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Pablo Pineda

Treinta años de camino junto a la Santa Cruz de El Campillo

Treinta años de camino junto a la Santa Cruz de El Campillo

El cambio de varas y una ofrenda de flores preceden hoy a la peregrinación que el pueblo emprenderá mañana a la finca ‘El Cura’ en busca del romero

EL CAMPILLO. “Ya suenan los tamboriles de Vicente y de Carmelo y ‘El Maletilla’, llevando los cohetes rumbo al cielo, ‘pa’ que vayan despertando los romeros que se fueron. Allí arriba hay alboroto de peregrinos ausentes, todos están celebrando que ya tienen presidente, porque saben que con ellos se quedaría para siempre”. Estos versos del desaparecido Rodrigo Palacios, uno de los fundadores de la Santa Cruz de El Campillo, la misma que cumple ahora treinta años de existencia, y compositor de un sinfín de sevillanas dedicadas a su romería y a los campilleros reflejan de un modo fiel el sentimiento que embarga a la población minera cuando se aproxima el primer fin de semana de mayo. Las agujas del reloj se paran, con unos ciudadanos que sólo albergan un pensamiento, como recita una letra del que también fuera presidente de la Hermandad: “Ay pueblo de mis amores, que ganas tengo de verte y sentarme en tu Paseo, bebiéndome el aguardiente con el agua de El Perneo”.

Se aproxima ese instante tan anhelado en los últimos meses. Después del pregón de la joven Alba Marina Fernández, el triduo de preparación, el tradicional concurso de sevillanas y la clásica ‘enzapatá’ en la apertura oficial de la ermita, arranca la esencia de la fiesta con mayor arraigo entre los campilleros: la peregrinación, junto a la ribera de Cachán, a la finca ‘El Cura’ en busca del romero. Pero antes debe procederse (hoy a las 20 horas, en la Plaza del Ayuntamiento) al cambio de varas, en el que los mayordomos Felisa Fariña y Bernardo Vasallo tomarán el relevo de Lourdes Sánchez y Francisco Javier Domínguez. La posterior ofrenda de flores a la Santa Cruz en la ermita marcará el rumbo hacia el baile de romería que se celebrará en la nave municipal para despedir la noche previa a la primera partida.

Una diana comenzará a despertar a los pocos que hayan conciliado el sueño ante la inquietud propia de las últimas horas de espera. Los más madrugadores ataviarán, mientras, las carretas y prepararán los arreos de los centenares de caballos que, junto a cerca de dos millares de peregrinos, bajarán por Cuatro Vientos en torno al mediodía para adentrarse en la senda. Bañados por el rebujito y sin importarles las inclemencias que pueda traer el tiempo, los campilleros acudirán en masa para volver a la ermita con ingentes cantidades de romero para la Santa Cruz. Al caer la medianoche, el rezo de un Santo Rosario por las calles del casco urbano despedirá una jornada que se repetirá, aunque con mayores niveles de voluptuosidad, al día siguiente.

La devoción de todo un pueblo por su Santa Cruz alcanzará las cotas máximas el domingo, cuando, tras la conclusión de la misa de romeros oficiada por el párroco Mateo Pozo Castellanos a partir de las 9 horas, comience el camino junto al simpecado. Tras él marchará, en una comitiva encabezada por los mayordomos, la práctica totalidad de los habitantes de un municipio que quedará desierto. Una especial sensación de embriaguez, la pasión, abocará a cada vecino a acompañar, con su medalla colgada y una bota de vino en la mano, a la insignia que, tirada por los bueyes, exaltará los valores de hermandad y solidaridad de un pueblo minero.

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