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Pablo Pineda

El flamenco tiene voz campillera

El flamenco tiene voz campillera

José Luis Diéguez Conde, a sus 26 años, se ha convertido en uno de los máximos exponentes del cante onubense, avalado por sus primeros premios en Alosno, Cortegana o Encinasola, su Uva de Plata en Jumilla o su condición de semifinalista en Lo Ferro

EL CAMPILLO. El flamenco tiene acento minero, campillero, salvocheano, el de José Luis Diéguez Conde, una estrella ya consagrada, un diamante en bruto que, pese a su juventud, a sus aún escasos 26 años, acumula ya un amplio caudal de premios de reconocido prestigio, muchos a nivel nacional, un cantaor que, solo, sin el más mínimo atisbo de mecenazgo, ha avanzado peldaño a peldaño, hasta hacerse a sí mismo, con humildad, con honestidad. La misma modestia, la misma sencillez, con la que recibe en cada actuación la mejor respuesta, la que todo artista anhela, el final soñado por todo creador que se sube al escenario, que muestra su obra, que se enfrenta a la soledad de las tablas, ésas por las que él se desenvuelve con una soltura apabullante, con una naturalidad sobrecogedora, como si de una extensión de su propio Yo, de su esencia, se tratara: un público entregado en cuerpo y alma, rendido a su música, tocada, orquestada, por la excelencia, un patio de butacas embriagado, magnetizado, por su voz.

No es una expresión artística sin más. Es una forma de vida, de supervivencia, de rebeldía ante la injusticia, de evasión, un refugio ante la ingratitud de un mundo infame. El flamenco es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, un tesoro a proteger, a salvaguardar, a mimar, como la garganta de José Luis. Porque en él, en este campillero licenciado en Administración y Dirección de Empresas, ha germinado esa semilla que se repite en todo su árbol genealógico, que preside las raíces de su ADN, regada por su estilo cuidado, por su exactitud milimétrica, por la magia del duende que dibuja su aureola. Porque lo ha mamado, porque ha bebido de ese manantial desde su infancia y porque se ha encargado de nutrir, de destapar, ese genio dentro de su ser, para que no se perdiera, para que no permaneciera oculto. Nada escapa a su dominio, ningún palo, ni la soleá, ni la bulería, ni el fandango, ni la originaria toná. En todos brilla con luz propia, en todos emerge como una figura destacada, como una promesa confirmada, como un novel experimentado, como un peregrino con un techo aún lejano, sin un horizonte visible en el final de su camino.

El tramo recorrido habla. Tras irrumpir en 2009 con el primer premio en el Certamen Nacional de Fandangos Paco Toronjo, en Alosno, alimentó luego su estela con su triunfo en Cortegana. Empezaba a escribirse una larga lista de reconocimientos a la que, en 2010, añadió el Certamen de Fandango de la Fundación Cristina Heeren. No paró ahí, pues este joven, precursor del renacimiento de la Peña Flamenca Candil Minero-El Campillo, engrosaría su palmarés, y sus vitrinas, en 2011 con el trofeo de ganador del concurso de Encinasola y con la Uva de Plata del Festival Flamenco Ciudad de Jumilla (Región de Murcia). Una epopeya reforzada por su condición de semifinalista en el insigne Concurso Internacional de Lo Ferro, donde ese mismo verano compitió por el Melón de Oro. Ahora se ha elevado hasta el Baluarte de la Candelaria de Cádiz, donde, el 27 de julio, repicará la maestría de su voz en la final del Nacional de Cante por Alegrías de la Tacita de Plata. Un paraíso tan sólo al alcance de unos pocos, de los elegidos. José Luis Diéguez Conde, desde luego, lo es.

1 comentario

Mari lux - Goda -

Anda que no ni na, esto es arte y tiene su nombre, pedazo de artista y pedazo persona. Un besazo