El puño marchita la rosa
El PSOE está en crisis, y con él, la izquierda. Pero la cuestión no es meramente electoral. Es mucho más grave, más honda, va más allá del desgaste propio de la perpetuación en el poder. Las siglas que han abanderado el estado del bienestar, con sus cuatro pilares, se ahoga ahora en un marasmo de valores, ideológico, que actúa como una enraizada semilla que ha terminado por florecer en forma de debacle en las urnas. El fracaso del Capitalismo, por su egoísmo y su falta de escrúpulos, ha brindado una oportunidad única para expandir el socialismo, para instaurar y consolidar un sistema que, lejos de la ausencia de reglas del juego, estableciera un modelo de intervención, una economía controlada, supervisada por el Estado para garantizar así la redistribución de la riqueza y esterilizar los abusos de la desregulación exacerbada, la misma con la que quienes ostentan los medios de producción acrecientan la brecha entre ricos y pobres. El crack de las bolsas y mercados financieros de medio mundo, el hundimiento de bancos, la voz de auxilio lanzada por éstos para su rescate por parte de los gobiernos... tendían un puente, una gran autopista, al cambio del orden establecido, a la transformación de una sociedad que derrama sangre en forma de paro, de embargos, de hipotecas impagables, de hambre. Éste era un terreno desértico, un escenario desolado, pero, a su vez, el más fértil para el brote de las rosas de la esperanza, de la justicia, de la igualdad, de la solidaridad, de la libertad. En cambio, el puño ha acabado por marchitar la rosa.
La formación fundada hace más de 130 años por Pablo Iglesias tiene que reflexionar, pararse a pensar en el porqué del duro revés recibido en las Elecciones Municipales del pasado 22 de mayo, antesala de una más que probable derrota en las Generales y Autonómicas andaluzas de marzo de 2012. El PSOE, al margen del debate sucesorio, de los cambios de nombres, ha de hacer un alto en el camino, evadirse por unos segundos de la vertiginosa carrera por evitar el precipicio de la bancarrota en la que lo han sumergido la crisis y los vientos neoliberales de una Europa teñida de azul, que subvenciona a fondo perdido a un sistema financiero opresor, tirano, que no da la mano a quienes se hunden en el fango, que no facilita el crédito a quienes lo necesitan con urgencia. El socialismo, en España, ha traicionado sus principios, se ha dejado amordazar por la derecha continental, por la influencia de Francia, Alemania, Italia, Reino Unido... Es cierto que no ha renunciado a su vocación social, que no ha pasado por el aro ante las voces que reclamaban el adelgazamiento del estado del bienestar a través de la progresiva privatización de las pensiones, la supresión de las becas o el copago sanitario, gérmenes de una educación y una sanidad más elitistas que universales. Sin embargo, se ha despojado de la bandera del socialismo en el campo de la economía, se ha dejado embaucar para tomar el mismo rumbo hacia el que habría virado el Partido Popular, el del neoliberalismo. Lo ha hecho sin rebelarse, con sumisión. Y cuando el obrero abandona su espíritu de lucha, el mismo que le otorga la libertad, firma su sentencia irrevocable de muerte.
Las clases trabajadoras, entre las que se incluyen las medias, los autónomos, los pequeños y medianos empresarios, en definitiva, los más débiles, pueden aceptar, y hasta comprender, las imposiciones que llegan desde Europa, desde Bruselas, pero no la rendición sin más de los dirigentes en los que han depositado su confianza. Y, mucho menos, el aburguesamiento de la izquierda, la aplicación de esas recetas no como el último recurso, sino como el primero. Las medidas de la derecha, dado el caso, sólo pueden venir de la mano de la izquierda cuando ya se hayan agotado todas las posibilidades, todas las vías de escape, cuando ya no queden más cartas bajo la manga. Y, en este caso, no ha sido así. Los recortes obligados por las circunstancias podrían asumirse ante una situación de emergencia como la actual, pero no si vienen envueltos bajo el manto de la hipocresía de una clase política que parece haber olvidado su origen, que ha perdido el norte y, sobre todo, el sur. Antes de congelar las pensiones, aunque no sean las mínimas, de reducir el salario de los funcionarios o de ralentizar el desarrollo de la Ley contra la Dependencia, por ejemplo, la izquierda tiene que predicar con el ejemplo y eliminar los privilegios, las pagas vitalicias a ex ministros, los insultantes vuelos en primera clase de los eurodiputados, el absentismo en las cámaras, la opulencia en la que nadan los cargos públicos y su superflua corte de asesores... Por qué, por una cuestión de credibilidad, de coherencia, de moralidad. No lo hace, ni se indigna.
El socialismo tiene que encabezar toda movilización social, no reaccionar a ellas, no tomar una postura defensiva ante el clamor de las masas, no oponerse a las olas revolucionarias, a movimientos como el de Democracia Real Ya, sino unirse a ellos, porque, por naturaleza, son de izquierdas. El PSOE debe estar en la primera fila, como sostén de la pancarta del inconformismo ante la injusticia, junto a su gente, junto a los que sufren, en la línea de batalla, en la vanguardia, ser el impulsor de la transformación social, nunca dejarse llevar por la sucesión de los acontecimientos como si de un barco a la deriva se tratara. Sin embargo, con su desidia, la de la resignación, con la falta de arrestos no sólo para alzarse contra las políticas económicas neoliberales, sino también para negarse a su materialización en España ante la amenaza de la Unión Europea de arrojar al país a la quiebra, como en el caso de Grecia o Portugal, se ha convertido en cómplice silencioso, en verdugo. Y, con ello, ha servido en bandeja las llaves del poder al PP para, de paso, dar alas a esa reducción a su mínima esencia del estado del bienestar que tanto propugna y anhela la derecha, la misma que ve como un gasto la inversión en educación y la misma que ve en la crisis una excusa para explotar la suculenta fuente de negocio que otea en la sanidad. Y es que si la situación actual requiere medidas neoliberales, quiénes mejor que éstos para ponerlas en práctica. La pena, la oportunidad perdida. Marx ya predijo la caída del Capitalismo. Lo que no podía esperar es que el ser humano, a diferencia del irracional animal, fuera tan torpe como para tropezar tantas veces en las mismas piedras.
Lo mismo cabe decir a nivel local, o comarcal. Los mismos errores ha cometido el PSOE en la Cuenca Minera, un tradicional nido de votos socialistas que ha emigrado hacia el regazo de la gaviota o hacia una IU que parecía acabada. Las siglas del puño y la rosa ya recibieron el aviso hace cuatro años, cuando perdieron sus históricas mayorías absolutas en pueblos como Nerva, Minas de Riotinto o El Campillo. Y pese a ello, en lugar de bajar al territorio, de levantarse del sillón para estar al lado de los suyos, han mantenido una actitud descuidada, que puede ser tildada, incluso, de prepotente o, en su defecto, considerada como propia de una inadmisible falta de liderazgo. Los alcaldes han obviado el carácter combativo de épocas más convulsas, en las que no dudaban en capitanear todo tipo de revueltas junto a los mineros, y sólo han recuperado el timón de la nave cuando ya se antojaba casi utópico la reconducción de la situación, la renovación del centenario pacto de confianza suscrito con la ciudadanía. De sus manos nació la Plataforma de Apoyo a la Minería para liderar el desbloqueo de la embrollada maraña jurídica y administrativa que trababa la redentora reapertura de la línea del cobre. Y lo consiguieron, pero ya era muy tarde. La empatía se había tornado en animadversión. Quedaban pocos meses para la cita con las urnas y se generalizó la percepción (con más o menos razón) de que era, más que un esfuerzo sincero, un intento a la desesperada por conservar el bastón de mando. Atrás quedaban Nature Pack o Tubespa, cerradas, y Río Tinto Plásticos, tambaleante. Y, al final, lo han pagado caro.
La docilidad, aparente o real, de los alcaldes de la Cuenca ante el aparato del partido, que les pedía una calma excesiva, que no minaran administraciones compañeras, que no se erigieran en altavoces callejeros de la angustia de sus vecinos para eludir el riesgo de allanarle el terreno a la derecha, ha derivado en el efecto contrario al perseguido, en un enorme daño al PSOE, el de la derrota, el de la pérdida de la hegemonía en la comarca. Lo que era un silencio, una paz presuntamente beneficiosa, se ha vuelto en su contra, precisamente por eso, por anteponer las siglas a la escucha del grito unísono de los obreros. Un tropiezo de bulto, porque ningún socialista puede dar la espalda (ni transmitir la sensación de que lo hace) a quienes ven ante sí el látigo del cierre de sus fábricas, el azote de los lunes al sol. La Plataforma fue interpretada como un último tren, por muy útil y efectiva que resultara. Los trabajadores habían viajado solos demasiadas veces: La negativa del Pleno de la Mancomunidad a una huelga general propuesta en paralelo al primer intento de Cajasol de liquidar Tubespa; o el recelo del PSOE de Huelva, en aquellos mismos días, a la suma de sus alcaldes al foro que trataban de conformar las sufridas plantillas de Nature Pack, Tubespa o Nerva Croissant, por miedo a que se tratara de una maniobra urdida por IU o PP como arma arrojadiza contra la Junta de Andalucía; o la acampada de Tubespa a las puertas de la Diputación... Luego rectificó y no sólo avaló la movilización social, sino que hasta la alentó, pero ya quedaban apenas seis meses para las Municipales, y esto levantó las sospechas de una tierra, aunque aletargada, rebelde por historia y por dolor.
2 comentarios
Pablo Pineda -
Un saludo.
Juanma -
Un saludo.
PD: con su permiso, enlazo el blog en el mío, "Cronocracia.blogspot.com" para entrar con más asiduidad.