La oposición del complejo
El silencio en oposición no es responsabilidad, es complicidad. Éste es el estado en el que se ha instalado, en el que yace, el PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba con su timidez ante el abuso sin parangón del Gobierno conservador de Mariano Rajoy, de la crecida y rearmada derecha absolutista que, con la excusa de la crisis y mediante la estrategia paralizante del miedo, desmantela, poco a poco, a golpe de tijeretazo, cada uno de los pilares del bienestar y de la igualdad de oportunidades: educación, sanidad, dependencia, prestaciones por desempleo, pensiones... La misma derecha que, con el pretexto de la austeridad, diluye la democracia, la más cercana, la que nos queda. Esta parsimonia conduce al socialismo a un mayor desapego, a un mayor distanciamiento de su electorado. Y también de la realidad, de la cruda realidad de una sociedad desahuciada por el paro y desamparada por la falta, por la lejanía, de unos referentes políticos que aparecen sumergidos en la quietud de unos pedestales en los que ya no los coloca nadie ante el triunfo del pensamiento único, de su asunción por la, en su día, mal llamada renovación, que sólo abocó a la involución del abandono de la ideología, y ante el descontento y la indignación de un pueblo defraudado por la preeminencia de los intereses particulares sobre los valores, los principios, la vocación de servicio, el afán puro por transformar la sociedad y construir un mundo mejor, más libre y solidario.
La consecuencia es desoladora. Continúa el derrumbe, el batacazo, de la formación fundada por Pablo Iglesias, como lo certifican los resultados en las Elecciones Autonómicas de Euskadi y Galicia del pasado 21-O (con independencia de otros factores como la irrupción de la izquierda abertzale en el escenario vasco) y el estancamiento o, incluso, la bajada del PSOE en intención de voto que, en el panorama nacional, desvelan las encuestas, de manera reiterada, pese a la considerable pérdida de popularidad del PP de los recortes. La explicación, el socialismo se ha autoimpuesto la penitencia de la oposición del complejo. La culpa le ha atrapado, le ha abocado a un entumecimiento agudo, a un coma inducido por su propio remordimiento. Su conciencia intranquila le impide gritar como le reclama el corazón y el dolor de su gente, su propia militancia de base, la misma que sale a la calle, que ocupó Madrid el 15-S y no vio allí, no tuvo, el respaldo de sus dirigentes, los que les representan en las Cortes Generales. Son los mismos que condujeron la nave en el anterior Gobierno, los mismos que perdieron el norte y, con él, la credibilidad y la confianza, los mismos que claudicaron ante los mercados, que renunciaron a los principios, que se rindieron en mayo de 2010, que difuminaron la línea que separa a la izquierda de la derecha. Y ese legado les pesa.
Responsabilidad es no callar, alzar la voz, ante la injusticia, rebelarse ante la ilegitimidad de un Ejecutivo que ha engañado a la ciudadanía, que la ha estafado, que ha traicionado a sus votantes, con el incumplimiento sistemático, punto por punto, del programa electoral que le catapultó al poder. El PSOE no ha de permanecer en silencio, preso del ensimismamiento, ni un instante más ante tal atentado, ante tal golpe a la soberanía popular. No se puede permitir ese mutismo, ha de liberarse de la carga, del lastre de la herencia de su propia gestión de inmediato. Tiene que regenerarse, abrirse a la participación, escuchar, sentarse junto al sufrimiento de la gente, de donde nunca debió levantarse, al lado de la clase obrera pisoteada por el despido libre, la subida insolidaria de impuestos o la impunidad de la que goza el fraude de los poderosos, de los amnistiados titulares de las grandes fortunas. Su presente pende de ese hilo, que sólo podrá hilvanarse con el futuro, ensartarse de nuevo en la aguja de la coherencia, de ese socialismo sincero que tanto busca, sin encontrarlo, un pueblo cada vez más exasperado, con la universalización de la democracia interna, con el impulso, sin retorno, del sistema de primarias abiertas (a militantes, simpatizantes y ciudadanos), tanto para la construcción de un nuevo ideario, el de siempre, como para la elección de candidatos, porque quienes están dentro tienen mucho que decir; y quienes están fuera, también.
La izquierda está desmovilizada. Se refugia en la abstención o en siglas minoritarias. Por castigo, por hartazgo, porque está decepcionada, quemada, porque ha perdido, no ya la ilusión, sino la más mínima esperanza en la llamada casta política, en la suya, en la de su color, en la que le ha fallado, pues de la otra espera, porque es previsible, la escasez de honradez y honestidad, la opulencia y la prevalencia de los privilegios de las elites dominantes sobre los derechos de las clases trabajadoras. Ya lo decía Pablo Iglesias: “No sólo hacen adeptos los partidos con sus doctrinas, sino con los buenos ejemplos y la recta conducta de sus hombres”. La recuperación, la revitalización del PSOE, por tanto, sólo es viable si se hace partícipe, actor principal de ese cambio urgente, a la gente de abajo, de la calle, si se le brinda la oportunidad de ser promotora de ese reciclaje ideológico, de esa refundación. Con ellos, con su aportación indispensable, y con la unidad de acción de los muchos afiliados (cada vez más) en los que afloran estos sentimientos, se podrá atisbar un nuevo tiempo, un nuevo horizonte de luz. Porque cuando el pueblo es protagonista de la democracia, cuando se siente parte de ella, cuando habla y percibe, palpa, que su palabra es escuchada, que sus reivindicaciones se plasman sobre el papel de un programa, que sus ideas son compartidas, entonces, su desafección y su irritación se tornan en compromiso.
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