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Pablo Pineda

Redención

Hace algo más de tres años escribía que era la hora de pedir perdón y dejar paso. Perdón, porque habíamos perdido el norte, en el sentido literal, en aquella debacle de las funestas, por sus consecuencias, Elecciones Generales del 20 de noviembre de 2011, y en el figurado, por los errores. Y dejar paso, a la entrada de savia nueva, de frescura, de agua pura, cristalina, para que refloreciera una rosa que languidecía, que se marchitaba, que a punto estuvo de morir y que no lo hizo porque no se perdió el sur, sus robustas raíces, por poco, pero no se perdió, por la fuerza de su gente. Lo hemos hecho, ambas cosas, en medio de la tempestad, de unos tiempos duros, que invitaban al silencio, casi, incluso, a la clandestinidad, por la vergüenza, por la culpa, de cuatro años interminables en los que sufríamos, con impotencia, con el dolor que la derecha, el PP, con su rodillo implacable, infligía al pueblo, a las clases trabajadoras.

Ahora toca reivindicar lo que somos, lo que nos define, lo que nos diferencia, esos principios de libertad, igualdad y solidaridad. Lo estamos haciendo. Y aún tenemos dos días para seguir haciéndolo. Hasta el último aliento. Para poder recuperar esa senda, la que arrancó hace más de 136 años, la que lideraron hombres buenos como Pablo Iglesias, Largo Caballero, Indalecio Prieto o Fernando de los Ríos y han seguido muchos otros hasta nuestros días, hasta hoy, la que nos ha traído la educación y la sanidad públicas, los derechos laborales, las pensiones, la atención a la dependencia, esos pilares del estado del bienestar, esas conquistas que el PP, la derecha, tanto la vieja como la que llega maquillada, que es la misma, intenta, siempre intentará, derrumbar, para convertirlas en un negocio, de los suyos, de aquellos a los que representan, a costa del pueblo.

Aún tenemos dos días, para frenar esa amenaza, para acabar con ella, con el Gobierno de la mentira, de los recortes, del abandono a los más débiles, a la gran mayoría, de la indecencia, de la corrupción y de la impunidad ante ella, de una legislación para los poderosos y sus privilegios, inmisericorde con los trabajadores, con los honrados, amordazados, pisoteados. Porque todo eso, y más, ha significado la estancia de Rajoy en La Moncloa. Por eso debe quedarse en un mero paréntesis de oscuridad. Por eso no puede prolongarse, ni un instante más. Aún estamos a tiempo. Aún lo estamos. De alzar nuestros puños, de galopar, para el próximo domingo, con nuestro voto, en las urnas, enterrarlos en el mar, para que brote la rosa y, con ella, retornen los derechos y las libertades, la igualdad de oportunidades, la justicia social. El domingo, el 20D... ¡Izquierda! ¡Socialismo! ¡Mucha izquierda! ¡Mucho Socialismo!

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