La verdad de los espíritus fuertes
La AMHPH culmina en Cumbres Mayores el ciclo de jornadas comarcales de Memoria Histórica con el que, en colaboración con la Diputación Provincial, ha dado voz en el último año a las víctimas del genocidio franquista en Huelva
CUMBRES MAYORES. “La herida quiere que se le recuerde, el cuchillo quiere que se le olvide”. La frase, oportuna, recuperada por el asesor para la Memoria Histórica y coordinador de Exhumaciones de la Consejería de Cultura, Miguel Ángel Melero, inauguraba las I Jornadas de Memoria Histórica de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche promovidas en Cumbres Mayores por la Asociación de Memoria Histórica de la Provincia de Huelva (AMHPH) para cerrar un ciclo que, con la colaboración de la Diputación de Huelva, ha recorrido en el último año la totalidad de la geografía onubense. El dolor de aquellos episodios funestos, de la vergüenza de aquellos crímenes silenciados por la mentira y la siembra del miedo, ha rebrotado de la tierra, pero no con ningún afán de revancha, que, como se ha puesto de manifiesto durante toda la travesía, con cada ponencia, con cada intervención, nunca nadie la ha querido, sino para elevar la verdad y encontrar la paz de la justicia y la reparación. Porque, decía el periodista y socialista onubense José Ponce Bernal, muerto a causa de las brutales torturas sufridas durante los interrogatorios franquistas en septiembre de 1940, “la venganza es un placer cobarde que los espíritus fuertes desdeñan”. Las víctimas de la represión fascista, los asesinados y sus descendientes, sin duda, lo han demostrado, rezuman valentía.
Los albores, los sucesos de La Pañoleta, tenían que estar presentes, la historia de todos esos hombres que pusieron rostro a la columna minera, que, sin demora alguna, marcharon aquel trágico 19 de julio de 1936 hacia Sevilla para aplacar el alzamiento y que perecieron a manos de la traición del comandante de la Guardia Civil Gregorio Haro Lumbreras. Su voz se escuchó a través de las páginas de La memoria varada, la novela con la que el periodista Rafael Adamuz narra el infierno que atravesaron los 70 mineros y campesinos detenidos tras la emboscada desde su hacinada reclusión en el barco-prisión Cabo Carvoeiro, en las aguas del río Guadalquivir, hasta el fusilamiento masivo al que les condujo un macrojuicio en el que no dispusieron de la más mínima garantía. No acabó ahí la lucha en defensa de la legalidad constitucional de las fuerzas milicianas de la Cuenca Minera de Riotinto, que el 21 de julio de 1936, bajo el mando de Antonio Molina Vázquez y Máximo Guerrero Loubre, sofocaron la sedición en Aracena sin derramamiento alguno de sangre. Ya el 10 de agosto hicieron lo propio en Higuera de la Sierra, en este caso, tras un duro combate, para continuar su avance por Fuenteheridos y Cortegana hasta alcanzar Aroche.
Ésa fue, precisamente, la siguiente parada de las jornadas, con La historia silenciada. Víctimas de la represión franquista en Aroche. En ella, el alcalde e investigador local Antonio Muñiz Carrasco, junto a los autores Jesús Berrocal y Nieves Medina, evidencia la atrocidad de un contexto que convivía, día tras día, con la sucesión de ejecuciones, los encarcelamientos, las torturas, las humillaciones, los trabajos forzosos o el exilio. Ésta era la realidad, la sombra, que se cernía sobre el conjunto de la comarca y de la provincia, como también de la región y del país. Según el dato que abriga el libro, tan sólo en Aroche, que actúa como botón de muestra en este sentido, el censo de represaliados supera los tres centenares. El avance de los sublevados y su triunfo final en la Guerra Civil, sin embargo, aunque la cercó, no erradicó la resistencia, trasladada al monte, también en la Sierra de Aracena y Picos de Aroche, testigo, de acuerdo con el historiador Mario Rodríguez García, del nacimiento y el desarrollo del maquis. Allí trataban de aguantar los huidos, fugitivos errantes que se tornaron en guerrilleros organizados en su intento de alcanzar la zona roja para enrolarse en el ejército republicano.
El relato no difiere mucho entre los vencidos. Tampoco lo hacen los textos con los que los sublevados los colocaban ante una tapia, condenados a ese disparo certero que les arrojaría al anonimato de una cuneta o una fosa. El patrón se repite para construir una premeditada sentencia injusta como la que asesinó al último alcalde republicano de Castaño del Robledo, Daniel Navarro Torres, objeto, según contó su nieto, Daniel González Navarro, de la pasmosa acusación de “levantarse contra el movimiento nacional legítimo”. Era a él a quien le amparaba la legalidad. Hasta le imputaron hechos por meras suposiciones de testigos. Su fin estaba redactado de antemano. Desgarrador, como la historia del bisabuelo y el tío abuelo de Salomé Banda López, de El Patrás (Almonaster la Real). El primero, Tomás López Sánchez, se fue al monte, desde donde escribió a su mujer, Josefa María, para pedirle que cuidara a Ángel (López María), el mayor de sus dos hijos varones (también tenía a Josefa y a Victoria). Ya presagiaba que, por su edad (casi 16 años), podía correr peligro. Él fue fusilado el 2 de diciembre de 1936. Meses más tarde, en agosto de 1937, se llevaron a Ángel, señalado por el cacique de la aldea, sin que nunca más se supiera de él. Su hermano, Manuel López María, el abuelo de Salomé, único hombre de su casa con sólo 10 años, vivió siempre con la pena de ni tan siquiera saber dónde yacían, incluso, cuando su memoria ya se había apagado.
Eran los Sin Dios, como el cardenal Isidro Gomá definía a los que luchaban contra “la verdadera España” y, por consiguiente, no tenían cabida en la misma, al igual que ocurría con Félix, el protagonista de la novela del abogado Diego Ramón Maestre Limón, que, bajo ese título, plasma sobre el papel la vida, o la ausencia de la misma, la dignidad, de un valverdeño huido al Barranco del Infierno ante la inminente toma del pueblo por las tropas fascistas y que se debate, con su novia embarazada, entre la entrega a las autoridades o permanecer oculto. Son muchos, en definitiva, los nombres que la historia no ha podido borrar, menos, en la provincia de Huelva, donde la Diputación, tal y como detalló el jefe de servicio de Archivo del ente supramunicipal, Félix Sancha, ha sido pionera con la catalogación y digitalización de 3.092 procedimientos que afectan a 6.254 procesados por los Consejos de Guerra Permanentes de Huelva, Sevilla, Cádiz y Algeciras, sin olvidar las fichas de los milicianos del Batallón Riotinto y de los onubenses enjuiciados en Tarifa en batallones de trabajo. Un proyecto de “garantía de los Derechos Humanos” que la AMHPH quiere expandir al conjunto de los archivos municipales de toda la geografía onubense.
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