La puta política
“Porque no es verdad que quien calla otorga. El que calla sufre”. Las palabras con las que Manuel Griñán, hijo del expresidente de la Junta de Andalucía José Antonio Griñán, se desahoga ante el proceso que rodea a su padre, rezuman ese coraje, esa rabia contenida, esa cierta impotencia, que tantas veces, en tantos momentos, ha anidado en quienes tenemos la suerte de ser hijos de hombres que, por vocación, allá por los años 70, en un tiempo oscuro en el que la luz de las buenas personas se antojaba imprescindible, optaron por consagrar su vida a la política, a servir a los demás, sin más interés que el de aportar su grano de arena a la transformación de la sociedad, desde su pequeño pueblo, desde su comarca, desde su provincia o desde su región.
A la política, sí, pero también a su hermana mala, a la “puta política”, ésa que le arrebata a un niño la figura de su padre, porque lo absorbe por completo (y hasta lo hace envejecer), en los años en los que, precisamente, más cerca lo necesita y le hace dejar atrás (o, en el mejor de los casos, distanciarse) la escuela y los amigos con los que ha dado sus primeros pasos… A la “puta política” que lleva a escuchar o leer bajezas, la mayoría de las veces (o, incluso, todas) sin argumento alguno que las sustente, procedentes del oponente, de quienes confunden lo ideológico con lo personal y acaban instalados en la irracionalidad del odio y el rencor.
La “puta política”, ésa que, no obstante, se ve contrarrestada por la honestidad, por esa virtud real que muchos, interesadamente, intentan solapar bajo la falacia del “todos son iguales”, por las infinitas muestras de honradez que, desde pequeño, has ido acumulando en tu día a día, año tras año, década tras década, junto a él. Esa “puta política” que siempre quedará velada por la conciencia tranquila, por la garantía de conocer a tu padre, por la admiración que, como hijo, sientes por ese hombre que, en parte, en cierta medida, ha renunciado a ti y a tu familia por esa “puta política”, que ha asumido ese sacrificio cuyas consecuencias sobre ti le pesan a él más que a nadie.
Esa “puta política” que, en mi caso, se ve vencida, con creces, por el ejemplo. Por esa bendita referencia que te acompaña desde que naciste y que lo hará hasta que mueras. Por ese espíritu de rebeldía que has mamado desde tus primeros días, desde tu cuna. Por esa integridad y esa puesta continua de la otra mejilla ante cualquier puñalada, por trapera que resultara, por esa loable “estupidez”, por esa fidelidad a los propios principios, por esa coherencia y esa lealtad a uno mismo, por elegir siempre morir de pie antes que vivir de rodillas.
Vencida, así queda, por ese ejemplo que te lleva a no perder la esperanza, a mantener la convicción de que la política, la verdadera, la buena, la sincera, es el único arma que tiene la mayoría social, los de abajo, los desheredados, frente a los abusos de la minoría, de las clases privilegiadas, de los poderosos, porque sin ella es inalcanzable la igualdad. Por ese ejemplo que, tal vez, seguro, me ha llevado a seguir ese mismo camino, el de la utopía, el del sueño de construir un mundo mejor, no para los que estamos, que quizás nos vayamos sin disfrutarlo, sino para los que vendrán después, para nuestros hijos y nietos, pues, aunque nos condenemos, a nosotros y a ellos, a la soledad de la “puta política”, si alcanzamos esa meta, el martirio habrá merecido la pena. Para todos.
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