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Pablo Pineda

Persecución política

Gobernar desde la animadversión, desde la inquina a todo lo que huele a rojo, desde la socialitis crónica, entendida ésta como la inflamación del odio a los socialistas –y no desde el amor al pueblo, que es lo que ha de impulsar a todo representante del mismo para que pueda considerarse como tal–, no deja de ser una condena, una corona de espinas, más que nada, para quien sufre esta patología, para quien porta esa carga. Más pesada, si cabe, en una tierra como El Campillo, como la vieja Salvochea, asida por el puño obrero y sembrada de rosas, por historia y por sufrimiento. Tan pesada como los cuatro años de travesía bajo la aplastante gravitación de la misma. Ésta es la realidad de PP y PA, el común denominador que los convierte en socios, en aliados inseparables, la esencia de esa complicidad furtiva, al estilo de los amantes más apasionados, que emana de sus miradas. Ésta es su razón de ser, su única ideología, la verdadera, lo que se esconde tras sus siglas, lo que se disimula tras su gaviota y su mano abierta. En el pecado llevan la penitencia.

El problema surge cuando esa sintomatología habitual sobrepasa los límites del propio convaleciente y empieza a desarrollar anticuerpos que, en la defensa de su Yo, de su egoísmo, atentan contra la libertad de terceros, contra la dignidad del pueblo... Cuando, desesperados por su enfermedad insoportable, acuciados por el orgullo y la prepotencia, emprenden una verdadera e inadmisible persecución política en toda regla a trabajadores, a vecinos, a colectivos, a asociaciones –y hasta a menores de edad– con acciones de claro tinte represor más propias de otros tiempos, al estilo de la más vil de las tiranías... Cuando la mala gestión, la incapacidad, la falta de proyecto, la ausencia de la más mínima idea, la nulidad absoluta del ingenio, la deriva, ya es lo de menos... Cuando ya empiezan a hacer daño, mucho daño, a la ciudadanía, cuando despliegan su látigo sobre ella. Eso sí, maquillado siempre con una sonrisa hipócrita, con la cara simpática y cercana del mejor tramoyista, en un caso; o con la cabeza agachada, escondida bajo tierra, como el avestruz, con la cobardía del verdugo con piel de víctima, en el otro.

No se lo vamos a consentir. Los socialistas de El Campillo no vamos a pasar por ahí. Porque ya es demasiado, porque el listado de ataques, de abusos, tras dos años de mandato, de mando, es inagotable, agotador. Van más allá de la vigilancia perenne a la plantilla, de la imagen de un alcalde clavado como una estaca, como una puntilla, a pie de obra, del esperpento de un regidor que, en lugar de buscar dinero debajo de las piedras, se limita a contemplar el paisaje, de esa presencia como azote disuasorio por si algún trabajador se atreve a distraerse, a parar unos segundos para beber agua o para, como él, aunque tan sólo por un instante, descansar y tomar oxígeno para proseguir. Ya no es sólo eso, que es hasta tolerable, y hasta objeto de burla, de ironía y letrillas de carnaval. Ya son las advertencias, las coacciones, la inquisidora mirada a asociaciones o a personas a las que se le ‘pregunta’ si se han reunido con la oposición y el porqué. Como si fuera un delito. Un derecho constitucional, uno más, que les molesta, que olvidan, con su casaca gris... Como también hacen con la libertad de expresión.

La estrategia del miedo, el modelo copiado del PP, de la más rancia y retrógrada derecha que gobierna desde Madrid, la de siempre, la de hoy, calco de la de ayer. Pero también de la venganza, proyectada con toda la crueldad del término, con alevosía (disimulada, pero alevosía, y hasta descarada), sobre aquellos que se aventuran a dar un paso más, a denunciar las injusticias, a alzar la voz, a quienes osan sacar los pies del tiesto, de su tiesto, a quienes se rebelan, a quienes salen en defensa de los débiles, a quienes quieren a su pueblo y dan la cara por él, ya sea por la Educación Pública Permanente, por el asociacionismo, por la participación, por el medio ambiente o por mil causas más. Un amor que este Gobierno municipal conservador-nacionalista paga con la moneda de la negación o freno de proyectos, pero también con la retirada de ayudas sociales, con la indiferencia de la espalda, con la ignorancia, con el abandono premeditado o, peor, con la desfachatez del maltrato directo, de frente.

El esquema reaccionario es idéntico contra quienes, simplemente, defienden su derecho al trabajo y la legalidad de una Bolsa de Empleo Municipal en la que, cuando se está a las puertas de un contrato, de repente, sin mediar palabra, sin explicación razonable (ni no razonable), se cae hasta la cola, hasta un número remoto, alejado de toda esperanza. A éstos, si protestan, hasta se les denuncia por vejaciones y amenazas, por atentados contra el honor contra un alcalde que parece intocable, con demandas judiciales que acaban en la absolución, que demuestran la inocencia del acusado. Nada, hasta el momento, prueba la del regidor, el mismo al que, reforzado por una implacable dama de hierro, no le tiembla el pulso al abrir expedientes disciplinarios a miembros de la plantilla municipal. Una sombra constante que planea sobre la cabeza de los empleados públicos, sometidos, incluso, a inspecciones sorpresa, a la puesta en duda de bajas atestiguadas por los certificados médicos, a la obligación de volver al puesto aún convaleciente, a su sobreexplotación, a la asignación de funciones que, aunque quisieran, no pueden acometer, como la seguridad en los espectáculos, lo que se traduce en la correspondiente inseguridad del público.

Una insensibilidad que, en su conjunto, y sin olvidar la publicidad a datos privados (sobre enfermedades) y, como tales, protegidos (con valoraciones sobre los mismos con fines perversos, con el cuestionamiento hasta del derecho a pensiones por incapacidad de algunos campilleros con el amago de arrebatárselas, de provocar su pérdida), lleva aparejada la consecuente ansiedad de funcionarios, de personal laboral y de ciudadanos en general, con la merma correspondiente de su salud. Intolerable. Y, como colofón, hasta nos quieren demandar, sentar en el banquillo, por contar la verdad, por hacer público estos desmanes, por enfrentarnos a ellos, por oponernos a estos atropellos desproporcionados, injustificados. Por socialistas. Que lo hagan. No vamos a callar. E invitamos, rogamos, a todo aquel que sufra en silencio estas actitudes facinerosas que acuda a nosotros, que no tema, que nos convierta en su portavoz y en su altavoz. Para que PP y PA no descarguen su ira sobre él. Para que lo hagan sobre nosotros, para que carguemos nosotros ese peso, la losa del sacrificio de esta cuaresma interminable. Lo preferimos, pues así protegemos al pueblo.

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