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Pablo Pineda

El socialismo es el pueblo

El socialismo es el pueblo

El socialismo es el pueblo, porque emana de él. Es democracia, pues de ella, de su aspiración, nace. El PSOE, por tanto, no ha de ser jamás, ni tan siquiera parecerlo, lo contrario. El partido que, con el único fin de transformar la sociedad, para hacerla más libre, más igualitaria, más solidaria, más justa, fundaba hace ya 135 años Pablo Iglesias junto a otros 25 compañeros en aquella legendaria Casa Labra, en la calle Tetuán de Madrid, sólo puede ser una cosa: participación, directa, sin intermediarios, sin votos delegados, porque hoy las nuevas tecnologías, las redes, esa ruptura de distancias y espacios, lo permiten. Tiene que serlo por eso, porque la rosa brota, germina, de la fuerza, del puño, de todos. Porque ésa es su esencia y la más mínima prostitución de la misma conduce, de manera irrevocable, al abismo, al languidecimiento de esa flor roja, a la decadencia actual, a la pérdida, merecida, de la credibilidad, de la confianza de una ciudadanía cansada, desengañada, al hartazgo que manifiestan, de un modo límpido, las sucesivas sangrías en las urnas, la hemorragia de votos que sufre desde 2011. Porque cualquier desviación en ese sentido, por ínfima que sea, es una traición a sí mismo, a los propios principios, a lo que es. Porque en el momento en el que el socialismo, las siglas que lo representan, quienes se sientan al frente, aparta la vista del pueblo, le da la espalda, niega la voz a la gente o, simplemente, no la escucha, deja de serlo, para ser otra cosa, para convertirse en la antítesis, en lo que hoy es, su ruina. Porque el socialismo es el pueblo y, en consecuencia, sin él, es la nada.

No obstante, por esa misma razón, por esa alma colectiva que lo conforma, que lo define, el socialismo, como tal, no se ahoga, por muchas tormentas perfectas que lo azoten, porque es el mar. Un mar que ahora tiene ante sí la inmejorable oportunidad de abrir sus aguas, de romper cualquier barrera que las mantenga estancadas, para abarcar, como siempre, como antaño, como no hace tanto, a todos los de abajo, para volver a ser su esperanza. De ahí que no pueda ser más acertada, tanto como esperada desde aquel negro 20 de noviembre de 2011, antes, incluso, de que se proclamara secretario general (ya en febrero de 2012), la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba, el último capitán, no el primero, de un barco que no puede navegar por más tiempo a la deriva en medio de su quietud mientras fuera arrecia el frío, mientras la tempestad atenaza a los más débiles, con paro, pobreza y el despojo de los más básicos derechos sociales, de todo el terreno conquistado... De una nave que debe soltar amarras y liberarse de esas cadenas invisibles, pero presentes, impuestas por los de arriba, por los mercados, de la ensoñación y los cantos de sirena de unos vientos neoliberales, de un capitalismo que, también por su propia naturaleza, nunca, jamás, será aliado del pueblo... De una nave que, con valentía, en su búsqueda de la igualdad, debe dejar de aparcar, de esconder, como ha hecho desde la Transición, asuntos como la República y el laicismo sin excepciones, sin concesiones, sin privilegio alguno a la Iglesia.

Ahora o... De ahí que no pueda ser más acertada, por perentoria, la convocatoria de un congreso extraordinario, para que no se vaya nadie más, ningún socialista más, para evitar una mayor dispersión de la izquierda, porque son otros los que se han de marchar, porque la huida de los inocentes, de los sinceros, no hace más que dar vía libre, más aún, a los culpables, a aquellos que se han colado no por compromiso y vocación de servicio, sino desde la hipocresía de intereses subrepticios, ligados, casi siempre, al bolsillo y la posición; y a aquellos pesados pesos del pasado que lo dieron todo, que contribuyeron a levantar el estado del bienestar que ahora se tambalea, pero que, hoy, de un modo incomprensible, viran hacia la derecha. Porque la solución no es la retirada, sino quedarse y expulsarlos, por la puerta de atrás, para que sean ellos los que se vayan allí donde, tal vez, les gustaría estar. De ahí la urgencia, porque ya tocaba, porque hacía ya tiempo que tocaba, porque no hay otra, pero no de un cónclave cualquiera, sino de uno que revise el modelo, que dinamite los vicios acumulados a lo largo de la historia, que le inyecte frescura y savia nueva a esa rosa otrora vigorosa y ahora marchita. No basta con un cambio de rostros, pues esa lozanía, esa frescura, y la ilusión que podrían despertar serían efímeras, transitorias, se volverían a difuminar con el paso de los años, en la perpetuación de sus caras.

Ha de producirse, sí, ese relevo generacional, también imprescindible, como demuestra ese faro inconfundible que es hoy Andalucía y el emergente liderazgo de Susana Díaz, esa luz que debe servir de guía para retomar el rumbo. Pero no sólo eso. Hay que acudir hasta las entrañas mismas del aparato, de la estructura, y purificarlas, colocar unos cimientos más sólidos, infranqueables, incorruptibles. No son otros que la participación de todos, que los militantes y simpatizantes elijan, de un modo directo, con su voto, con su voz, al secretario general y a la dirección del partido, que puedan derrocarlos también, cómo no, si fallan, si se equivocan de senda, si toman caminos distintos al de los principios del puño y la rosa, si se olvidan de ellos una vez en el poder, si nadan por la incoherencia de hacer lo contrario de lo que piensan, si dejan o renuncian a ser socialistas o, simplemente, cuando ya haya acabado su ciclo, su tiempo, cuando así lo estime la mayoría, sin dejar esa decisión a la merced del interesado. No son otros que la generalización de la elección de candidatos mediante primarias flexibles y en las que participen no sólo afiliados, sino la ciudadanía en general. No son otros que las listas abiertas, para que sean elegidos no los que ya están y no se quieren ir, no los que unos pocos señalan desde un despacho, pues pueden marrar... Para que sean elegidos aquellos que, como decía Antonio Machado de Pablo Iglesias, tienen el timbre inconfundible de la verdad humana, porque el pueblo es sabio y así lo hará, porque el socialismo es el pueblo, porque sin él es la nada.

1 comentario

Jose -

Del PSOE ya no queda ni la sombra de lo que en sus comienzo aspiraba a ser, ya sólo es un partido más.