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Pablo Pineda

¡Sólo faltan las mujeres!

¡Sólo faltan las mujeres!

Los jubilados y pensionistas de El Campillo encuentran en el centro de día El Amparo un punto de ocio y convivencia en el que invertir su merecido tiempo libre

EL CAMPILLO. Tiempo libre, ése es el bien más opulento y magnánimo por el que se puede identificar al colectivo de jubilados y pensionistas. Un más que merecido tesoro para la inmensa mayoría de los campilleros, fruto de una larga trayectoria de años, una vida entera, dedicada al duro trabajo característico del tajo del cobre, de una mina sobre la que, en una época no muy lejana en el horizonte, desparramaron incontables litros del noble sudor de su esfuerzo y sacrificio, en la que depositaron sus legítimas esperanzas e ilusiones de bienestar, enfocadas, sobre todo, hacia sus hijos, para los que querían un porvenir labrado mediante la preparación académica a la que ellos nunca tuvieron acceso, de la que las circunstancias les mantuvieron alejados. Y para gastar esa renta inmaterial, la herencia de la ausencia de obligaciones laborales, los mayores disponen en El Campillo del centro de día El Amparo, un punto de encuentro, un espacio en el que recordar, al lado de los compañeros de siempre, los avatares vividos, las anécdotas del pasado. Todo ello, bajo el susurro de las fichas de dominó que se remueven sobre la mesa o las cartas que un amigo baraja para dar comienzo a la primera mano, mientras otros anhelan la carambola perfecta sobre el tapete verde del billar.

Horas de asueto junto a los suyos, de cafés, tapas, copas de vino, bailes, fiestas, risas, lecturas, charlas y discusiones, de, en definitiva, buenos momentos para endulzar la última fase de la existencia, la de la armonía, la calma, la reflexión, la nostalgia. Así transcurren las jornadas para los jubilados y pensionistas de la localidad minera, la misma que los ya casi octogenarios vieron independizarse de Zalamea la Real en 1931, al calor de la Segunda República, bajo la denominación de Salvochea. Con este fin, para su disfrute, se acometió la ampliación de un centro que, hasta no hace mucho, se limitaba al recinto de una cantina en la que unos pocos hombres jugaban sus partidas, un lugar, en términos implícitos, negado a la mujer en el marco de una sociedad, de una generación, anclada en los estereotipos y prejuicios de los años de las apariencias, de la carencia de libertad. La misma tradición que actúa hoy como obstáculo para el alcance de la meta marcada: atraer a las féminas a un centro levantado también para ellas, lejos de aquel habitáculo en el que la oferta no buscaba satisfacer sus demandas.

Las instalaciones, ahora, dan cabida a ambos sexos. Los dos tienen espacio para dar rienda suelta a sus aficiones, a su imaginación, para interaccionar, para romper las barreras que en otros tiempos les daban un papel estricto, opuesto y desigual. Salas de televisión, de baile, de juegos de mesa, de billar... esperan cada día la llegada de usuarios, con independencia de su condición, de su género, ya sea masculino o femenino. Pero las primeras, al menos parte de ellas, no terminan de dar el paso, de enterrar la tradición, de salir de la maraña de las tareas domésticas y lanzarse con valentía a un centro de día en el que convivir, en el que colmar de plenitud, de felicidad,  el regalo de la última etapa. Talleres de costura y de pintura o clases de gimnasia y mantenimiento e, incluso, ordenadores con conexión a Internet son algunas iniciativas previstas como incentivos para la generalización de la presencia de mujeres en el que se erige en un segundo hogar para el mayor.

Son los mimbres de años de esfuerzo que comenzaron a principios de los 80, cuando los propios concejales de la primera Corporación municipal elegida tras la restauración de la democracia destinaron las austeras asignaciones económicas que les otorgaba su cargo público para levantar un edificio en ruinas. La anexión del antiguo consultorio médico y las sedes de los sindicatos UGT y CC.OO. supusieron luego un importante paso que continuará con la suma del actual Juzgado de Paz, una vez que éste se traslade para propiciar que la sala de billar pase a la planta baja. Todo, para disponer, en proporción al número de habitantes, como sentencian desde El Amparo, del “mejor centro de día de la provincia”.

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