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Pablo Pineda

La Cuenca toma la senda de ‘El Año de los Tiros’

La Cuenca toma la senda de ‘El Año de los Tiros’

Alongarvi y Cistus Jara ponen en valor con una ruta la historia, la lucha y el incalculable patrimonio natural y paisajístico de la comarca de las cobrizas aguas del Tinto · Más de un centenar de personas recorre enclaves como las ruinas de Naya o el campo de teleras de la RTCL

CUENCA MINERA. Cuatro de febrero de 1888: el alba asoma un día más en la Cuenca Minera de Río Tinto. Lo hace tiznada de los negros humos que emanan de las teleras en las que la Compañía, la RTCL, calcina las ingentes cantidades de metal sustraídas por unos obreros que parecen condenados a perpetuidad a un tajo que los esclaviza. Miles de ellos, esperanzados, se dirigen, desde todos los rincones de la comarca, junto a mujeres, niños y las otras víctimas, agricultores y ganaderos, a la plaza del Ayuntamiento del viejo pueblo de Riotinto. Su único afán, clamar justicia, pedir un trabajo para vivir, no un empleo que les conduzca de un modo irremediable hacia una muerte segura. Éste sería, precisamente, el desenlace: decenas, cientos tal vez, cayeron en aquella ratonera rectangular en la que quedaron encajonados, sin posibilidad de escape, ante las crueles ráfagas de disparos lanzadas por el Regimiento de Pavía. Había sido perpetrado, bajo la impunidad más absoluta, El Año de los Tiros.

Cuatro de febrero de 2012: Han transcurrido 124 años, pero la tragedia no ha quedado en el olvido. En un contexto distinto, con un cielo más azul, aunque también desolado, como consecuencia del cierre de aquella línea de cobre, más de un centenar de personas emprende un camino parecido al que en 1888 tomaron sus antecesores. La meta también es otra, aunque no exenta de semejanzas: mantener viva su memoria. Ése era el cometido que se habían marcado las asociaciones precursoras, Alongarvi (El Campillo) y Cistus Jara (Zalamea la Real). Y lo consiguieron, pues cada paso venía acompañado de apuntes históricos sobre aquellos funestos sucesos. Fue una movilización obrera, pero también, de alguna manera, era el primer episodio de una conciencia ecologista que empezaba a germinar. No obstante, la ruta no era sólo eso, era también un canto al futuro, al ensalzamiento del envidiable potencial natural y paisajístico de la Cuenca Minera, de la riqueza dejada por esa huella del pasado en su entorno para brindarle nuevas alternativas o, al menos, vías complementarias: el turismo.

El progresivo avance de la expedición por la senda (14,5 kilómetros), que comenzaba en el pilar de Zalamea la Real en torno a las 9:30 de la mañana, ratificaba las posibilidades de unos paisajes que cada día son testigos directos del romántico susurro de las rojizas aguas del Tinto, del encanto y la belleza de sus fotografías desérticas, de su vasto y páramo terreno con aroma a cobre, a lucha, a esfuerzo y a sacrificio. El túnel 16, las ruinas de Naya, los escoriales de la antigua fundición, la calzada romana del siglo I que servía para transportar la plata hasta Itálica o el propio campo de las teleras en Nerva son sólo algunas pruebas. Toda una estampa diferenciadora que otorga a la Cuenca Minera el valor añadido de la exclusividad, de la titularidad de una denominación de origen única, de una marca sin competencia posible. Y, por tanto, un patrimonio a proteger y a dar a conocer, como hacen las asociaciones Alongarvi y Cistus Jara con iniciativas como la recién alumbrada ruta senderista El Año de los Tiros.

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