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Pablo Pineda

Esencias romeras de un pueblo peregrino

Esencias romeras de un pueblo peregrino

EL CAMPILLO. Últimos coletazos de una madrugada que llega a su fin, que expira ante los primeros rayos de sol que emergen de la nada con la llegada de la aurora. El alba acaricia con su cálido manto una jornada que anuncia un esplendor inusitado por cada recoveco del pueblo, emanado de unos habitantes que sólo abrigan un pensamiento en su mente, una esperanza, un anhelo: el reencuentro con la Santa Cruz y la fraternal peregrinación junto a ella hacia la finca ‘El Cura’. El silencio prevalece todavía en el casco urbano, apenas vulnerado por el sonido del viento que agita los restos que recuerdan la noche anterior. Comienzan a brotar sones de cohetes y tamboriles. Llegó el instante tantas veces soñado, las ventanas se abren al ritmo de sevillanas y el pueblo, flamenco, embriagado, sale a la calle.

 

La misa de romeros rinde pleitesía a la Santa Cruz, con gritos de “¡Viva!” que se expanden por los aires campilleros. Las carretas están listas, los jinetes montan sus caballos y los peregrinos portan sus bastones y botellas de manzanilla. Miles de personas salen del municipio, se adentran en Cuatro Vientos, con el fin de avanzar por la senda que les dirigirá a la finca ‘El Cura’ para, entre brezo y jara, manifestar su devoción por la Santa Cruz, engalanada con ingentes cantidades de romero ofrendado por sus fieles.

 

El camino es largo, aunque redentor. Los peregrinos no dan muestras de un cansancio que ocultan con la mejor de sus sonrisas, con la música de sus palmas y las sevillanas que brotan desde sus ya roncas gargantas. Prosiguen la marcha sumidos en un espíritu solidario, entre magnánimos niveles de hermandad, de armonía, inmersos en una evasión hacia la felicidad más absoluta, lejos de la incertidumbre de la vida cotidiana.

 

Llega la hora de atravesar la ribera de Cachán, donde los noveles romeros recibirán de sus compañeros de travesía el bautizo que les unirá para siempre a la romería campillera. Unas gotas de manzanilla sobre sus cabellos, mientras posan sus rodillas en el suelo, certificarán, dejarán la perenne huella de su primer encuentro con la Santa Cruz de El Campillo.

 

El pueblo entero arriba a la finca ‘El Cura’, un lugar emblemático, el símbolo de la convivencia romera, con unas encinas y alcornoques que emergen un año más como testigos del tejido de lazos de amistad entre la totalidad de los campilleros. Cantes, sones de tamboriles, abrazos y bailes por sevillanas, las constantes en un ambiente de máxima fraternidad.

Pero las agujas del reloj no se detienen. Tras unas horas marcan el instante del regreso, de la vuelta a casa, de la devolución de la Santa Cruz a su ermita. Con la tristeza propia de la despedida, aunque con la ilusión y la esperanza de la pronta llegada de un nuevo primer fin de semana de mayo, los peregrinos, caballos y carretas retornaban al casco urbano para, con una reverencia ante su Cruz, emprender el camino hacia la rutina, hacia las tareas de cada día.

1 comentario

Mari Lux -

¡¡Viva El Campillo!!!, ¡¡¡Viva la Sta Cruz de El Campìllo!!!, ¡¡¡Vivan Los pelegrinos!!!!, ¡¡¡Viva Mi Romeria!!! y viva yo coño y la pueda ver muxos años salir al campo.....