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Pablo Pineda

Opinión

Canallismo

Canallismo

El decaimiento que abraza al PSOE contemporáneo, lejos de la injustificada y medrosa autocompasión en la que parecen instalados algunos de sus alumnos más aventajados, esquivos, ceñudos, indolentes, ante el imprescindible ejercicio de la autocrítica, no encuentra su origen en la emergencia de nadie ni de nada, de ninguna otra fuerza, sino, más bien, todo lo contrario, actúa como semilla de ésta, y la riega con el agua de cada error, de cada vicio. La decrepitud que envuelve al puño, su dificultad para sostener una rosa que se marchita, que languidece, descansa en el inexplicado viraje del partido responsable de la construcción del estado del bienestar, en su asunción de la derechizada y austericida política anticrisis de la Unión Europea. Ésa, y no otra, es la raíz de su mal, que ha derivado en que el pueblo deje de percibir de su voz el timbre inconfundible –e indefinible– de la verdad humana que antaño reconocían en su fundador, Pablo Iglesias Posse, y en tantos otros el poeta Antonio Machado y las clases trabajadoras. El porqué, aunque haya quien se resista a verlo, está ahí, en la superficie, en los desvaríos propios del calor del poder, que nubla la mirada y arrebata la razón, que deshumaniza, que separa de la realidad, del sufrimiento, el mismo que sigue ahí, intacto, en las carnes de la gente, pero que se olvida cuando no es compartido.

La cota de poder, la supremacía, el peso (o sobrepeso) institucional, ese baño de éxito que ahoga la humildad, la honestidad, he aquí la cuestión, en esa luz que la condición humana vuelve oscura, que atrae a ávidos lobos errantes, apátridas de ideologías sin más oficio o vocación que su comodidad, sobrevivientes natos que se manejan como pez en el agua por las cloacas, por las movedizas arenas de los bajos fondos, que corrompen, que se aseguran, sin necesidad de invocarlo, porque parten y reparten, el silencio cómplice de una vasta cabaña de corderos, que se sirven de ella ante una militancia, en consecuencia, desarmada, indefensa. Por todo eso, por descender, por degenerar, hacia postulados y conductas (por supuesto, algunas, no todas) más propios y, por tanto, esperados de la derecha, pero incomprensibles en la izquierda, ha fallado el PSOE, para cavar su fosa, la misma en la que yacen, enterrados, esos principios de los que se ha desprendido, sine die, sin darse cuenta de que, al hacerlo, también empezaba a sepultarse a sí mismo. Porque, en la mayoría de los casos, no ha elegido a los mejores y los escogidos, al no serlo, no han permitido que los vigilen, ni cada segundo ni nunca, como si fuesen canallas, tal vez, seguro, para que no se descubriera que lo eran. Y la cobardía, agazapada, encerrada en su propio ego, no alcanza bellas conquistas, las que se requiere de aquellos que representan a los desheredados.

La pregunta es obligada. Ya la formulaba el que fuera secretario general y refundador del socialismo onubense Carlos Navarrete a través de un análisis profundo, crítico y constructivo, sobre el declive del puño y la rosa en los albores del año 2012, poco después del desastre de las Elecciones Generales de 2011, en aquel noviembre negro en el que emigraron, indignados, hastiados, 4,3 millones de votos (una brecha ampliada ahora, en 2015, hasta los 5,7 millones de personas, la mitad de aquella masa social que avalaba a José Luis Rodríguez Zapatero en 2008): ¿Tiene arreglo el PSOE? La respuesta es sí. Lo tenía entonces, cuando se iniciaba la debacle, y lo tiene ahora. De hecho, ha dado pasos en ese sentido, el de pedir perdón y el de comenzar su regeneración, su retorno a la senda de la que jamás debió apartarse. No se ha redimido del todo, la catarsis no ha sido plena, quizás, porque se tarda más, mucho más, en reconstituir la credibilidad que en perderla, aunque también porque sólo la ha afrontado una parte de él, la menos culpable, la más avergonzada por esa imperdonable involución, por ese mero acomodamiento a la sociedad, por la entrega como rehén de esa meta irrenunciable que es la transformación del mundo, el sueño de la igualdad, no parcial, sino plena. Mas hay un avance. Queda camino, arduo, abrupto, pero, al menos, se ha emprendido la marcha.

No en vano, el mal ha sido menor: el PSOE mantiene la oportunidad de liderar la urgente alianza de la izquierda. Para derrocar a la absolutista y concentrada derecha, poner fin al indecente tiempo de Rajoy y romper sobre las espaldas del PP el látigo con el que ha azotado a cada una de las libertades y los derechos de la mayoría social para reducirlos a su mínima esencia, para tornarlos en impunidad, en negocios y en privilegios de la minoría. Para alcanzar aquellos aún desconocidos. Para andar hacia las utopías, las viejas y otras nuevas. He aquí el último peldaño de esa redención. Y he aquí donde afloran de nuevo, vigorosas, esas espinas que, en su vanidad, arrojan sobre otros los pecados propios, sobre aquellos a quienes acusan de no tener otra aspiración (legítima) que la de engullirlo para “usurpar su espacio” (obvian que si éste es de alguien es de la ciudadanía, que lo presta a quien quiere). Son aquellos ruinosos pesos del pasado y esos otros que, bajo la falaz –pues solapa la esencia republicana del socialismo– denominación de barón, se otorgan un poder de decisión que sólo pertenece a los verdaderos depositarios de la soberanía del partido: la militancia, sus bases, las mismas que, aun zaheridas, han puesto, una y otra vez, la otra mejilla, que han dado la cara, para que se la partan, por unos valores que otros han prostituido, que han soportado una cruz que correspondía a otros llevar.

Son piedras que sobran, porque se erigen en una traición. Sólo así puede definirse cualquier invitación a dejar entreabierta aunque sólo sea una rendija al gobierno de la derecha, al promotor –sí, parece que hay que recordarlo– del galopante retroceso, de la desigualdad, de la pobreza imperante, cuando éste se puede evitar, tan sólo por temor –fundado o infundado– a aquellos a los que se achaca la intención única de querer ocupar tu lugar. Porque hasta sugiere que lo que prima en realidad, por encima de la desesperación de la gente, de su angustia, es la lucha interna por el timón de una nave a la que se está dispuesto, incluso, a dejar zozobrar para, al lúgubre estilo del conservador Cristóbal Montoro, hacerla resurgir de sus cenizas (tal vez alentados, en su miopía, por el ejemplo del PASOK griego). Con ese recelo, hasta se lo pone fácil, en bandeja, a esa otra izquierda para que incida en su desgaste, su debilitamiento, su caricaturización del PSOE (también de la política)... Una traición, además, gratuita, por inútil, por responder a un pánico desmedido, ya que no será el deseo de ninguno lo que determinará quién elimina a quién o si, por el contrario, están condenados a la convivencia. El que uno u otro se imponga dependerá de su pureza, del grado de verdad humana que el pueblo detecte en sus palabras y en sus hechos. Desde luego, si en esta dialéctica dejan ganar al PP caerán ambos.

Contra la sombra, unidad de la izquierda

Miguel Hernández, desde las tinieblas de la cárcel, desde las lóbregas celdas del franquismo, a la espera de un alba cualquiera, del disparo certero, de las balas o de la enfermedad, que le condujera a la muerte y -le pese a sus verdugos fascistas- a la inmortalidad, a la vida, eterna, escribió: "Yo que creí que la luz era mía, precipitado en la sombra me veo". La misma que se cierne ahora, desde hace cuatro años, sobre nosotros, la misma que, como antaño, en forma de yugo, nos ponen las gentes de la hierba mala, la derecha de hoy, no muy distinta a la de ayer.

 
Pero el poeta no se rendía, no dejaba de abrigar esperanza, la que mana, como decía Bertolt Brecht, de las convicciones. Por eso, aun inmerso en aquel tiempo en el que se ensanchaba la negrura, tenebroso, sin rastro alguno del día, terminaba aquel poema con luz, con mucha luz: "Pero hay un rayo de sol en la lucha que siempre deja la sombra vencida". Ahora también lo hay, y mañana ha de abrirse paso entre la espesa niebla, romperla, en las urnas, con la voz del voto, nunca con el silencio de la abstención...


Con el voto, a la izquierda, a las izquierdas, sea cual sea, pero a la izquierda, para que juntas, por fin, como tantas otras veces, dejemos a la sombra vencida. Porque esa unidad, ese ejemplo, la reedición de aquel Frente Popular de 1936, de la Segunda República, ahora, en 2015, es ese rayo de sol, imprescindible, apremiante. Porque esa unidad es el mejor homenaje que todos, todos, podemos hacer a los que, como Miguel, como tantos otros, dieron su vida por la libertad, a ellos, a los que, callados, sufrieron la oscuridad, a nosotros mismos y a los que vendrán después de nosotros.

Redención

Hace algo más de tres años escribía que era la hora de pedir perdón y dejar paso. Perdón, porque habíamos perdido el norte, en el sentido literal, en aquella debacle de las funestas, por sus consecuencias, Elecciones Generales del 20 de noviembre de 2011, y en el figurado, por los errores. Y dejar paso, a la entrada de savia nueva, de frescura, de agua pura, cristalina, para que refloreciera una rosa que languidecía, que se marchitaba, que a punto estuvo de morir y que no lo hizo porque no se perdió el sur, sus robustas raíces, por poco, pero no se perdió, por la fuerza de su gente. Lo hemos hecho, ambas cosas, en medio de la tempestad, de unos tiempos duros, que invitaban al silencio, casi, incluso, a la clandestinidad, por la vergüenza, por la culpa, de cuatro años interminables en los que sufríamos, con impotencia, con el dolor que la derecha, el PP, con su rodillo implacable, infligía al pueblo, a las clases trabajadoras.

Ahora toca reivindicar lo que somos, lo que nos define, lo que nos diferencia, esos principios de libertad, igualdad y solidaridad. Lo estamos haciendo. Y aún tenemos dos días para seguir haciéndolo. Hasta el último aliento. Para poder recuperar esa senda, la que arrancó hace más de 136 años, la que lideraron hombres buenos como Pablo Iglesias, Largo Caballero, Indalecio Prieto o Fernando de los Ríos y han seguido muchos otros hasta nuestros días, hasta hoy, la que nos ha traído la educación y la sanidad públicas, los derechos laborales, las pensiones, la atención a la dependencia, esos pilares del estado del bienestar, esas conquistas que el PP, la derecha, tanto la vieja como la que llega maquillada, que es la misma, intenta, siempre intentará, derrumbar, para convertirlas en un negocio, de los suyos, de aquellos a los que representan, a costa del pueblo.

Aún tenemos dos días, para frenar esa amenaza, para acabar con ella, con el Gobierno de la mentira, de los recortes, del abandono a los más débiles, a la gran mayoría, de la indecencia, de la corrupción y de la impunidad ante ella, de una legislación para los poderosos y sus privilegios, inmisericorde con los trabajadores, con los honrados, amordazados, pisoteados. Porque todo eso, y más, ha significado la estancia de Rajoy en La Moncloa. Por eso debe quedarse en un mero paréntesis de oscuridad. Por eso no puede prolongarse, ni un instante más. Aún estamos a tiempo. Aún lo estamos. De alzar nuestros puños, de galopar, para el próximo domingo, con nuestro voto, en las urnas, enterrarlos en el mar, para que brote la rosa y, con ella, retornen los derechos y las libertades, la igualdad de oportunidades, la justicia social. El domingo, el 20D... ¡Izquierda! ¡Socialismo! ¡Mucha izquierda! ¡Mucho Socialismo!

Que nos vigilen, cada segundo, como si fuésemos canallas

Nos exigen más. A los socialistas, nos exigen más. Sí. Como tiene que ser. Como nosotros mismos también nos exigimos más, porque, por mucho que hagamos, siempre nos parecerá poco, porque, por magnánima que pueda ser nuestra obra, siempre nos parecerá exigua. Porque no podemos caer, nunca, en el conformismo, en la contemplación de las conquistas, ni de las presentes ni de las pretéritas. Porque éstas solo deben servirnos de catapulta, hacia la materialización de los sueños, para seguir, como prueba de que lo que hoy es una utopía mañana puede ser, lo será, realidad. Porque no podemos parar, nunca, en esa búsqueda incesante de la igualdad, de lo que nos quitan y de lo que aún nos queda por ganar.

Por eso la sociedad, el pueblo, la gente, nos exige más. Por eso se mide más cada una de nuestras palabras, cada propuesta, cada acción. Por eso nos miran con un ojo más crítico, con una lente más exacta, más precisa. Porque nos necesitan, porque el mundo necesita al socialismo, la verdad que mana de él. Por eso nos gritan, porque saben que estamos a su lado, que siempre, siempre, los vamos a escuchar, como siempre lo hemos hecho, como siempre lo vamos a hacer. Por eso quiero que no dejen de hacerlo, para que nos mantengan alertas, despiertos, para que no nos dejen caer en el letargo, en la inacción, que sigan esperando más, para que demos, siempre, lo máximo de nosotros, todo.

Que nos vigilen, cada segundo, como si fuésemos canallas. Para que no les fallemos, porque no les podemos fallar, porque no nos lo perdonaríamos. Que nos chillen, para que los oigamos, para que su voz resuene, inconfundible, en nuestro interior, porque es ella la que nos mueve. Que nos fustiguen, sin tregua, que nos censuren, por cada error y por cada paso insuficiente, para hacernos mejores, para impulsarnos, para darnos la fuerza, la de sus puños, para dar el siguiente, para continuar, para avanzar. Que nos exijan, más que a nadie, como nosotros también lo hacemos, porque no sólo queremos gobernar, sino también merecerlo, para el pueblo, con el pueblo, por la igualdad.

Todos los nombres

Todos los nombres

La primera página del libro de Salvochea, de la independencia de El Campillo, cumple 84 años

EL CAMPILLO. Todos los nombres. Todos. Vienen hoy a nuestra memoria, la de Salvochea, la de El Campillo, rescatados por el recuerdo, eterno, indemnes ante los vientos del olvido. Todos los nombres, todos, brotan hoy desde las entrañas de nuestra tierra, de la que son semilla, de nuestras calles, que son suyas. 

Todos los nombres, todos, vuelven hoy a la vida, porque nos la dieron, porque la perdieron, por ganar la libertad, la independencia que ellos no tuvieron, por querer y permitirnos construir nuestro futuro, abrir nuestro camino, que es el de ellos.

Todos los nombres nos acompañan hoy, todos, los de los hombres y mujeres que, con su lucha, con su tenacidad, colocaron el primer peldaño, escribieron la primera página de un libro, el de nuestro pueblo, que hoy cumple 84 años de autonomía. 

Todos los nombres. Todos. Vienen hoy a nuestra memoria colectiva, de la que nunca se han ido, de la que nunca se irán. Porque son los ártífices de nuestro presente. Porque, por serlo, perecieron, asesinados, por la abominación fascista, por la tiranía, por la sinrazón, por la barbarie inhumana del odio, por la represión. 

Todos los nombres.

Segunda Transición Política

Por Fernando Pineda Luna, en DiariodeHuelva.es

Los procesos electorales municipales, autonómicos y generales pendientes se han convertido, de hecho, en los principales instrumentos de un cambio de ciclo en la política española, que puede determinar los sistemas de vida y de convivencia de varias generaciones futuras. Ante tal situación, estamos más obligados que nunca a analizar en extensión y en profundidad nuestra realidad, a reflexionar seriamente sobre sus conclusiones y a decidir en consecuencia.

Debemos sentirnos orgullosos de la primera transición política porque, partiendo de esperpénticos encuentros entre los históricos aparatos represores y sus víctimas más representativas en un escenario aún embarrado por los vómitos de innumerables militares, políticos, jueces y eclesiásticos empachados de fascismo, tuvo el mejor resultado de los posibles. Cambiamos la clandestinidad, las persecuciones, las comisarías y las cárceles por el diálogo con nuestros perseguidores y verdugos en un ejercicio de extrema responsabilidad para aprovechar la muerte del dictador en beneficio de la restauración de la democracia, sin más dolor, sin más sangre, sin más muerte.

Conseguimos la Constitución Española de 1978 (por cierto, no refrendada por Alianza Popular, partido originario del gobernante Partido Popular), con la que la izquierda más representativa gobernó el Estado 22 años, llegando a consolidarla frente a movimientos golpistas, que durante una década protagonizaron nostálgicos sectores de los poderes fácticos. Esta labor de guardián de la democracia se simultaneó con la creación del Estado del Bienestar, con la inclusión en Europa y con la lucha contra el terrorismo.

Frente a este bagaje positivo de gestión política de esta izquierda, se han producido errores importantes, como no prevenir y no eliminar drásticamente la corrupción o haber aceptado políticas antisocialistas, llegando a modificar el artículo 135 de la Constitución Española, junto al PP. Pero el error básico, a mi entender, fue no haber impulsado a tiempo la segunda transición política, que posiblemente hubiera evitado los errores anteriores.

Llegado hasta aquí, no obstante, no considero justo, aunque sí legítimo, que este balance resultante entre éxitos y errores haya conducido a tan creciente pérdida de confianza de la sociedad en el PSOE, partido más representativo de la izquierda. Ello sólo se comprende porque son ya varias las generaciones que carecen de las agitadas vivencias de la primera transición, que no padecieron las brutales desigualdades que llevaron a sus padres y abuelos a la necesidad ética de elegir entre los principios de la izquierda y los objetivos de la derecha como norma de vida y que, además, están sufriendo con mayor desgarro la grave crisis económica y la indecente corrupción política.

Esta desconfianza, está, como siempre, en su origen, promovida y alentada por los poderes fácticos para liquidar a la izquierda, su enemigo natural permanente, utilizando su capacidad económica para dividirla y su capacidad de corrupción para desprestigiarla.

Por lo tanto, la izquierda española, en lugar de seguir creando nuevos partidos y provocando absurdos enfrentamientos entre sí, que sólo mueven la hilaridad de la derecha, tiene la urgente responsabilidad histórica de unirse para iniciar el proceso de la segunda transición política, que contemple, entre otros, los asuntos relacionados con el sistema federal como organización territorial del Estado, el referéndum sobre República o Monarquía, la recuperación de la Memoria Histórica y el blindaje del Estado del Bienestar y de los servicios públicos esenciales, todo ello mediante la reforma necesaria de la Constitución Española.

La inutilidad de la adaptación

La búsqueda de la adaptación a la sociedad, al momento concreto, por parte de una formación política, la que sea, equivale al marcaje de un rumbo directo hacia la mediocridad. Si se trata de un partido progresista, de izquierdas, para más inri, supone una clara renuncia a la propia esencia, una traición a su ser, en la medida en que, si bien no supone una conversión total al conservadurismo, al no abogar por el retroceso y la abolición de las conquistas, sí entraña un viraje hacia él, porque se hace cómplice cobarde en la asunción de ese silencio de quien se limita a dejarse llevar por la marea. Cuando el timón es el conformismo, sin duda, se disipa la utilidad, pues poco o nada aporta a la felicidad de la ciudadanía. La consecuencia, la pérdida de la capacidad de liderazgo en esa guerra constante por erradicar la desigualdad y, con ella, la paulatina desaparición de la confianza de un pueblo que se siente engañado, que, en su decepción, se sumerge en la incredulidad y acaba por dar la espalda en las urnas. Ése ha sido el error histórico del PSOE contemporáneo, su torpeza, la acomodación a lo que hay, el ensimismamiento, la romántica contemplación de la obra del pasado, magna, el estado del bienestar, pero pretérita.

La meta del socialismo, siempre, no puede ser otra, es la transformación del mundo, para hacerlo mejor, más habitable, más soportable, más justo, más solidario, más libre. Nunca la mera adaptación al contexto, menos al actual, el de un capitalismo que no sólo prioriza, sino que persigue como fin único el beneficio, a costa de lo que sea, caiga quien caiga, aunque sea sobre el cadáver de los derechos sociales e, incluso, humanos. La aceptación de este sistema, por consiguiente, es la derrota, el sometimiento del vencido, la entrega del pueblo como rehén, como esclavo, al vencedor, la infidelidad a la clase trabajadora a la que representa. En ello incurrió el PSOE y en ello descansa su caída en picado. El cenit, la modificación del artículo 135 de la sagrada Constitución Española, en la que, bajo la cabeza de José Luis Rodríguez Zapatero, se plegó a los intereses especuladores de los poderes financieros, a la ‘troika’, la colocación de la estabilidad presupuestaria por encima de las personas. Una losa, una apostasía, por inexplicable o, al menos, inexplicada, que ha dejado a las siglas del puño y la rosa tocadas, muy tocadas, y ante la que su regenerada dirección tendrá que remar con vehemencia para que no acaben hundidas.

Ésa es la tarea, difícil, que tiene por delante el nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, el retorno de la nave a sus orígenes, a la apertura de las casas del pueblo, a la salida a la calle de cada dirigente socialista para, en asambleas abiertas a la participación de todos, escuchar a la gente, aunque grite, para que grite, y darle calor y soluciones a su sufrimiento. Huir, para siempre, de las aguas de ese aburguesamiento al que le ha conducido esa conquista de mínimos que conlleva la adaptación a un medio impuesto por las minorías, los poderosos, hostil para las mayorías, para las clases obreras y, por tanto, inaceptable para quienes las defienden o aspiran a hacerlo. Retomar la voluntad transformadora que define al socialismo desde su cuna, que le otorga su razón de ser y su papel de elemento imprescindible para la sociedad. Eso es hacer PSOE, y tiene que hacerlo, con el avance firme hacia la materialización de esa utopía de la igualdad y sin renunciar, por el camino, a ninguno de sus principios... Y con la suelta del lastre, del que se ha colado con otros intereses o del que entró socialista pero, con el tiempo, ha degenerado para ya no serlo, de esas voces que, en su desvío o desvarío, manchan, marchitan. Lo decía Pablo Iglesias, “no sólo hacen adeptos los partidos con sus doctrinas, sino con buenos ejemplos y la recta conducta de sus hombres”.

El programa de Pedro Sánchez camina, sobre el papel, hacia la redención y el recobro de la utilidad. El sellado de las puertas giratorias, el estrechamiento del cerco a la corrupción, la transparencia y la imposición de la ética constituyen un paso, ineludible, hacia la recuperación de la decencia perdida y el declive de lo que se denomina la ‘casta’ (servidores públicos que, en la práctica, no lo son). Ese expurgo de vergüenzas es clave para construir un modelo de igualdad y solidaridad con la cabeza alta, el que proviene de la reforma de la Constitución, del blindaje del estado del bienestar en el texto magno, de la exención del pago del IRPF a familias, parados y jubilados con rentas bajas o de la decisión de gravar la riqueza con un impuesto para ricos y la persecución del fraude fiscal, sin olvidar la derogación de la Ley Mordaza. La receta es sencilla: reducción de las diferencias y libertad. De no aplicarla, naufragará. El puño y la rosa, la fuerza del pueblo y la primavera, sobrevivirán, pero en otro lugar, lejos de ese referente que Pablo Iglesias fundara hace casi ya 136 años en aquella legendaria Casa Labra de Madrid. Porque si bien el socialismo no se ahoga, porque el socialismo es el mar, el PSOE es su barca y, como tal, sí puede zozobrar.

El socialismo es el pueblo

El socialismo es el pueblo

El socialismo es el pueblo, porque emana de él. Es democracia, pues de ella, de su aspiración, nace. El PSOE, por tanto, no ha de ser jamás, ni tan siquiera parecerlo, lo contrario. El partido que, con el único fin de transformar la sociedad, para hacerla más libre, más igualitaria, más solidaria, más justa, fundaba hace ya 135 años Pablo Iglesias junto a otros 25 compañeros en aquella legendaria Casa Labra, en la calle Tetuán de Madrid, sólo puede ser una cosa: participación, directa, sin intermediarios, sin votos delegados, porque hoy las nuevas tecnologías, las redes, esa ruptura de distancias y espacios, lo permiten. Tiene que serlo por eso, porque la rosa brota, germina, de la fuerza, del puño, de todos. Porque ésa es su esencia y la más mínima prostitución de la misma conduce, de manera irrevocable, al abismo, al languidecimiento de esa flor roja, a la decadencia actual, a la pérdida, merecida, de la credibilidad, de la confianza de una ciudadanía cansada, desengañada, al hartazgo que manifiestan, de un modo límpido, las sucesivas sangrías en las urnas, la hemorragia de votos que sufre desde 2011. Porque cualquier desviación en ese sentido, por ínfima que sea, es una traición a sí mismo, a los propios principios, a lo que es. Porque en el momento en el que el socialismo, las siglas que lo representan, quienes se sientan al frente, aparta la vista del pueblo, le da la espalda, niega la voz a la gente o, simplemente, no la escucha, deja de serlo, para ser otra cosa, para convertirse en la antítesis, en lo que hoy es, su ruina. Porque el socialismo es el pueblo y, en consecuencia, sin él, es la nada.

No obstante, por esa misma razón, por esa alma colectiva que lo conforma, que lo define, el socialismo, como tal, no se ahoga, por muchas tormentas perfectas que lo azoten, porque es el mar. Un mar que ahora tiene ante sí la inmejorable oportunidad de abrir sus aguas, de romper cualquier barrera que las mantenga estancadas, para abarcar, como siempre, como antaño, como no hace tanto, a todos los de abajo, para volver a ser su esperanza. De ahí que no pueda ser más acertada, tanto como esperada desde aquel negro 20 de noviembre de 2011, antes, incluso, de que se proclamara secretario general (ya en febrero de 2012), la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba, el último capitán, no el primero, de un barco que no puede navegar por más tiempo a la deriva en medio de su quietud mientras fuera arrecia el frío, mientras la tempestad atenaza a los más débiles, con paro, pobreza y el despojo de los más básicos derechos sociales, de todo el terreno conquistado... De una nave que debe soltar amarras y liberarse de esas cadenas invisibles, pero presentes, impuestas por los de arriba, por los mercados, de la ensoñación y los cantos de sirena de unos vientos neoliberales, de un capitalismo que, también por su propia naturaleza, nunca, jamás, será aliado del pueblo... De una nave que, con valentía, en su búsqueda de la igualdad, debe dejar de aparcar, de esconder, como ha hecho desde la Transición, asuntos como la República y el laicismo sin excepciones, sin concesiones, sin privilegio alguno a la Iglesia.

Ahora o... De ahí que no pueda ser más acertada, por perentoria, la convocatoria de un congreso extraordinario, para que no se vaya nadie más, ningún socialista más, para evitar una mayor dispersión de la izquierda, porque son otros los que se han de marchar, porque la huida de los inocentes, de los sinceros, no hace más que dar vía libre, más aún, a los culpables, a aquellos que se han colado no por compromiso y vocación de servicio, sino desde la hipocresía de intereses subrepticios, ligados, casi siempre, al bolsillo y la posición; y a aquellos pesados pesos del pasado que lo dieron todo, que contribuyeron a levantar el estado del bienestar que ahora se tambalea, pero que, hoy, de un modo incomprensible, viran hacia la derecha. Porque la solución no es la retirada, sino quedarse y expulsarlos, por la puerta de atrás, para que sean ellos los que se vayan allí donde, tal vez, les gustaría estar. De ahí la urgencia, porque ya tocaba, porque hacía ya tiempo que tocaba, porque no hay otra, pero no de un cónclave cualquiera, sino de uno que revise el modelo, que dinamite los vicios acumulados a lo largo de la historia, que le inyecte frescura y savia nueva a esa rosa otrora vigorosa y ahora marchita. No basta con un cambio de rostros, pues esa lozanía, esa frescura, y la ilusión que podrían despertar serían efímeras, transitorias, se volverían a difuminar con el paso de los años, en la perpetuación de sus caras.

Ha de producirse, sí, ese relevo generacional, también imprescindible, como demuestra ese faro inconfundible que es hoy Andalucía y el emergente liderazgo de Susana Díaz, esa luz que debe servir de guía para retomar el rumbo. Pero no sólo eso. Hay que acudir hasta las entrañas mismas del aparato, de la estructura, y purificarlas, colocar unos cimientos más sólidos, infranqueables, incorruptibles. No son otros que la participación de todos, que los militantes y simpatizantes elijan, de un modo directo, con su voto, con su voz, al secretario general y a la dirección del partido, que puedan derrocarlos también, cómo no, si fallan, si se equivocan de senda, si toman caminos distintos al de los principios del puño y la rosa, si se olvidan de ellos una vez en el poder, si nadan por la incoherencia de hacer lo contrario de lo que piensan, si dejan o renuncian a ser socialistas o, simplemente, cuando ya haya acabado su ciclo, su tiempo, cuando así lo estime la mayoría, sin dejar esa decisión a la merced del interesado. No son otros que la generalización de la elección de candidatos mediante primarias flexibles y en las que participen no sólo afiliados, sino la ciudadanía en general. No son otros que las listas abiertas, para que sean elegidos no los que ya están y no se quieren ir, no los que unos pocos señalan desde un despacho, pues pueden marrar... Para que sean elegidos aquellos que, como decía Antonio Machado de Pablo Iglesias, tienen el timbre inconfundible de la verdad humana, porque el pueblo es sabio y así lo hará, porque el socialismo es el pueblo, porque sin él es la nada.