La Santa Cruz espera
El Campillo cierra una nueva cuenta atrás para reencontrarse con una Romería que cumple 38 años · Emilio Rodríguez y María José Pérez portarán la vara de mayordomos para guiar la peregrinación del pueblo hacia Rocalero
EL CAMPILLO. Cuatro Vientos aguarda, para abrir la senda, el incesante camino hacia el sur, hacia Rocalero. La Romería de la Santa Cruz de El Campillo, tras la eterna espera, comienza un año más. Tras el alba de ese viernes de insomnio, crepúsculo de abril en el que nadie duerme. Con la aurora de ese bello día que pone fin, con el que culmina la larga, interminable, cuenta atrás. El pueblo entero emigra, se queda vacío, para adentrarse en el campo, para reencontrarse de nuevo, para volver, cargado de romero, impregnado de solidaridad, abrazado, entre aromas de jara, brezo y azahar. Ante la atenta mirada de la grata y melodiosa curruca, la complicidad sonora del mirlo y el canto, escondido entre la zarza, del esquivo ruiseñor. Acariciado por el susurro de los fresnos de la rivera que se estiran hasta alcanzar la piedra. El tiempo se detiene; la gente, peregrina, avanza.
No hay nada más. Ya no. Apenas una palabra. Sólo una, pero inmensa: Romería. Sólo ella. Hasta el ocaso que despide a ese primer domingo de mayo, magno, anhelado. Hasta el adiós, cansado, de voces rotas que devuelve al reloj a la rutina de su incasable tic-tac. Hasta ese instante del que todos huyen, en el que nadie piensa, que todos prefieren borrar, que se difumina en un horizonte aún lejano, remoto, pues todavía queda mucho por andar. Sobre los pasos del pregón de Bárbara Romero, de la apertura de la ermita, guiados por la vara que, con devoción, como un sueño cumplido, agarrarán mañana los mayordomos Emilio Rodríguez y María José Pérez entre gritos de ¡Viva! Sobre la huella de la ofrenda de flores que precede al inicio, entre pétalos de rosas, de dos días de peregrinación, de exaltación, de fervor, de emociones, de amistad, de ese amor fraternal, incondicional, que mana de la Santa Cruz.
La alegría, las sonrisas, los abrazos sinceros, los cantes y las palmas al compás, los sones permanentes de cohetes y tamboriles, los tragos de aguardiente, las medallas colgadas en el pecho de cada romero, las carretas engalanadas, el polvo que se acumula en gorras, botos y trajes tras 37 años de camino. Todo ello y más se respira en la vieja Salvochea, en sus calles, tras el doblado de cada esquina, como también el recuerdo de aquellos que ya no están, de las ausencias, de quienes, aunque marcharon, se quedaron, vivos en la memoria colectiva de un pueblo minero que no los olvida, eternos, como su legado, como los versos de las sevillanas creadas por el desaparecido Rodrigo Palacios, fundador de la Hermandad, como la imagen del alcalde carreta perpetuo, Curro Lozano, con su caballo, Andaluz, arrodillado ante el simpecado al llegar a Rocalero, como tantas otras fotografías grabadas para siempre en las retinas de los campilleros.
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