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Pablo Pineda

Posmodernidad estamental

La sangría empieza a dar frutos, en forma de una sociedad que se pudre. Porque eso es lo que ocurre, ése es el horizonte inmediato, irremediable, de todo aquel o aquello que se abandona a su propia suerte, a la deriva de su desgracia, más si cabe, cuando es empujado a ello por unas fuerzas superiores, invisibles, por lejanas, elevadas, no por inexistentes. Este año, unos 35.000 estudiantes (16.700, casi la mitad, andaluces) han perdido su beca como consecuencia de los nuevos requisitos, por no decir restricciones, impuestos por el Ministerio cuya cartera guarda el conservador José Ignacio Wert, la misma que, dentro de ese celo de cancerbero, ha dejado de inyectar 110 millones de euros en la siembra de futuro, que estrangula esa inversión, que la condena con las cadenas sin sentido, al menos del común, de la austeridad.

El panorama no es halagüeño. El gris de esta realidad presente que muchos creían ficticia, inverosímil hasta en sus peores pesadillas, se recrudece ante los ojos de quienes afrontan ya el cierre del curso sin saber lo que les deparará el siguiente, sin saber si, pese al esfuerzo de estos días de pruebas y evaluaciones, de las inacabables horas ante los apuntes, pese a aprobar, podrán continuar su carrera ante la irrupción de obstáculos inesperados, o mejor, esperados: el examen a su bolsillo. Un estudio elaborado por expertos de las universidades de Jaén y Valencia pronostica que, el año próximo, el número de alumnos que habrá perdido las ayudas al estudio y, por tanto, la oportunidad de forjarse un mañana (y, no lo olvidemos, de hacérselo mejor también a los demás, pues, entre ellos, quizás esté el remedio contra el cáncer o la cuadratura del círculo que nos evada de esta crisis inventada) se elevará a 85.000.

Son sólo dos cursos y España va a retroceder ya hasta una tasa de cobertura en becas del 16 por ciento, un índice similar al registrado en 2003-2004 (curiosamente, también gobernaba la derecha en este país). No sorprende. Wert ya avisó a navegantes en abril de 2012, lástima que no lo hiciera antes de las Elecciones Generales de noviembre de 2011, que es cuando hay que poner las cartas sobre la mesa, la verdad, el programa electoral, la ideología (entonces, el PP, parecía el abanderado de las políticas de izquierda), para otorgar luego legitimidad a las acciones de gobierno. Cuando ya no había riesgo de sufrir en las urnas dijo que “en los últimos años se ha incrementado sustancialmente el gasto en becas y ayudas al estudio”. Le faltó culpar a los socialistas de despilfarrar. Claro, a los suyos, a los pudientes, no les hace falta. A muchos, desde el colchón de su opulencia, hasta les irrita. Ellos sí se pueden pagar la carrera, ellos sí superan, con nota, esa reválida.

Abominable. Inhumano. Y contraproducente. Porque jamás puede ser un acierto dejar hundir el barco, el talento de un país, su principal capital, máxime cuando ahora son ellos quienes llevan el timón. Ya no pueden limitarse a contemplar el naufragio desde la costa para, una vez consumado, subir, como salvavidas, a la cubierta. Sólo les queda la tan manoseada herencia. También lo dejó entrever Wert, al lamentar que “a pesar de los ingentes recursos que se dedican, tenemos una tasa de abandono universitario del 30 por ciento… Estamos tirando 3.000 millones de euros”. La estocada definitiva, la puntilla, la justificó con otro dato: “En los últimos años se ha producido una generalización de la educación superior en nuestro país… España ya ha cumplido con creces la proporción de alumnos universitarios establecida en la Estrategia Europa 20-20”. A dar pasos hacia atrás, porque la derecha no se puede permitir eso. Sus socios europeos, sus compañeros de cámara, Merkel, se podrían molestar. Mejor, para compensar, les regalamos nuestro mejor legado, exiliamos allí, en Alemania, a la generación mejor formada de nuestra historia. A precio de saldo. Luego, para corregir posibles desviaciones, excesos potenciales de los flujos migratorios, arrancamos de las aulas, desahuciamos, a los más débiles (en términos económicos, claro; la inteligencia, aquí, es una cuestión baladí).

Sólo estamos en el inicio del camino, de la cuesta. Esta reducción de las becas, su supresión progresiva y el abandono, ya hoy, de centenares, de miles, de universitarios por no poder afrontar el pago de las matrículas, la subida de las tasas, nos aboca a tiempos antiguos, remotos, hasta la perversión de aquella sociedad cerrada, estancada, del Antiguo Régimen, a una Posmodernidad estamental. Porque mañana serán decenas de miles que, si nada lo remedia, se multiplicarán, víctimas de esta epidemia, de este virus monetario, de este austeridaje masivo: los pobres, desprovistos de la esperanza de la igualdad de oportunidades, de la educación y hasta de la dignidad... Condenados a ser pobres, por nacimiento, de por vida. Y sus hijos, y los hijos de sus hijos... Condenados al vasallaje perpetuo, a vivir arrodillados ante el señor, que siempre será señor, por el derecho divino de sus monedas, de su negra fortuna.

La crisis no es el verdugo, sino la coartada de éste, de la ideología que lo alimenta, la del egoísmo de quienes quieren ahondar en la desigualdad, de quienes quieren reengordar (si es que es factible tanta obesidad) las alforjas de sus privilegios. Si esto sucede, habremos perdido, habremos fallado; si lo permitimos, habrá sido inútil la lucha y la sangre derramada por quienes lograron que nosotros tuviéramos lo que ellos jamás tuvieron, el sueño que alumbraron como eso, como una quimera, una utopía, y que convirtieron en realidad, en una realidad no para ellos, sino para nosotros. Hasta ahí llegaba su magnanimidad, su solidaridad. La misma que, a los que todavía quedan, les atormenta, porque vislumbran, para sus nietos, una existencia, una subsistencia, aún peor que la que a ellos les tocó sufrir.

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