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Pablo Pineda

Los cimientos de la ilusión y la fantasía

Los cimientos de la ilusión y la fantasía

La cabalgata de Reyes Magos, en El Campillo, es el resultado del esfuerzo y la dedicación desinteresada y en la sombra de un grupo de diez personas

EL CAMPILLO. El desinterés particular, la ausencia de ánimo de lucro, el compromiso social... emergen en los días de hoy, abrasados por el calor de la economía de mercado, del contexto de globalización y la incipiente expansión de las tecnologías de la información y la comunicación, como un preciado y magnánimo bien en peligro de extinción. El amplio carácter participativo de generaciones pasadas, capaz de sustentar sobre sus espaldas buena parte de las expectativas de desarrollo del propio municipio, tiende a su reducción, fruto de las cada vez más impersonales relaciones entre los vecinos de un mismo núcleo. Sin embargo, aún quedan importantes rescoldos en los que el esfuerzo y la plena dedicación altruista de un grupo de personas se erigen en los imprescindibles cimientos de la ilusión y la fantasía de quienes, en el marco de su rutina diaria, más esperanzas depositan en ellas: los niños. La cabalgata de Reyes Magos de El Campillo es un ejemplo. Su tradicional puesta en escena en la tarde del 5 de enero por las calles de la población minera, para el reparto de regalos bajo un clima de color y ensoñación, sólo es posible gracias al trabajo que, sin salir de la sombra, sin buscar ningún tipo de reconocimiento, realiza un equipo de diez campilleros.

Los tronos desde los que las majestades procedentes de Oriente, acompañados por decenas de pajes infantiles, arrojan miles de caramelos en la víspera de la madrugada más mágica del año, carecerían de un carruaje aderezado con paisajes de corcho, con las escenas de las más exitosas películas de dibujos animados y la tierna escolta de un sinfín de animales, si no fuera por los meses que un grupo de vecinos de El Campillo destina a su construcción y diseño. Incontables son las horas dedicadas al labrado de centenares de paneles de corcho, a su moldeamiento, pintura y montaje definitivo. Todo, sin pedir una moneda a cambio. Y de ellos, de su no envejecimiento, depende la majestuosidad de los instantes en los que todo el pueblo sale a la calle con bolsas dispuestas para la recolección de caramelos y preparado para saltar a por los balones y peluches que vuelan por los aires en busca de un afortunado ante la expectación de todos los viandantes.

Un ambiente de incertidumbre asolaba hace unos meses, en este sentido, el destino de este mundo de nobles deseos, de esta costumbre arraigada sin cuya celebración se perdería, en gran medida, el sentido, la esencia de la Navidad, al menos, en lo que a los más pequeños se refiere. La causa, la no presencia de integrantes de la última generación en un grupo con una edad media elevada, superior a los sesenta años. Sólo se ha tratado, no obstante, de un escollo pasajero, una amenaza infructífera, un peligro neutralizado por la suma al proyecto de componentes de la agrupación local de Juventudes Socialistas, recibidos con los brazos abiertos por sus ahora compañeros de espíritu solidario. Ya son las tres ramas de campilleros las que cuentan con representación en el grupo de artistas y constructores de las cabalgatas de la fantasía: los mayores, los adultos y los jóvenes. Una mezcla que aglutina, en consecuencia, todo lo necesario para la consecución de inmejorables resultados: experiencia, sabiduría, empuje, garra, innovación y, por encima del resto, ilusión. Una garantía de futuro, un aval para la preservación de las mejores tradiciones, las que tienen como meta la materialización de los sueños.

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