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Pablo Pineda

La memoria de Salvochea germina desde el símbolo de la represión

La memoria de Salvochea germina desde el símbolo de la represión

El Campillo amanece el 14 de abril, con una pintura del puño obrero y la bandera republicana en la pared en la que el franquismo levantó la Cruz de los Caídos

SALVOCHEA. El Campillo vuelve a amanecer Salvochea. Si en 2013 lo hacía, bajo la firma de las Juventudes Socialistas, con la aparición de la tricolor en los balcones del Ayuntamiento, al igual que ondeaba allá por 1931, esta vez ese sol de libertad, el violeta de la igualdad, emergía, sin que de momento se conozca su autoría, por uno de los símbolos del franquismo, por el lugar en el que se levantó la “indigna” Cruz de los Caídos por Dios y por España por parte de las mismas manos que, en paralelo, durante la Guerra Civil y la represión posterior, asesinaban con vileza a, como mínimo, 307 salvocheanos, 282 hombres y 25 mujeres, algunas de ellas ultrajadas y violadas antes de su fusilamiento y arrojo al anonimato de una fosa común. Su memoria, con sus nombres y apellidos, brota ahora desde la tierra, germina desde donde, como refleja la pintura, sale el puño obrero de todos aquellos que perdieron la vida, de todos los mártires de la democracia, de la legalidad republicana, para alzar de nuevo la bandera tricolor.

La imagen viene, una vez más, a devolver a El Campillo a su origen, a las entrañas de su propia historia, pues fueron los vientos revolucionarios de aquella Segunda República proclamada aquel 14 de abril, hace ahora 83 años, los que forjaron la independencia de un pueblo que rompía las cadenas que le ataban al municipio matriz de Zalamea la Real sólo unos meses después, cuando el 22 de agosto del mismo año se constituía el Ayuntamiento ya autónomo de Salvochea, uno de los primeros (si no el primero) que veía la luz en España bajo la luz de este sistema político democrático. Por ello, de algún modo, el cuadro, esa obra de arte de la calle, viene a reivindicar la restauración de aquellos tiempos, la culminación de una Transición “inacabada”, la devolución de la dignidad a tantas almas y a tantos sueños que fueron arrancados, de cuajo, por el brazo ejecutor de la barbarie y la sinrazón, por el genocidio de la intolerancia fascista personalizada en el caudillo.

La pintura, una ensoñación que, si bien no parece que vaya a ir más allá, una utopía que quizás aún no vislumbra el horizonte de la realidad, su materialización inmediata en la práctica, al menos, en esta ocasión, no será tan efímera como la del anterior 14 de abril, el de 2013, cuando sólo duró el tiempo que el alcalde, el andalucista Francisco Javier Cuaresma (que, con cuatro ediles, gobierna en minoría con el sustento de los dos del PP frente a los cinco del PSOE), tardó en ordenar la retirada de la bandera tricolor a la Policía Local y avisar a la Guardia Civil para interponer una denuncia que, hasta la fecha, no ha prosperado. El puño y los colores republicanos, el rojo, el amarillo y el violeta, todavía perduran en la pared que un día portó ese monumento franquista, esa cruz retirada en 1979 por la primera Corporación de la actual etapa democrática que entonces presidía el socialista Fernando Pineda, al igual que ocurrió con todos los nombres de los criminales que portaron las calles del municipio durante 40 años.

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