Alcaldesa ausente
La primera teniente de alcalde, la... alcaldesa, de El Campillo, la popular Manuela Caro, está ausente. Su omnipresencia se ha marchitado, se ha diluido, tras el paso de los primeros meses de alianza con el PA, del abrazo del oso lanzado como presunto salvavidas a la minoritaria y sin referentes fuerza nacionalista para (juntos, pero sin ti) liberar a El Campillo del terror rojo, para conducirlo por la senda del empleo, de la igualdad, de la participación, de la transparencia, de la solidaridad, por el camino del cambio, de la involución. Era inagotable. Estaba en todas partes. Trabajaba más que nadie en nuestro pueblo, como tantas veces lo autoproclamaba ella misma en las redes sociales. Y por total desinterés, por su compromiso y amor incondicional a nuestra tierra (el mismo que le ha proferido desde que vive en ella). Sin embargo, ahora, desde finales de marzo, se le ha acabado la gasolina. Ha debido caer presa de tantas dosis de esfuerzo, del desgaste propio de tres trimestres de vértigo, de incesante actividad. O, quizás, se ha sumido en un profundo sentimiento de tristeza.
El Ayuntamiento ha dejado de ser su primera casa, su hogar. Su perpetua estancia se ha borrado para dar paso a esporádicas y efímeras visitas. La visibilidad permanente a la que tenía acostumbrada a la ciudadanía ha virado hacia un contexto en el que resulta casi imposible, toda una odisea, encontrarla (y que respondan a los escritos y preguntas, aunque eso viene desde más atrás, desde los inicios). Ha dejado en la soledad más absoluta, en la orfandad, desprotegido, a su socio andalucista, Francisco Javier Cuaresma (también perdido, ido, con la mente enfrascada en algún horizonte lejano, en algún mundo interior remoto, aunque, físicamente, sí esté –sobre todo, a pie de obra–). Ni siquiera dio cobertura a su periodo vacacional este verano (su oportunidad de ser alcaldesa, no ya tácita, sino a título oficial –los otros dos tenientes de alcalde, los nacionalistas José Manuel Rodríguez y Sonia Ruiz, también se autodescartaron para la papeleta–). El Encuentro de Asociaciones, en junio, fue una muestra de lo que se ha confirmado como norma luego al celebrarse reuniones, por citar un ejemplo, con los usuarios de la guardería.
Manuela Caro ha perdido la esperanza (meses antes, incluso, de que lo hiciera su partido en Madrid con la retirada de su barón Aguirre). No hay otra explicación convincente. La clave quizás se halle en una fecha simbólica: el 25 de marzo de 2012, el día en que se celebraron las Elecciones Autonómicas, la noche del vuelco inesperado, de la victoria más amarga de la derecha en Andalucía (la que dio lugar a frases como la de “Arenas, que pierdes hasta cuando ganas”), la de la derrota más dulce de la izquierda. La primera teniente de alcalde, la... alcaldesa, había depositado en esa cita con las urnas buena parte de sus ilusiones, de sus sueños. La tenía anotada en azul en su calendario, en su agenda, como un plebiscito sobre su persona, su gestión, en El Campillo, como una encuesta fiable con la que calibrar sus opciones verdaderas en la vieja y obrera Salvochea. Su castillo de naipes se derrumbó (el PP, la formación de la gaviota, a nivel local, obtuvo 265 votos frente a los 347 que cosechó en las Generales del 20 de noviembre de 2011).
Tal vez aguardara algo más, alguna prebenda, quizás. Los populares más pesimistas no vaticinaban, ni en el peor de los casos, una Junta de Andalucía sin Arenas como presidente. La mayoría absoluta estaba garantizada, pero se interpuso, de nuevo, el pueblo, que se agarró al pacto PSOE-IU como escudo protector contra las medidas ultraconservadoras, de recortes y de desmantelamiento del estado del bienestar, ya propugnadas por Rajoy desde La Moncloa en apenas cuatro meses. Un maltrato que se sumaba, en el caso de El Campillo, al freno a la participación y al ataque indiscriminado a trabajadores municipales, ciudadanos y asociaciones. Aun así, Caro no lo presagiaba. Se veía triunfadora y quién sabe si hasta lejos del Ayuntamiento al que había dedicado tantos desvelos, en algún nuevo puesto de responsabilidad relacionado con su ámbito profesional, el de la salud (raíz de su aterrizaje en la política). Hasta lo dejó entrever en los acalorados debates que, a menudo, tejía en las redes sociales (las mismas que ahora yacen abandonadas, que, como ella, descansan, apagadas en su ordenador): “Cualquiera sabe dónde estaré yo el año que viene”, insinuó en repetidas ocasiones.
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