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Pablo Pineda

La primera piedra

La primera piedra, la que nadie puede tirar, pues nadie está libre de pecado en un PSOE que, como Ulises, encantado por la música de las sirenas del capitalismo, atrapado por sus vientos, en apariencia favorables, pero traicioneros, inmerso en la vanidad de su ego, ha desdeñado a sus propias siglas; la que hay que rescatar de las ruinas de ese abandono de los principios y la consecuente debacle, de la incapacidad de asumir culpas que se empeña en proyectar sobre el mundo -o sobre otros candidatos- cuando son propias -y colectivas-… La primera piedra, la que encarna la apertura de las Casas del Pueblo para el debate, para la formación, para el análisis de lo local y de lo global y el hallazgo de soluciones -y no sólo para la irrelevancia de una huérfana pegada de carteles-; la del origen, para volver a colocarla, para comenzar, a partir de ella, la reconstrucción del proyecto socialista, el de siempre, el que no toma ninguna decisión trascendental, como son las políticas de pactos o el diseño de los programas, si no es el resultado de la participación directa de la militancia, de las bases -y no sólo de una elite iluminada por la gracia de sí misma-… Ésa es la primera piedra, sólo la primera, que ha de quedar implantada, sobre las cenizas del 1 de octubre, este domingo 21 de mayo.

El proceso de primarias, en este sentido, es decisivo. Aun definido -sin excepción alguna- no por presunciones de inocencia, sino de culpabilidad, ha de conducir, de manera inexorable, hacia la recuperación de esa esencia, hacia el enaltecimiento definitivo del significado del puño y la rosa como desenlace de la, con toda probabilidad, mayor crisis existencial del socialismo. Lo contrario, la ausencia de esa redención, lejos de al amor, abocaría a la muerte, porque ésa es la recia raíz -y, como tal, irrenunciable- de la que germinó, vigorosa, la rosa, hasta que lo institucional, la perversión del poder y la autocomplacencia de conquistas enormes, pero pretéritas, ha solapado lo orgánico y ha difuminado esa realidad hasta confundir a sus propios dirigentes, que ya no distinguen entre lo uno y lo otro. He ahí la magnitud de la cuestión, el ser o no ser, que se dirime sobre un tablero que supera los límites internos de un partido para abarcar a la sociedad, tan necesitada de la fuerza y capacidad transformadora de aquel PSOE en comunión con las clases trabajadoras, de la lucha conjunta, de esa complicidad histórica que siempre hizo que lo primero y lo segundo fueran lo mismo.

El mal, la concatenación de desastres, de derrotas -lo son, incluso, allí donde aún se deja a la sombra vencida, pues se estrechan distancias otrora siderales-, no radica en el fácil y vacío reduccionismo de rostros y nombres -con otros los resultados no habrían sido muy distintos-, y sí en la ruptura unilateral del nexo de unión con la mayoría social, de aquella alianza que situaba al PSOE, desde sus albores, como escudo y punta de lanza entre los poderosos y los débiles. Hay que buscarlo en el aislamiento, en el acomodamiento en los logros de ayer como justificación ante la incoherencia de hoy, en el uso nostálgico de tiempos románticos como discurso único, como si la quietud de su simple evocación bastara para ganar el mañana. Ahí, pues ahí es donde reside la razón del progresivo éxodo de votantes, todavía inacabado, en la mera lamentación -sin autocrítica ni, por tanto, atisbo de propósito de enmienda- por la irrupción de otras fuerzas que si han emergido es porque se ha dejado libre el espacio, en la pérdida -por renuncia propia- del liderazgo, al desnudo por la mirada de recelo al movimiento de indignación que surgía aquel 15-M de 2011, en cuyas plazas se le esperaba y, agazapado, para que no le chillaran -y, por ende, tampoco poder hablar-, no estuvo.

Solo cuando esté, cuando hile para "coser", no el partido, sino la fragmentación de la izquierda, cuando se acerque a ella, cuando en la terrible dicotomía en la que ésta se debate (y se abate) ponga la otra mejilla y le tienda, sincera, la mano, por numerosos y virulentos, por dolorosos, que puedan resultar los golpes de aquellos con los que se comparte viaje, ya sean de siglas ajenas o de las propias, por puentes que se derrumben, porque jamás el árbol hipócrita del odio ha de apartar del bosque, de la grandeza de esa causa común de la igualdad… Sólo entonces, sólo cuando el PSOE, como promulgaba Félix Lunar, no sepa "distinguir satisfactoriamente la fundamental línea divisoria entre los campos socialista, republicano, sindicalista, comunista y anarquista" y, como él, allá donde encuentre un grupo de hombres "peleando contra los curas y los ricos" se sume a ellos, sólo cuando eso ocurra otra vez, se volverá a percibir en su voz el timbre inconfundible -e indefinible- de la verdad humana y sólo entonces aglutinará de nuevo, en torno a las Casas del Pueblo, a los obreros, a los desheredados, a los jóvenes, a los que sufren y le gritan, porque siempre les ha escuchado, a quienes se han ido por eso, tan sólo por eso, porque ha dejado de estar.

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