenatoria y persecutoria, decidida y constante.

Un sistema impositivo progresivo edificado desde la perspectiva de la imposición directa, no solo sobre la inequitativa imposición indirecta y completado con una tasa sobre las transacciones financieras y la responsabilidad tanto individual como solidaria de los países miembros son elementos fundamentales, entre otros, para diseñar la Europa Social a la que aspiran la mayoría de los europeos.

Creemos firmemente que el Capitalismo, a fuerza de ser codicioso se está autodestruyendo.

El cambio de orientación que propugnamos, además de ser éticamente exigible, redistribuirá la riqueza, aumentará la capacidad económica de las personas y garantizará la senda de un crecimiento sostenido.

 

IV. EL PARO Y LA CRISIS: CUANDO LAS PALABRAS SE PERVIERTEN

La economía española está enferma de paro. El síntoma de esta dolencia es su desmesura.

Cuando nos alcanza el ciclo de la prosperidad nuestra economía es capaz de generar nuevos empleos en cantidades que sobrepasan a los que crean los países que constituyen nuestro entorno. Hay que añadir que a pesar de ello el paro se mantiene en esos momentos en España en tasas que en otros países, incluso en fases recesivas, se consideran alarmantes. Así viene ocurriendo desde que se instauró la democracia por no referirnos a épocas anteriores.

Cuando atravesamos un ciclo de dificultades económicas nos convertimos en un país con cifras de desempleo propias del tercer mundo, que es, crónicamente, la situación en que permanecen determinadas comunidades autónomas como Andalucía, Canarias, Extremadura y otras, así como determinadas comarcas nacionales.

El problema ha sido abordado siempre desde el cada vez más insoportable abaratamiento y deterioro de las relaciones laborales reduciendo el número de trabajadores con la condición de fijos, aumentando el de los temporales hasta doblar al del país que nos sigue en precariedad dentro de nuestro entorno, facilitando el despido e insistiendo en la flexibilización de los trabajadores.

Todo hace presagiar que estamos ahora ante una cautelosa ofensiva contra el sindicalismo y contra la negociación colectiva que se desarrolla en el ámbito más proclive a dicho sindicalismo.

¿Qué más flexibilización necesitan los que no quieren mirar a la que representan más de cinco millones de parados y más de dos terceras partes de la población ocupada en condiciones de precariedad?

¿Cuántas nuevas fragilizaciones de esas arruinadas relaciones de trabajo se van a continuar introduciendo, con la cínica justificación de que, con ellas, se va a lograr la erradicación del paro?

Los hechos son contundentes: el paro se mantiene en tasas intolerables cualesquiera que sean las circunstancias del ciclo y cualesquiera que sean los tipos de medidas que se han venido imponiendo como garantía de una recuperación razonable del empleo.

Un nuevo tratamiento del problema se impone: hay que empezar por crear puestos de trabajo de calidad e ir gradualmente transformando en esa dirección los que no lo son. Hay que introducir el “nuevo modelo productivo”, prometido durante la penúltima campaña electoral que finalmente se ha convertido en humo.

No es condición suficiente la calificación de los trabajadores; la prueba de esta insuficiencia es la cantidad de personas con titulaciones elevadas que se encuentran en situación de desempleo de larga duración. A quienes habría que mandar a recalificarse es a los que teniendo competencias en conexión con el empleo se muestran incapaces de encontrar nichos de empleo o de utilizar técnicas distintas a las de las manidas amputaciones de los derechos laborales.

Hay que indagar, y creemos que existen estudios bastante avanzados sobre esta cuestión, desde que el socialista Jacques Delors se interesó por crear nuevos puestos de trabajo, sobre las necesidades insatisfechas o mal resueltas, aumentando las inversiones en I+D+i, fomentando la creación y explotación de patentes, así como la incorporación de nuevos valores añadidos a los productos clásicos de nuestro país que deben complementarse con una nueva gama de artículos que hasta ahora se han venido elaborando fuera de nuestras fronteras. En este sentido tenemos mucho que aprender del inicio de los procesos industrializadores de la India, Japón o Corea del Sur, entre otros.

Paradójicamente, muchos empleos podrían crearse diseñando recorridos de reinserción, valiéndose de los propios parados para efectuar tareas sociales desatendidas y reduciendo la hemorragia del gasto público que representa una ingente cifra de desempleados víctimas de una errónea manera de abordar el tema el paro.

Una de esas tareas tiene que ser la concepción del servicio de empleo como un servicio público unitario o al menos estrechamente coordinado, incluyendo las características personales y profesionales así como las preferencias laborales de cada desempleado, extendiéndose este registro desde el ámbito europeo hasta el nivel municipal y creándose un censo, hoy por hoy inexistente, de empresas y puestos de trabajo permanentemente actualizado y en el que se reflejara, también con sus correspondientes características, los que momentáneamente estuvieran vacantes en todo el territorio de la Unión Europea de manera que fuera posible el cruce de los datos del desempleado con los puestos de trabajo disponibles.

Para minimizar la economía sumergida es preciso que los inspectores que tienen competencias para controlar y reprimir a aquella, pudieran levantar actas donde se hicieran constar las causas a que la inmersión responde y en su caso instar a realizar las oportunas modificaciones normativas cuando se constatase que las disposiciones reguladoras son defectuosas.

Si las medidas que se han ido estableciendo para crear empleo han estimulado su reducción, otro tanto sucede con las directrices europeas para superar la delicada situación de la economía europea; y ello a pesar de que desde hace tiempo economistas de la talla de Paul Krugman o Joseph Stiglitz venían advirtiendo de que nos iban a llevar a la recesión, pues no es el déficit o el endeudamiento la causa de la reducción de la actividad, sino al revés; y no es la austeridad y la reducción indiscriminada del gasto lo que prepara la plataforma para el despegue, sino el aumento de la fiscalidad sobre las grandes fortunas y el incremento de las inversiones, por lo que hay que castigar impositivamente a las personas y empresas que no inviertan e incentivar fiscalmente a las que inviertan.

Hay que terminar cuanto antes con el liderazgo europeo de la señora Merkel, quien, tras la reciente rebaja crediticia a nueve países de la eurozona, se ha reafirmado en la política que viene defendiendo y que, como ha dicho el mencionado Krugman, “conduce a los países de la eurozona por una carretera sin rumbo, cuesta abajo y a toda velocidad”.

En definitiva, la manipulación de los dos grandes problemas que tenemos, el paro y la crisis, se asemejan a la persona que se agita y patalea sobre arenas movedizas: cuanto más se mueve, más se hunde.

 

CONCLUSIONES

Las organizaciones políticas son, en ciertos aspectos, parecidas a las personas naturales. Nacen, crecen, pasan por momentos de plenitud y de declive hasta que un día ya no pueden curarse de la enfermedad terminal que padecen y acaban por desaparecer. Estoy entre los muchos que pensamos que el socialismo español puede estar a punto de concluir el último tramo de su recorrido.

Desde su fundación en 1879, el PSOE ha sido una parte viva de la historia de España, de manera que su desaparición dejaría mutilada nuestra historia.

A fin de cuentas, eso sería lo menos grave, pues este partido no ha caído del cielo, ni es el invento de nadie en particular. El socialismo surge del requerimiento de una mayoría social, acosada por las injusticias que ocasionó la primera revolución industrial. A partir de ahí fue adquiriendo carta de naturaleza como instrumento al servicio de los más débiles, de redistribución de la riqueza y de afianzamiento de la estructuras democráticas al entender que no es posible la justicia sin libertad ni la libertad sin justicia.

Con mucha frecuencia la interacción entre la historia de España y la biografía del socialismo ha sido tan intensa que el color de la piel de España ha sido el color de la epidermis del socialismo.

Ahora el socialismo, como el pueblo que contempla nuestra alucinante circunstancia económica, se muestra estupefacto, perplejo, acobardado e impotente. Poco a poco se ha dejado invadir por unas moléculas que no corresponden a su propia anatomía y ha ido perdiendo su identidad hasta el extremo de que podría decirse del PSOE, parafraseando a Goethe, que es un cuerpo irredento que busca su alma.

Hemos llegado a un punto en el que el socialismo tiene miedo de todo, de la banca y de las empresas energéticas, de la Iglesia Católica y de Angela Merkel, de la derecha y de sus propios demonios interiores.

No corresponde ahora destacar las importantísimas aportaciones que el socialismo ha hecho a las condiciones de vida de los españoles desde la reconstrucción de nuestra vida democrática. Todo ha sido emborronado por el último año del gobierno de Rodríguez Zapatero con el que me sentí solidario durante sus anteriores años de mandato.

Con ser grave para los socialistas el momento al que hemos llegado, más grave aún sería la situación a la que llegaría la sociedad española, al perder un valedor que hoy por hoy no tiene sustituto posible, en unos casos, porque su nacionalismo, al margen de otras consideraciones, les ubica a contracorriente de la historia y, en otros, porque se han acostumbrado a la fachada de las denominaciones rimbombantes y acumulativas, a un consignismo infantil y a un canibalismo político que les lleva a la destrucción de sus mejores militantes.

Tengo la sensación de que el mundo se ha precipitado en el caos, el caos que siempre precede a la aparición de algo nuevo. El mundo, como el propio partido socialista, si no desaparecen en el empeño, ha entrado en fase constituyente. A ella trato de contribuir con estas reflexiones que deseo que formen parte de un debate clarificador y constructivo.

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