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Pablo Pineda

Independencia y transfuguismo

Aunque, bajo una superficial primera mirada, pueda parecer que la Cuenca Minera, con El Campillo como fortín, es la excepción de la estampa que desde el 27-M dibuja un contexto de profunda crisis, de práctica desaparición, en el seno del PA en la provincia de Huelva (donde la necesidad de renovación del nacionalismo es más acentuada, si cabe, que en el resto de Andalucía, como consecuencia de los múltiples casos de tránsfugas que se han marchado de sus filas para reducir de forma ostensible el número de alcaldías alcanzadas en 2003), la realidad obliga a desechar esta hipótesis ante la imposibilidad de verificarla con argumentos sólidos e incuestionables. La consecución de cinco escaños en el Ayuntamiento de El Campillo y su condición de lista más votada (no gobierna debido a la coalición PSOE-IU), no debe ser entendida como una buena noticia para el verdadero andalucismo. Con cada una de sus actuaciones queda de manifiesto la inexistencia de una base ideológica firme y consolidada en unos ediles que navegan sobre las aguas de la ambigüedad, sin descifrar los mensajes de la ya de por sí difusa brújula de un partido derechista que intenta transmitir una apariencia izquierdista con el perentorio fin de sumar apoyos en una tierra obrera. Todo vale cuando se trata de satisfacer intereses particulares, aunque, para ello, se caiga en la traición a los pilares de un nacionalismo que se halla muy lejos de emerger como el verdadero referente de los andaluces.

La independencia de los representantes del PA de El Campillo, el principal y único bastión de este grupo en la comarca minera, no sólo es admitida por algunos de sus miembros, sino que, además, queda patente con frecuencia. Una situación que, en última instancia, se erige en la máxima amenaza para la subsistencia o evolución de estas siglas no sólo en la zona, sino en el resto de la geografía onubense, en la medida en que sólo la fiel y sincera afiliación a una ideología y a un partido político puede garantizar el futuro de éste. Lo contrario no hace más que sembrar un clima de incertidumbre, al incentivar la posibilidad de que, en base a criterios personales, un dirigente opte por huir del asedio y la soledad para embarcarse en el sosiego y la calma de una fuerza más poderosa. Ya el portavoz de los andalucistas campilleros, Francisco Javier Cuaresma, abandonó en 2003 la disciplina de IU para integrar la candidatura del PA.

Pero no termina ahí la renegación de los principios nacionalistas, sino que ésta va aún más allá, hasta rozar los límites de la incompetencia. Resulta inadmisible que los dos únicos representantes (ambos de El Campillo) en la Mancomunidad de la Cuenca Minera de un partido que aboga, de un modo decidido, por la reducción a su mínima esencia de la figura de la Diputación Provincial, en favor del impulso definitivo a la Comarca, por una distribución geográfica y administrativa basada en la cercanía y la proximidad, en el calor de un área cohesionada y de menores dimensiones que una provincia, por la reacción de lo local frente a lo global, se sumerjan en el silencio, precisamente, en el foro en el que con mayor ímpetu y energía deberían hacer oír sus ideas (y las de su grupo), el Pleno de la Mancomunidad. A diferencia de PSOE, IU y Giner, nadie del PA pronunció, durante la constitución de la nueva Corporación del ente supramunicipal, un discurso sobre la comarca que desea el andalucismo, sobre sus problemas, sobre posibles soluciones a la crisis. Su mensaje fue la indiferencia, la ausencia, si no física, sí espiritual. Y mayor gravedad reviste el hecho de que, en el mandato de cuatro años que acaba de consumarse, la única vocal nacionalista en el órgano institucional de la Cuenca Minera, la campillera Sonia Ruiz, sólo acudiera a tres de veintiuna sesiones plenarias.

Quizás es significativo, en este sentido, en ese más que supuesto desvío ideológico, en ese talante de despreocupación, el inconcebible ‘despiste’ de cinco ediles de una misma formación que, por no presentar dentro de plazo la solicitud pertinente, se han visto relegados a formar parte de un hasta ahora inexistente Grupo Mixto en el Ayuntamiento de El Campillo. Algo que, aunque pueda parecer nimio y sin importancia, conlleva que su voz no parta de un modo directo de las siglas a las que se adscriben (la de ellos y la de sus votantes).

La lectura que de todo ello puede hacerse es clara y contundente: los distintos episodios acaecidos bajo el manto del PA de El Campillo cuestionan, sin lugar a la discordia, la capacidad de oposición de sus representantes locales, su eficiencia política como controladores del poder y, en consecuencia, evidencian las sombras, la espesura, la oscuridad a través de cuya opacidad guiarían, a ciegas, el camino de los campilleros hacia el desarrollo si se hiciera efectivo su ascenso al gobierno municipal.

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