Responsabilidad
Si el PP de Mariano Rajoy, como partido más votado, vuelve a fracasar, vuelve a ser incapaz de recabar los apoyos suficientes, si vuelve a constatarse su aislamiento, su merecida soledad, el PSOE está en la obligación de intentar formar gobierno. Éste es el único ejercicio de responsabilidad que se le puede reclamar como fuerza alternativa a las siglas de la gaviota. Sólo éste, nunca el de facilitar el acceso al poder de su antítesis, ni por acción ni por omisión, nunca ser cómplice de una nueva legislatura con quienes tanto daño han hecho al frente, bajo el mando de quienes tanto sufrimiento han generado al pueblo.
Rajoy sólo puede recibir un “¡No!” –y rotundo– de los socialistas. Por coherencia, porque hacer lo contrario, ir más allá de donde nos corresponde, lo pida quien lo pida, sería una traición a nosotros mismos, un suicidio. Porque quien ha mirado a lo largo de toda nuestra historia a los problemas de la gente, de las clases trabajadoras, quien ha construido cada derecho social de nuestro país no puede dar el más mínimo aliento a quien se ha opuesto a los mismos y los ha destruido en cuanto ha tenido la oportunidad, a quien no sólo ha dado la espalda a la mayoría, sino que hasta la ha sometido para sembrar privilegios, para beneficiar a esas minorías a las que se debe, para hacerlas más poderosas, para alimentar su opulencia a costa de la miseria del resto.
Sólo eso, ser lo que es, la alternativa, se le puede exigir, por tanto, al Partido Socialista que encabeza Pedro Sánchez. Sólo eso, lejos del insulto de esas envenenadas llamadas a una supuesta responsabilidad ante la situación de bloqueo institucional y el riesgo de unas no queridas por nadie (por el PP tal vez sí) terceras elecciones generales. Sólo eso, más allá de la ignorante, interesada, cavernaria e inmoral presión externa que se atreve, sin derecho alguno, a decirle al PSOE lo que ha de hacer. Sólo eso, lejos de las internas voces cegatas (o demasiado iluminadas) que abogan por una rendición que sería imperdonable no ya porque abocara al puño y la rosa a una mayor zozobra, a una más que probable muerte, sino porque, en su inmolación, entregaría como rehén a la ciudadanía.
Y en este punto, las palabras con las que el número dos de Podemos, Íñigo Errejón, reconoce que en las negociaciones de la pasada primavera “deberíamos haber tenido más flexibilidad” emergen como un haz de esperanza para quienes creemos en la unidad de la izquierda, una utopía que en los tiempos actuales de dispersión en los que ninguna formación tiene suficiente fuerza para derrotar por sí sola al PP deja de ser recomendable, conveniente, para erigirse en imprescindible, porque sin ella sólo hay un horizonte posible, la perniciosa victoria de la gaviota, la desigualdad. No la aplacemos más, por tanto, y sumemos, si es preciso, el sí o la abstención de cuantos manifiesten un compromiso sincero contra la indecencia, para, entre todos, erradicarla.
No la aplacemos, por consiguiente, ni un segundo más, o, de lo contrario, proseguiremos el troquelado en ramo de la rosa, el perverso arranque, con nuestras propias manos –las mismas que prometimos, que juramos, levantar para conquistar la libertad–, de cada uno de sus pétalos para dejarla marchita. No la aplacemos más, o no seremos mejores que ellos, o acabaremos convertidos en ellos, por no evitarlos, por no combatirlos, por no vencer su sombra, por perpetuar la oscuridad cuando hay luz para aplacarla. No la aplacemos más, o seremos –quizás ya sin lugar a la redención– tan verdugos del pueblo como lo son ellos.
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