Y salió el sol para colmar de esplendor a la Santa Cruz
Más de 2.500 romeros peregrinaron hacia Rocalero en una fiesta que propicia cada año el regreso de muchos de los campilleros que se distribuyen por toda la geografía nacional
EL CAMPILLO. Y, por fin, se hizo la luz. Los rayos del sol se abrieron hueco el domingo entre la negrura de las nubes y los campilleros pudieron peregrinar junto al simpecado por la senda que le llevaría, una vez más, hacia Rocalero bajo el esplendor de un cielo azul. Quedaba en el olvido la incesante caída de agua de la primera marcha, la del sábado, la de la búsqueda del romero para agasajar a la Santa Cruz en su ermita al regreso a un casco urbano que, por trigésimo cuarto año consecutivo, había quedado vacío, convertido en un desierto durante unas horas ante el éxodo masivo de un pueblo envuelto por la devoción por su fiesta, por la celebración con mayor arraigo entre el paisanaje minero.
Daba igual la lluvia. El fervor no pararía, como ya se comprobó el viernes en el acto del cambio de varas, cuando Isabel María Romero Marmesá y Hector Alejandro Muñoz Carmona asumían la responsabilidad, cumplían el sueño, de guiar a su gente por la vereda que arranca desde Cuatro Vientos. El Campillo tenía sed de romería y nada evitaría que la saciara. Se palpaba en el ambiente en cada segundo, como en el lleno absoluto de las actuaciones de Rocío ‘La Luberita’ y Cantores de Híspalis, trasladada a la nave municipal por la adversidad climática. Pero la ausencia de las inclemencias del tiempo en el día más anhelado del calendario salvocheano, el primer domingo de mayo, era bienvenida. Lo confesaban los rostros de los fieles cuando, al alba, en los instantes previos a la santa misa, contemplaban la majestuosa claridad del día.
Pasadas las 10:00 horas, la Hermandad que preside Enrique Diéguez enganchaba los bueyes y colocaba el estandarte de la Santa Cruz en el simpecado. Comenzaba el último camino. Entre gritos de ¡viva! más de 2.500 personas bajaban por la calle Constitución para adentrarse en la senda. La hilera, encabezada por los sones de los tamboriles, parecía no tener fin. La formaban cientos de peregrinos que avanzaban a pie, un centenar de caballos y charrés y más de 60 carretas engalanadas. La población se multiplicaba en la fiesta del reencuentro, del retorno a casa de muchos de los campilleros que se distribuyen por toda la geografía nacional y más allá de sus fronteras. La estampa es única, colosal.
Una sevillana se repetía en cada eslabón de la comitiva, la letra con la que el ya desaparecido Rodrigo Palacios, uno de los fundadores de la Hermandad de la Santa Cruz, inmortalizó la esencia de la fiesta, el orgullo de los salvocheanos por su tierra y la nostalgia propia de quienes tuvieron que emigrar: “¡Ay pueblo de mis amores, qué ganas tengo de verte y sentarme en tu Paseo, bebiéndome el aguardiente con el agua de El Perneo!”. Las gargantas, rotas, no se cansaban de pronunciarlas, en especial, las que volvían al lugar que les vio nacer. Ahora bien, también había quien acudía a la cita de por vez primera. Tampoco faltaron, por tanto, los bautizos con rebujito en el puente que marca el inicio del último tramo. Unos romeros noveles que, como el resto, sin aún despedirse de éste, piensan ya en la llegada de un nuevo mayo.
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